Recordando mi Primer Amor

Capítulo 3

—¡Hijo, baja a desayunar! ¡Llegarás tarde a la escuela!, —grita la señora Amanda, madre de Lucas.

El muchacho se cubre la cabeza con las sábanas.

Se levantó de inmediato cuando su padre amenazó con subir al cuarto y despertarlo a nalgadas.

Su madre trata de peinar el desordenado y rebelde cabello de su hijo.

—Te llevaré con mi amigo, el barbero, a ver si él puede domar esas crines, dijo riendo su padre.

Lucas hace una mueca, tocando su barbilla.

El señor García ríe.

—Déjame ver, hijo. Estoy seguro de que pronto tendrás una barba envidiable, pero por ahora cortaremos tu cabello.

—No hay necesidad, yo misma lo cortaré, dijo la señora Amanda.

Lucas palideció, la última vez que su madre le cortó el cabello, tuvo que usar un gorro por todo un mes.

Agarra sus libros y sale corriendo mientras se engulle una tostada, escucha la campana a lo lejos, desvía su camino, de todos modos ya iba retrasado a la escuela.

Corrió sin detenerse, esquivando todos los obstáculos en el camino. Aunque, no pudo contra una anciana que camina lento por el camino empedrado. La ayudó con su bolsa del mercado. La buena mujer le agradeció con unas monedas, las que Lucas no rechazó.

Entró a la tienda de abarrotes, miró las vitrinas con variados pastelitos.

En otro sector de la tienda, algunas señoras comentaban sobre la mansión Johnson, a Lucas no le llamó mayormente la atención, pero cuando nombraron a su travieso ángel puso atención, cosa que nunca hizo en la escuela. Ellas hablaban sobre lo bien educada que es la señorita Isabel.

Lucas sonríe, continuamente escucha a la pequeña decir algunas malas palabras.

Se decidió por algunos dulces, cubiertos de chocolate... deja las monedas sobre el mesón.

El hombre que atiende mira a Lucas y sonríe. —Una pequeña fortuna, muchacho.

(le llena una bolsita con dulces de diferentes colores).

Lucas le regala una amplia sonrisa y sale corriendo llevando bien agarrada la bolsita, como evitando que se escapen los colores del arco-iris.

En su carrera se encuentra con unas niñas.

—Hola Lucas, que llevas ahí... ¿Son dulces?

—Son sapos, —responde.

Las niñas pusieron cara de asco y se fueron, Lucas sonríe, —Tontas, murmura.

Las niñas son raras, piensa; sin embargo, Isabel es distinta, ella es ángel.

Isabel olfatea una flor silvestre. —Mi mamá olía muy bien, —dijo con voz melancólica.

—¿Cómo era tu mamá?, —preguntó Lucas.

La niña hace una mueca, su padre ordenó retirar todos los retratos de las paredes. —A veces, cuando su rostro parece desvanecerse de mi memoria, yo, entro a hurtadillas a la habitación de mi padre. Huelo su perfume y siento que está a mi lado, cierro los ojos y puedo verla claramente.

Lucas quiso decir algo, pero que podría decir ante tales palabras cargadas de nostalgia y sentimientos.

Se escucha el sonido de la campana de la iglesia.

—¿Por qué nunca te veo los domingos en la iglesia?, preguntó Lucas.

Isabel respira hondo y contesta. —Mi papá no cree en Dios y yo tampoco.

Lucas, pestañea, le es imposible comprender como un ángel no cree en Dios.

—Mi profesor de ciencias, dice que somos descendientes de los monos, evolución, ¿entiendes? —preguntó Isabel.

Lucas pestañea e hizo su mejor imitación de un primate.

Ambos ríen, corrieron quedando enredados entre las ramas de zarzamora. Luego Isabel, sin escuchar la advertencia de Lucas, se trepó a un árbol. Luego no pudo bajar. Lucas respiró profundamente, tuvo que subir y rescatar al ángel que se niega a extender las alas. Finalmente, Isabel se aferró a su amigo y paso a paso de rama en rama, fue bajando lentamente, hasta que cerca del suelo una rama se quebró. Lucas sirvió de colchón para la pequeña.

Nuevamente, la ropa del muchacho quedó a maltraer e Isabel estaba toda enlodada por correr cerca del riachuelo y caer varias veces.

Los días pasaron, Isabel miraba por la ventana, suspirando, decepcionada, su amigo no ha vuelto. Lucas estuvo castigado.

Una mañana, el carruaje del señor Johnson se detuvo frente a la puerta de la escuela, cada mes donaba una importante suma.

Isabel está dentro del carruaje. Los niños se asoman a la ventanilla, al verla hacen muecas y morisquetas.

La niña mantiene la nariz respingada y luego les saca la lengua. Cuando vio a Lucas, sonrió. Pero el niño se hizo el desentendido.

Cuando el carruaje se fue, Lucas corrió detrás.

Después de algunos días.

Lucas nuevamente comenzó a faltar a la escuela, para correr hasta su lugar favorito, camina sigiloso, Isabel está en el mismo lugar. Podría acercarse, pero sabe que hizo mal al ignorarla. Se sienta a una distancia prudente, pero cuando la escucha sollozar no pudo más que acudir a limpiar sus lágrimas, claro que la niña le da un manotazo y se aleja, le grita que lo odia y que se aleje, que esa es su colina... Lucas también le grita, que no se irá, que la colina es de él, porque es mayor y porque la descubrió antes. Ambos se miran y se enfrascaron en una pelea, Lucas derriba a Isabel, empuñando su mano.

—Responde, quien es el dueño de la colina.

—¡Yo!, responde Isabel.

Lucas rueda los ojos. —Te golpearé.

Isabel infla las mejillas y cierra los ojos.

Lucas amenazante. —Está bien, tú te lo buscaste…

Isabel no pudo contra un ataque de... Cosquillas.

—¡Me rindo... es tuya!

Lucas sonríe victorioso.

Isabel hace una mueca, tonto, murmura.

—Lo siento, dice Lucas... no te ignoré, es solo que ni yo mismo lo sé.

Isabel respiró profundamente.—Lo sé, generalmente los niños son tarados.

Lucas hizo una mueca, pero estuvo de acuerdo.

Luego saca la bolsita con los dulces, todos derretidos. Le ofrece a Isabel.

—Si no quieres, me los comeré todos.



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En el texto hay: primer amor

Editado: 08.01.2024

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