Es una mañana fría por la espesa llovizna que se dejó caer. Lucas mira por la ventana como las gotas recorren por el tejado, dejándose caer sobre las hojas de un macetero.
De pronto en su corazón se desató una tormenta. Tal vez el ángel no quiera mojar sus alas.
Él es un caballero, la llevará sobre su espalda y cubrirá con su capa. No importan mucho sus caprichos mientras pueda verla y pueda seguir soñando con aquellos ojos tan negros como la más oscura noche; Pero ninguna noche puede ser tan oscura si la miras en los ojos de Isabel.
Olfatea un delicioso aroma y como todo niño que adora lo dulce, Lucas corre a la cocina.
—Quizás quieras llevar a las niñas de la escuela, —propone Anne acercando una bandeja.
El niño hace una mueca, —¿por qué querría llevar galletas a las niñas de la escuela? Sin embargo, a cierto ángel le encantarían.
Cuando dejó de llover.
Permaneció sentado en el pórtico de su casa, esperando el momento propicio para abordar un barco pirata, tal vez un galeón, como el de los cuentos de Anne. Su padre trabaja en la parte trasera de la casa y su madre tararea mientras sacude los cojines del sillón. Espera un descuido y tal vez poder escapar. Está castigado. La tarde del día anterior, Lucas acompañó a su madre al mercado, allí se encontraron con la maestra, ella habló con la señora Amanda, dijo que Lucas se duerme en clases, y cuando no está dormido se pelea con algún compañero, si es que, no se escapa de la escuela.
Cuando volvió a la casa, recibió un buen tirón de orejas y fue castigado, saldrá de la casa solo para ir a la escuela y a catecismo.
Lo enviaron a su cuarto a reflexionar. Un largo puchero acompañó al niño, Lucas se apoyó en la ventana, suspira, reflexionar ¿sobre qué?, sobre que puede reflexionar un niño de diez años.
Mientras sus padres...
—Debes hablar con tu hijo.
—Está creciendo, seguro son las hormonas.
—Con mayor razón debes hablar con él.
Mocoso solo tiene diez años, —dice la madre refunfuñando.—
El señor García sigue con sus labores, más tarde tendrá una seria conversación con su hijo.
Mientras, Lucas continúa reflexionando.
Es una necesidad, una añoranza, algo extraño, siente en su estómago y no pretende irse. A veces duele, a veces es grato. ¿Por qué Isabel hace que se sienta de ese modo?.
Ve a un grupo de niños de la escuela que corren hacia la plaza del pueblo.
—¡Mamá!, ¿puedo ir a jugar con mis amigos? (no esperó respuesta y se salió por la ventana)
La señora Amanda se asoma, secaba sus manos con el delantal.—¡Estás castigado!
Se quedó un rato mirando a su hijo ir detrás de los otros niños, respira hondo. —Agradezco a Dios que me dio un hijo varón, las niñas suelen escapar con el primer hombre que les endulza el oído.
Hubo un breve pero incómodo silencio.
Anne tenía diecisiete años cuando fue obligada por su padre a tomar los hábitos religiosos. Había escapado con un forastero que le dijo palabras bonitas al oído.
—¿Qué debo hacer?, dice la señora Amanda, volviendo al tema de su hijo.
Anne ayudando a hacer los bollos para el pan. —Es un niño, y como tal es inquieto, deseoso de descubrir el mundo que lo rodea.
Otro momento de silencio, hasta que la señora Amanda preguntó...
—Por qué no quieres volver al convento, ha sido tu hogar por años.
—Quiero ver el amanecer con sus atardeceres, sin una ventana con rejas. No quiero despertar y dormirme golpeando mi pecho por haber amado a un hombre.
—No debes hablar así, es blasfemia, estás casada con Dios.
Anne esboza una sonrisa.—Casada con Dios.
—Ya no eres una mujer joven.
Anne sonríe. —Por lo mismo quiero vivir en libertad, los años en que me quedan.
—No seas melodramática mujer, no quise decir que eres una anciana a punto de morir, simplemente que me preocupa, has vivido tantos años en el convento.
—No por mi gusto, dice Anne, finalizando la conversación.
Mientras...
En el camino, un niño desafía a Lucas (tiene las manos empuñadas), la otra vez me pillaste desprevenido (dice y todos los demás comenzaron a gritar, ¡pelea, pelea!).
Lucas nunca le hace el quite a un desafío, menos cuando se trata de un feo pirata.
Mientras tanto en la mansión Johnson
El profesor dormita en un sillón, Isabel mira hacia la ventana, aquella cara graciosa no ha vuelto aparecer. (Hace un puchero), seguro está escuchando esas tontas historias.
Más tarde
Lucas entra en puntillas, nuevamente su pantalón sufrió los estragos de la pelea, una rodilla y el bolsillo trasero cuelgan de un hilo. Respira hondo, se cambió de ropa y se tumba en la cama, tendrá que soportar un nuevo coscorrón de su madre.
Anne lo vio llegar y entrar a escondidas, le llevó un vaso de leche, pero el muchacho estaba dormido, seguro sueña con angelitos (piensa) y no se equivoca.
Al rato
Lucas despierta dando un gran bostezo... ve a Anne sentada en una silla mecedora, que perteneció a su abuela.
Ella sonríe, —listo quedó como nuevo, es una de las ventajas que aprendí en el convento—.
Lucas ve su pantalón perfectamente remendado.
—¿Volverás al convento?, pregunta restregando sus ojos.
—No volveré.
—¿Por qué?
—Porque no es lo que mi corazón quiere.
—Cómo sabes lo que el corazón quiere.
—Solo lo sabes.
El niño hace una mueca, los adultos a menudo contestan cosas como esa.
Comenzaba a atardecer, Lucas acompañó a su padre al pueblo, se afirma de la baranda de la carreta, esperando que tome el sendero mágico hacia el castillo del querubín, pero el señor García tomó otro camino.
—Tu madre está preocupada, la maestra dice que te distraes demasiado en clases, ¿una linda niña de tu clase, es el motivo?, preguntó su padre.
Lucas hace una mueca, piensa (por qué una niña de la escuela tiene que ser el motivo de todo?)