Y una noche de luna llena.
Después de cenar, Lucas se fue al cuarto, diciendo que tiene mucho que estudiar. Su padre alza una ceja.
La señora Amanda sonríe mientras zurce los calcetines de su esposo. Luego viendo a su cuñada que lee una novela.
—Una monja leyendo novelas, es algo extraño, comenta con cierto tono irónico.
—Te regalo los salmos, —contestó Anne sin dejar de mirar las páginas del libro.
El señor García carraspea.
Mientras tanto... Lucas se escapó por la ventana.
Isabel bajó las escaleras procurando no hacer ruido. Pero teme que los latidos de su corazón la delaten. Camina sigilosamente, no sea que la bruja despierte de su letargo. Piensa al pasar cerca de la habitación del ama de llaves. Cuando está a salvo de la bruja, una voz y una fría mano tocan su hombro.
—Señorita, qué hace a esta hora, afuera y sola.
La niña sintió escalofríos de la cabeza a los pies.
Después...
Isabel respira profundamente, es el cochero. —Por un momento pensé que eras un troll...
Manuel se indica y ríe. —¿Un troll?
Isabel habla bajito.—Por favor, no le digas a nadie, si no llego a tiempo, estaré muy triste... lloraré mucho.
El buen hombre acaricia su cabello. —No queremos que eso suceda, entonces dese prisa.
La niña sonríe y corre.
Lucas la espera un poco más adelante.
De todos modos, el cochero los siguió sin que ellos se dieran cuenta.
—Debes mantenerte detrás de mí, dice Lucas.
Isabel pestañea, su caballero tendrá que enfrentarse a muchos peligros, antes de llegar al mundo de las hadas.
—Pero no te preocupes, ya me encargué de todos los villanos con mi espada, dijo el orgulloso caballero.
Al rato, ambos niños esperan sentados en el manto verde del prado. La brisa mueve las ramas de los sauces, como si fueran largas cabelleras.
—Dónde están las hadas, pregunta Isabel con impaciencia.
—No vendrán, —dijo Lucas bajando la voz, casi murmurando.
En ese breve silencio solo se escuchaba el sutil susurro de los sauces.
Lucas quiso disculparse. —Lo siento... yo...
—No hables o las vas a espantar, dice Isabel con apenas un hilito de voz. Lucas mira al frente, pequeñas y tímidas lucesitas emergen entre el follaje y los sauces, lucesitas que se reflejan en el estanque, luego fueron miles.
Se quedaron quietos, mirando con fascinación, hasta que las lucesitas desaparecieron.
Isabel no sabe si reír o llorar —¡Fue genial!— exclamó emocionada.
Lucas sonríe, luego suspira, sabe bien que solo fueron luciérnagas.
O quizás fueron hadas disfrazadas de luciérnagas.