Recordarte

Capítulo 4

3
SIENNA

Es imposible saber cuándo llegará esa persona que ponga tu vida del revés. Simplemente pasa.  Es rápido. Un golpe de suerte. Un encuentro fugaz, típico de película o de novela romántica diría yo.

A lo largo de nuestra vida nos encontramos con miles de personas de forma diaria en cualquier lugar, en el parque, en el metro, en el supermercado, en el trabajo, en una cafetería o en medio de la calle. ¿Quién sabe?

Quizás ni siquiera os deis cuenta de ellos, quizás simplemente crucéis lado a lado sin daros cuenta. O quizás sí. Quizás os veis y os dais cuenta de que esa persona va a joder toda vuestra vida desde principio a fin.

La vida es así de caprichosa, así de jodida. Ella elige dónde poner cada cosa en su lugar y a nosotros nos eligió aquella noche para lo bueno y para lo malo. Nos eligió a nosotros aquel día en Madrid cuando salía del trabajo. Eligió colocarnos a ambos en el lugar y el momento concreto para que todo sucediera. Nos eligió incluso sin que nos percatáramos de ello hasta que ya estábamos metidos de lleno.

Yo metida en su coche, un dato para nada que olvidar.

Abrí los ojos algo aturdida. No sabía muy bien dónde estaba. Todo me daba vueltas pero no recordaba nada de lo sucedido.

–¿Estoy viva? –me froté la cara para enfocar mejor la vista sin entender nada de lo qué había ocurrido.

Solo recuerdo que hoy salía antes de trabajar. Había terminado mi turno y me despedí de Charly antes de salir por la puerta para ir a casa directa que después de tanto trote estaba muerta de agotamiento.

Hace un rato estaba en el bar y de repente, estaba en un coche subida. En el asiento del copiloto más concretamente.

Joder. Qué cague me estaba entrando.

Esto solo pasaba en las películas de miedo. En esas en las que te secuestran y nunca más vas a volver a vivir. Mueres sin despedirte de los tuyos. Yo no quería ser la víctima. Joder. Era demasiado joven para morir. Al menos no de esa forma.

—¡Socorro!

—¡Ayuda!

—Me han secuestrado.

Empecé a gritar como una loca sacada del centro psiquiátrico. Era lo único que se me pasaba por la cabeza hasta que me di cuenta que todas mis cosas estaban justamente delante de mí.

Ahí. Bien colocaditas. Delante de mí.

Vale. Un asesino en serie te requisa todos tus objetos personales y te deja incomunicada de la sociedad –al menos eso era lo que había aprendido de las pocas películas de miedo que Charly me obligaba a escuchar, ya que me daba miedo verlas y me tapaba los ojos—. No te los pone en tus narices para que llames a la policía y te salven. Qué raro todo.

Quizás me había alarmado demasiado. O quizás había sacado todo un poco de contexto, cosa que descubrí cuando un tipo con cara de pocos amigos me decía que me callara con gestos a través de la ventanilla contraria.

Si las miradas mataran, sus ojos azules me habrían decapitado en ese momento. Vamos, que estaría muerta y sepultada.

Intenté abrir la puerta de mi lado para pisar la calle cuando me di cuenta de una obviedad que pasé por alto en un primer momento hasta ese entonces.

—Anda, si estaba la puerta abierta —solté lo más simpática posible fingiendo la mejor de mis sonrisas. Mi cara debía ser un cuadro. Qué vergüenza, la que había montado. ¿Había estado abierta todo el rato? Esperaba que no, porque de haber sido así, habría sido muy patético por mi parte—. Qué gracia, ¿no? Je, je, je.

Creo que me asusté un poquitín demasiado. En situaciones de estrés mi cerebro se colapsa y no puede pensar, ¿vale? No era culpa mía abrir los ojos y encontrarme en un coche desconocido, jolín, había que comprenderme a mí también.

—Sí, es muy gracioso ver como todos te miran raro porque hay una mujer dentro de tu coche pidiendo auxilio.

¿Estaba enfadado? Enfadada debería estar yo. ¿Por qué? Ni idea. Pero debería ser así.

Estaba subida en su coche a la fuerza. Yo ahí no me había montado y no sabía que había pasado.

— Me encantaría poder discutir sobre el secuestro no secuestro pero quizás deba esperar— hice una pausa mientras se acercaba a la luz para dejarse ver. Era joven. De mi edad quizás. ¿Algo mayor? Sí, lo era. Y un poco guapo también. Pero solo un poco—. ¿Me explicas qué ha pasado para que yo esté aquí y no en mi casa?

—Ahhh sí. Lo de antes...te va a hacer gracia— dudó. Parecía nervioso como si se tratara de un niño que le ha robado la pelota a otro para tirar él a la portería.

—Justamente eso. Sí.

— Lo siento — consiguió decir al tiempo que ponía una cara de lo más adorable posible. Un puchero de bebé del que todavía me acuerdo a la perfección—. Ha sido sin querer.

—Me encantaría pillarte pero es que no te pillo. Claridad chico. ¿Qué ha sido sin querer?

—Nada que tú venías, yo estaba con el móvil en una llamada, he abierto la puerta para coger un par de cosas y digamos que te he dado con la puerta, repito, sin querer –me explicó contándome toda la historia haciendo hincapié en que me subió al coche para que no estuviera tumbada en el suelo como una moribunda y colocó todas mis cosas a conciencia frente a mí para que no liara ningún pollo como el que acababa de liar minutos antes. Je, je.

Era gracioso ver como definía la escena lo más claro posible. Coño, ¿qué se pensaba? Tampoco iba a matarlo por eso. Me hizo demasiada gracia. Tanto que no pude contenerme la risa que estaba floreciendo en mi garganta. Estallé en carcajadas delante de él.

Es que su forma de explicarse no iba para nada en concordancia con su aspecto físico. Ya sabes. El típico tipo duro, gruñón, misterioso y todas esas cosas. Parecían dos personas completamente opuestas al escucharlo defenderse de lo ocurrido. Era como pillar a un niño de tres años con las manos en la masa.

—¿Te hace gracia?— tartamudeó sin entender la situación y el porqué de mi risa. Siendo sincera yo tampoco lo entendía pero surgió, así como surgió este encuentro fortuito que descolocó mi vida drásticamente.



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En el texto hay: amigos, romance, amor

Editado: 02.11.2023

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