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ENZO
No sabría decir porque me quedé durante unos minutos viendo como entraba al edificio y su figura se desvanecía entre los reflejos de luz de la lámpara encendida. Pero lo hice. Joder, que si lo hice, me quedé embobado mirando la oscuridad en la que se había adentrado desapareciendo de mi círculo de visión.
Cuando Sienna cerró la puerta tras ella, me quedé un rato pensando si estaba haciendo lo correcto. Había pasado la mayor parte de mi vida centrada en mercancías. En un tráfico ilegal que me llevaba loco perdido. En soportar los comportamientos de mi padre tras la muerte de mamá.
Hasta ahora.
Siempre fui el hijo con cabeza para el trabajo. El que no se metía en follones. El que no tenía distracciones. Nada de parejas. Solo rollos de una noche. Eso es lo único que podía permitirme. Lo único que mi padre adoptivo me había inculcado. A mí.
Mi hermano mayor tenía su pareja ya consolidada desde hacía varios años e incluso se casarían en breve. Por otro lado, Sam siempre había sido un alma libre así que Tomás se negó a intentar domar a la yegua loca y revoltosa.
Por eso fue a mí a quien enseñó de aquella forma. Y yo había seguido todos y cada uno de los pasos que él me dictaba como un ciego sigue a su perro fiel.
Pensándolo bien, en mi cabeza surgían preguntas que atormentaban mi existencia actual con algo desconocido que nunca antes había sentido.
¿Y si realmente la situación era preocupante? ¿Y si me había colado por una chica a la que había visto durante poco más de media hora? ¿Realmente en cuarenta minutos una persona puede enamorarse de otra a la que ni siquiera conoce?
No creo que sea amor. Quizás es una chispa. Pero no amor.
El amor es algo muy fuerte. Algo que nunca había sentido. Algo que ni siquiera sabría cómo describir. Una sensación extraña y nueva en mi vocabulario, así que eso no podía ser. Estaba seguro.
Arranqué el coche para huir de ahí de una vez por todas. Tenía que librarme de esa nube de confusiones y seguir ahí en su puerta sólo empeoraría las cosas de lo sucedido. Aunque el aroma de perfume de coco ya había dejado rostro en mis fosas nasales y sería difícil de olvidar por un tiempo. Olía tan bien de lejos a esa distancia que no quería ni imaginarme como sería olerla de cerca, a centímetros, o mejor, a milímetros. Cómo sería tocarla. Cómo sería sentirla.
Fue cuando aparqué mi BMW X6 M en mi plaza de garaje cuando me di cuenta de la presencia de un objeto ajeno en el suelo de mi coche. En la alfombrilla del asiento del copiloto.
Alargué el brazo para alcanzar lo que hubiera ahí y encontré una gorra. La gorra negra que Sienna llevaba puesta antes de quitársela para ver si tenía algún hematoma por el golpe. Una gorra negra con la palabra "Adantza" escrita en un tono gris claro casi blanco.
"Adantza". Qué palabra tan rara. No la había oído en mi vida. No sabía que podría ser pero pronto lo descubriría. Lo mismo no era nada. O lo mismo lo era todo.
"Adantza". Era una palabra bonita, de esas palabras raras que se leían escritas en murales decorados con palabras extrañas que nunca antes habías visto.
"Adantza". Era una palabra simple. Una palabra de siete letras que escondían un significado mucho más profundo del que yo conocía por aquel entonces.
Vale. Gorra encontrada. Solo faltaba devolvérsela.
No sé si era cosa del karma, del destino, de la alineación de los astros o de una simple casualidad, pero parecía que todo lo que me rodeaba había conspirado a mi suerte para volverla a ver.
El universo estaba moviendo sus hilos para forzar nuestro reencuentro.
A veces, solo es cuestión de hacer algo en el momento exacto para que tu vida sufra un cambio radical. He ahí la importancia de nuestras decisiones, porque todo lo que decidamos, por minúsculo que sea, tendrá un efecto posterior en nuestra vida. Absolutamente TODO. ¿Por qué yo acepté desgraciadamente hacerle el "favor" a Tomás? ¿Por qué ella salía del trabajo a esa hora? ¿Por qué caminaba justo por ese lado y no por la acera de enfrente? ¿Por qué aparqué ahí y no dos calles más lejos? ¿Por qué yo tenía la libreta dentro del coche?
A veces las cosas pasan por algo.
La vida nos había elegido y eso era una realidad que en un futuro veríamos.
La gorra era una señal. Era mi casilla de salida para la carrera en la que me encontraba en ese momento de mi vida.
Parece que al final la vida sí quería que volviera a verla. Ahora solo tenía que encontrarla y hablar con ella.