Recuerda para que me recuerdes

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Viernes 15 de febrero, 2019.

No hay nada de bueno en que tu padre te llame en medio del trabajo diciéndote que está enfermo. Menos cuanto de encuentras al otro lado del país haciendo lo que más te apasiona en la vida. Cuando terminé de hablar con él colgué y me quedé mirando la pared blanca frente a mí. No puedo perder a mi papá luego de perder a mi madre, quedaría sola. Digo, tengo amigos que cuentan como familia, pero, simplemente, no puedo perderlo.

Salí de mi trance y camino en dirección al despacho de Brendon, mi jefe. Él me recibió con una sonrisa extensa, algo maravillada. Me tragué todo los sentimientos extraños. Necesitaba decirle, como una profesional, que necesitaba vacaciones o algo para poder ir con papá.

— ¿Mare?

— Necesito hablar contigo. —Dije en forma de saludo.

Su cara se moldeó en una mueca extrañada, confundida. Lo entendí y solo me enderecé. Le sonreí. Tome asiento en una de las butacas y quería ponerme una blusa o algo, pues solo vestía mi top deportivo y una licra deportiva; me sentía incomoda de esa manera, más que todo con el frío del aire acondicionado.

— Nada grave, tranquilo— Le digo.

Le expliqué que tenía que irme a carolina del sur para estar con papá. Él no me explicó de qué, exactamente, está enfermo. Pero eso no importa. Brendon solo me dijo que tenía que estar antes del verano disponible. No me importa; cuatro meses son suficiente.

Bajo del taxi y el aire fresco me llena los pulmones. El taxista me ayuda a sacar mi equipaje y se fue luego de recibir la paga. Observo los edificios de ladrillo estilo georgiano en su mayoría, claro, si no son cabañas en medio del derrumbe.

Luego de que hablé con Brandon, mi jefe, me permitió tomarme cuatro meses para estar con mi padre. Dijo que siempre habría un lugar para mí en la academia, claro, suponiendo que soy de las mejores que pudo haber encontrado sin que le importara el trabajo solo por las estrellas que iban para sus coreografías. Mi compañero de departamento solo me dio sus mejores deseos y una maleta llena de sus mejores diseños de ropa para "sobrevivir en la granja". No antes de hacerme ver la serie de RuPaul de nuevo antes de irme.

Unas cuantas personas me observa extraño cuando pasan por mi lado. Crecí aquí, en un lugar donde todos se conocen entre sí, pero al parecer no me reconocen. Bien por mí.

Emprendo mi camino hasta la iglesia, o por lo menos a donde creo que está, para esperar que Elise, mi nana de pequeña que al parecer ahora se encarga de papá, llegue por mí. Me es bastante difícil llevar las tres maletas sin hacer ruido o caminar con dificultad. Paso frente a una tiendita de botánica. Camino lo más rápido que puedo, no puedo permitir que la dueña me vea porque si no... La puerta se abre y un pequeño grito se escucha.

— ¡No lo puedo creer! ¿Mare? ¿Mare Langdon, eres tú?

La observo. Cabello rizado y castaño, piel Morena y pequeñita. Si, sigue exactamente igual a cuando deje este lugar y al parecer ella, que esperaba no encontrarme, si me recuerda.

— Gina...

Ella se acerca y limpia sus manos en su delantal de flores. Nos conocimos en la secundaria, ella era nueva y yo fui obligada a mostrarle el instituto. Al principio me agradó, hasta que empezó a decir que también quería bailar y entró en la pequeña academia de baile en la que yo estaba y me hizo caer frente a todos en el festival de primavera. Lo sé, cosas de niñas, pero eso en una u otra forma me dejó traumada y ya no puedo bailar sin antes revisar mis zapatillas al menos tres veces. Solo para ver que alguien no las haya llenado de cera.

— ¡Claro!—Ella se acercó y me toma de los hombros — ¡Dios, estás tan cambiada!

Me atrae hasta ella y me abraza. Yo solo sonrió poco y me aparto con gentileza. No puedo creer que no crea que yo ya no la aprecio tanto. Claro, fue algo así como mi mejor amiga, pero en tiempos difíciles solo se apartó y puso cera en mis zapatillas para hacerme quedar en ridículo en nuestro dúo.

» ¿Qué tal Los Ángeles?

— Bien, soleado, ya sabes.

Empiezo a caminar de nuevo, pero ella habla.

— ¿Sabes? Deberíamos reunirnos la generación—La observo con los ojos muy abiertos.

— ¿Perdona?

— Ya sabes. La clase, nuestra generación. Casi todos están aquí. Trevor, Tyler, Clarisse, en fin, todos, hasta el extranjero vino de visita.

Por supuesto, mi mejor época. Mentira, nunca volvería a mis tiempos de colegiala ni aunque me pagaran. Odio el instituto, tener que estar con las personas y soportar todo de ellas, tener que hablarles y tener que estar rodeado de personas falsas. Los profesores que se enfocan en hacerte perder su asignatura, consejeros que les pagan solo por sentarse y no hacer nada útil y la comida que sabía a ceniza y petróleo.

— Sí, eh, Gina, me esperan, tengo que irme.

Ella asiente y se despide entrando de nuevo a la tienda con una sonrisa en su cara.

Empiezo a caminar de nuevo hacia la iglesia. Antes de llegar siquiera a la entrada reconozco la vieja camioneta de papá que se aparca a pocos metros de mí. Un hombre castaño y alto se baja de ella, me sonríe cruzándose de brazos y recostándose en la puerta recién cerrada.

No, no, no, solo eso faltaba. Ahora solo falta que mi exnovio salga de la iglesia casándose y dándome miradas de desprecio por dejarlo por mi sueño. Ese hombre, el de la camioneta, no debería estar en el pueblo, ni siquiera debería estar en el estado.

No me enteré de que había dejado de caminar hasta que él enmarca una ceja y golpea un poco la camioneta. Resoplo y empiezo a caminar de nuevo arrastrando las pesadas maletas. Cuando llego junto a él toma mi equipaje y lo pone en la parte trasera del auto. Mientras él hace es yo rodeo la camioneta y entro, casi de inmediato el olor a medicamento en el auto me inunda las fosas nasales. Observo la bata blanca hecha un puño en medio del largo asiento. Suerte para mí que venga saliendo del trabajo.



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Editado: 11.11.2020

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