Recuerda para que me recuerdes

3

Lunes 18 de febrero, 2019.

La señora Darmond no bromeaba sobre eso de ayudar a Nicholas en el granero.

Después de que dejé su casa y volví a la mía cené junto a papá y Elise. Luego solo subí a mi antigua habitación y me quedé ahí, pensando.

No es posible que Nicholas sea el mismo luego de que se fuera. Yo no soy la misma de hace casi diez años, tampoco Leigh, Jesse o Tyler. Por desgracia, es mejor su versión de quince años que no había descubierto la magia de la necedad.

No obstante, cuando me fui sabía lo que dejaba atrás, pero una familia no me podía retener, además, no sabía que ellos se iban a distanciar tanto. Querían que peleara por algo que era más suyo que mío, algo que al mismo tiempo también me destruía a mí, pero estuve ahí para ellos por años y cuando decidí hacer algo por avanzar me techaron de bruja.

Sí, también los dejé; no los busqué.

Tenía un mejor amigo, un hermano mayor, una hermana mayor, un amor y una hermanita. Lo sé, pero no pensaba para nada como las cosas resultarían; no me arrepiento de decir que tomaría las mismas decisiones, no importan los daños colaterales. Pero me pregunto si ellos se alegran de que me vaya bien. Saben que siempre los quise y lo sigo haciendo. Sé que Leigh lo hace, ella me entiende, ella siempre fue algo así como mi confidente, además, ella ahora tiene su vida, no tiene tiempo para pensar en cosas como estas.

Ella tampoco me mira como noté que Tyler y Jesse lo hacen: como si hubiera matado a lo más preciado de sus vidas. Jesse...la verdad me esperaba más de un adulto hecho y derecho con una carrera de renombre.

Tyler, él también tiene su carrera y su vida está empezando, pero al parecer entre su plan de estudio hay un espacio para molestar.

Igual, parte fue mi culpa, ese repelente que usan hacia mí es por algo que no pude ni puedo controlar y todos los santos saben que lo intenté. Pero llegué a la conclusión de que a Nicholas lo perdí, Jesse me ignoró, a Leigh la olvidé, dejé a Tyler y Emily no tomó mucha importancia, estaba demasiado pequeña.

Y luego caí dormida como un bebé.

Hoy, a las siete de la mañana, luego de que Elise y papá me intentaran despertar fallando para luego optar por tomarme de los tobillos y que yo intentando dormir más agarrara los barrotes del espaldar, me levanto para desayunar e ir al garaje donde papá arregla la vieja camioneta de mamá.

Sé que sigue reparando ese cacharro viejo solo para creer que ella sigue aquí, como si eso fuera a hacer regresar.

Carraspeo y él saca su cabeza del hueco ese donde está el motor y todo eso de los autos.

— Buenos días.

— Buenos días— pienso mis palabras— ¿Qué tengo que hacer con eso del granero y Nicholas?

Él sale por completo de su pequeño lugar dentro del auto.

— ¿Nicholas? —Pregunta, yo me encojo de hombros—Mare, si no quieres...

— ¿En serio? —Lo interrumpo.

Bien. Mis uñas intactas y mis manos al fin bien cuidadas también, nada de polvo, grasa y todo otro tipo de suciedad en mis poros. Nada de polvo en mi cabello tampoco.

— No. Él ya está ahí, pregúntale.

Resoplo y me despido de él caminando hacia el granero en medio del derrumbe. A lo lejos veo la pradera de mi padre, donde hay vacas pastando. Aparto mi mirada de ellas. Dejé de comer carne a los quince, cuando fui más consciente de que me estaba comiendo a Milly, mi vaquita, y que ya lo había hecho con más cosas que estuvieron vivas, luego muertas y que su cadáver fue descuartizado , luego cocinado y servido en una mesa. Asqueroso, cruel.

Tampoco pasé desapercibido que solo hay vacas. Más a lo lejos, en otra pradera más pequeña a la izquierda, papá tiene un granero en funcionamiento con más animales junto al señor Darmond. No para criar y matar, sino más para las ferias y todo eso que Mackenzie y sus pueblerinos aman.

Entro y escucho ruido al fondo, en lo que anteriormente fue una oficina, pero al parecer ahora es una cámara llena de madera y aserrín a montones. Entro por completo observando a Nicholas serruchando un tablón de madera. Se supone que al fondo del granero hay un taller donde papá solía tallar y hacer sus muebles para saciar su amor por la ebanistería. Por eso es que no hay razón para hacer esto aquí.

Carraspeo.

Él deja su labor por un momento, levanta la cabeza y me observa con mechones de cabello castaño tapando sus ojos. Asiente y sigue con su trabajo de serruchar con, eh, el serrucho.

— Se supone que tengo que hacer algo.

Él deja de cortar la madera de nuevo. Toma aire bruscamente para con una sacudida de cabeza apartar su cabello de su cara.

— Toma estos—dice con voz gélida, casi monótona, mientras señala las láminas cuadradas de madera —y apílalos allá.

Hago lo que me dice. Es raro hablarle después de tanto. Luego de que él volviera y que nadie me lo dijera, ni siquiera papá o Elise.

Preferí no decirlo, no sentirme ofendida o herida por eso, no quiero que piensen que me afecta, no lo hace. Solo es eso, me ofenda un poco que no lo hayan ni siquiera comentado cuando, en su momento, fue muy importante para mí.

Pero es algo en lo que no había pensado hace cuatro años, ya nada de eso duele. Sí, me rompió el corazón cuando se fue, pero ahora yo soy más fuerte que mi yo de catorce y diecisiete. Ahora no puedo permitirme siquiera preguntar ni alegar o reclamar, yo ahora sobro en Mackenzie. Mi lugar ya no es aquí, ya no es mi hogar porque no hay anda que me retenga.

Me volteo cuando no hay nada más que apilar. Lo veo de espaldas a mí, tomando otro tablón de madera. Me volteo antes de que pueda verme viéndolo. Pasé tanto tiempo recordándolo como un adolescente de catorce años, recordándolo como la última vez que lo vi, cuando yo era más alta y él solo tenía un bigote asqueroso de tres pelos. Cuando no tenía una voz gélida y monótona sino una dulce en medio del cambio.

— Así que volviste—dice sacándome de mis pensamientos—. Me dijeron que vives en Los Ángeles.



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Editado: 11.11.2020

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