Recuérdame

Capítulo 2

     A las seis de la tarde cerramos el negocio. Madame Marie Claire me da la mitad de las propinas. Sé que tintinearé de regreso a casa. Necesito un monedero. También necesito dejar de olvidar la billetera. Jacques entra cuando madame Marie Claire y yo estamos apagando las luces. Me saluda con un beso en la mejilla.

     Cerramos y subimos al auto de madame Marie Claire. Huele al exquisito perfume que ella usa. Es mejor que el auto de monsieur Montalbán, que apesta a tabaco. Madame Marie Claire conduce hasta la residencia de la familia Montalbán. Los Montalbán ocupan la mitad de la casa del alcalde Gaudet. Podría pasar por una mansión, excepto por el aspecto rústico. Me encantaría vivir en una casa así.

     El vehículo se detiene y madame Marie Claire baja del auto para que Jacques ocupe su lugar en el asiento del conductor. Yo ocupo el asiento del copiloto.

     —Llega temprano —dice madame Marie Claire—. Ten cuidado y no te metas en problemas.

     Jacques asiente, besa la mejilla de su madre y nos ponemos en marcha. Él pone una mano en mi rodilla y yo le dedico una sonrisa.

     —¿A dónde vamos?  —le pregunto.

     Él mira su ostentoso reloj de muñeca antes de responder.

     —A tu casa —dice—. Debes dormir, o mañana se te volverá a hacer tarde.

     Me hundo en mi asiento, decepcionada de no haber señales de una velada romántica.

     —Creí que me darías otro adelanto de mi obsequio de cumpleaños…

     Él suelta una carcajada contagiosa.

     —Siempre supe que estabas conmigo por los obsequios, pequeña oportunista —dice, y da un cariñoso apretón a mi rodilla.

     —¿Pensaste que salía contigo sólo por tu carisma o por tu atractivo?

     —Eso duele —me dice intentando parecer herido y ofendido, pero no deja de reír.

     Finalmente estaciona su auto frente a mi casa. No hemos hecho más de cinco minutos de camino. En momentos como éste desearía que Le Village de Tulipes fuera un pueblo más grande. Jacques apaga el motor y baja del auto para abrir mi puerta y ayudarme a bajar del vehículo. Rodea mi cintura con un brazo. Nos detenemos el pórtico y le pregunto, antes de girar el pomo para entrar:

     —¿Quieres quedarte un rato?

     Mira de nuevo su reloj. Me encanta ese gesto suyo, aunque parece más un tic nervioso. Su padre es tan estricto, que siempre debemos estar al pendiente de cada movimiento de la manecilla del reloj.

     —No puedo. Mi padre dijo que en la cena tendremos una charla. Quiere que volvamos a hablar sobre la universidad.

     Ese tema de nuevo…

     —Anda, vete ya. No queremos que te envíe a trabajar en la verbena.

     Vuelve a soltar una carcajada.

     —Te veré mañana —dice, y pellizca mis mejillas hasta dejar una marca roja—. Vendré por ti para que no vuelvas a llegar tarde.

     —De acuerdo.

     Me da un beso en los labios, de esos que te roban el aliento. Me fascina esa sensación, ese cosquilleo que me provoca en el estómago con cada uno de sus pequeños gestos. Nos separamos y nos miramos a los ojos durante un minuto entero.

     Junto a él, incluso un segundo parece una eternidad.

     —Te amo, Apoline —me susurra y me besa mi rente.

     —Yo te amo más, Jacques.

     Él se aleja para subir de nuevo a su auto. Es ahora que me doy cuenta de que no me ha entregado ningún adelanto de mi regalo de cumpleaños. Me quedo quieta en la entrada hasta que veo las luces de su auto desaparecer, tan sólo rogando a los cielos que no lo alejen de mi lado por culpa de la maldita universidad.




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