Recuérdame

Capítulo 4

     Jacques me pide que suba al auto, y yo le obedezco sin rechistar. Él ocupa su asiento y pone en marcha el vehículo sin mediar palabra conmigo. Conduce demasiado rápido, tanto que pronto nos encontramos afuera de mi casa. ¿Estará molesto conmigo?

     Apaga el motor y se queda quieto sin soltar el volante, lo aferra con fuerza como si se le fuera la vida en ello. Intento decirle algo, cualquier cosa, pero mi voz parece haber desaparecido. Estoy segura de que algo terrible le ha pasado.

     —¿Estás bien? —consigo decirle con un hilo de voz.

     Él ni siquiera me mira.

     —¿Tu madre está bien? —insisto, y por un momento me siento culpable por el hecho de que el bienestar de su padre no sea parte de mis inquietudes.

     Lo veo reprimir un sollozo y una lágrima solitaria recorre su mejilla. Me parte el corazón verlo así y no saber qué hacer para ayudarlo. Parece pasar una eternidad hasta que él me responde.

     —Lamento no haberte llevado hoy al trabajo —me dice.

     —Eso no importa —le digo—. ¿Está todo bien? —insisto.

     Jacques tarda un minuto entero en responder.

     —Mi padre quiere que vaya a hacer la prueba de ingreso para universidad —me dice intentando parecer indiferente, pero sé que hay algo más de trasfondo.

     —Entiendo…

     Un examen no debe ser tan grave. Me siento egoísta al desear que Jacques no pase la prueba. Lo veo tomar una bocanada de aire.

     Aquí viene otra explicación.

     —Al parecer logró conseguirme un lugar en la Université Pierre et Marie Curie. Debo presentar la prueba por mera formalidad, pero…

     —¿¡Irás a la universidad!?

     Jacques finalmente me mira y sé que se ha enfurecido. Ir a la universidad no es una decisión suya, es cosa de su padre, y con mi comentario estoy culpando a Jacques. El nudo en mi garganta crece.

     —Lo lamento, Jacques… Me tomaste por sorpresa, no quise que lo que dije se escuchara mal.

     Me mira y esboza esa sonrisa suya. Me siento tan mal por ver aún sus ojos llorosos que le tomo la mano con fuerza. Sé que ambos estamos pasándolo mal por esta noticia, pero también estoy segura de que encontraremos una solución.

     Él le da un apretón a mi mano con fuerza.

     —Mi padre quiere que me mude a París con él —continúa e intento parecer tranquila, para que no se enfurezca o se sienta peor—. Al menos, mientras termino la Universidad.

     —Pero… Tu padre es el médico del pueblo. No puede irse —le reclamo y esta vez no puedo evitar que se haga notar mi enojo en contra de monsieur Montalbán.

     —Otro médico vendrá a tomar su lugar —explica y eso me tranquiliza un poco—. Mi padre sólo busca una excusa para volver a la ciudad. Sabes que nunca le ha gustado vivir aquí.

     Vaya que lo sé… Monsieur Montalbán nos considera aborígenes, salvajes. Cree que somos personas ignorantes y analfabetas. ¿Cuál es su problema? Pero hay algo que me inquieta más que ese hombre, y debo decírselo a Jacques antes de que sea tarde. Así que tomo un respiro y se lo digo.

     —¿Qué pasará con nosotros?

     Me mira como si acabara de anunciar que tengo cáncer en fase terminal. Se toma su tiempo para responderme. Sé que está pensando cuando se pasa una mano por el cabello y suspira. Comienza a tamborilear en el volante con los dedos. Cada segundo me parece una eternidad. Creo saber lo que viene a continuación. Me dirá que es mejor que lo nuestro no siga. Hasta aquí llega nuestra relación. Se forma un nudo en la garganta y puedo sentir las lágrimas correr por mis mejillas cuando él pasa un brazo hacia el asiento trasero del auto y toma un pequeño paquete.

     Es un obsequio a juzgar por el brillante papel de colores que lo envuelve. Lo pone sobre mi regazo y desvía la mirada.

     —Mi madre lo trajo para ti en su último viaje a la ciudad, pensaba dártelo anoche, pero lo olvidé. Y creo que…

     Se interrumpe al escuchar que rasgo el papel para descubrir un teléfono móvil aún guardado en su caja. Me quedo sin habla cuando veo que él no quiere terminar conmigo. Dejo la caja sobre mi regazo sin atreverme a sacar el aparato. Miro a Jacques, y veo que él está un poco más tranquilo.

     —No puedo llevarte conmigo, aunque mataría por hacerlo —me dice. Sigue sin mirarme y sé que romperá a llorar de vuelta si nuestras miradas se cruzan—. Con ese teléfono podré llamarte todo el tiempo.

     Vuelvo a mirar el aparato y me niego a sacarlo aún de su empaque. De alguna forma siento que si comienzo a utilizarlo será como despedirme definitivamente de Jacques y no pretendo dejarlo ir. No aún. Jacques se inclina para acercarse a mí y me toma la barbilla con un par de dedos para obligarme a mirarlo. Puedo notar un destello de desesperación en sus ojos de color aceituna.

     —Apoline, escúchame —me dice con firmeza—. Necesito saber que vamos a seguir juntos a pesar de que me vaya.

     —¿Cuándo te vas? —logro articular con voz tenue, aunque no sé si quiero saber la respuesta.




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