Despierto cuando escucho voces en el pasillo. Lo primero que percibo es que estoy desnuda, y que las sábanas que me cubren no son las de mi cama. Jacques está durmiendo plácidamente junto a mí. Me abraza con fuerza y puedo sentir su desnudez contra mis caderas. No me siento incómoda, pero preferiría que estuviera usando ropa interior… al menos. Sólo puedo mover la cabeza. En la mesa de noche que tengo más cerca veo el sobre blanco con el escudo de la universidad. También veo el envoltorio de un preservativo.
Sonrió descaradamente. Jacques y yo compartimos algo maravilloso y, debo admitir, estupendamente placentero. Dolió un poco al principio, pero… Jacques supo cómo ahuyentar el dolor, y logramos pasar una noche mágica. Vienen a mi cabeza todas esas imágenes… Mi momento favorito fue cuando él suspiraba mi nombre y no paraba de gemir mientras me amaba como nunca. Ahora puedo decir que estoy más tranquila con la situación sabiendo que Jacques me ama y me desea.
¿Pero en qué estupideces estoy pensando? ¡Las voces que escuché hace un momento en el pasillo son de madame Marie Claire y su esposo! ¿Cómo voy a explicar que estoy desnuda y en la cama con su hijo? Intento agudizar el oído para asegurarme de que el matrimonio Montalbán no pretende entrar a la habitación donde estamos nosotros. Lo que descubro no es para nada alentador.
—¡Es increíble, François! ¡No puedo creer que hicieras semejante escena frente a los Cacheux!
—¡Ese mocoso no puede ir obsequiando dinero como si creciera en los árboles, Marie Claire! ¡Y tú no tenías por qué desembolsar un solo centavo! ¿Crees que el dinero que gano es para ayudar a esos ancianos?
¿Cómo puede dormir Jacques? Esos gritos ya debieron haberlo despertado. ¿Está acostumbrado a estas discusiones?
—¡No eres el único que aporta dinero, François! ¡Yo financiaré el negocio que quieren abrir los Cacheux, te guste o no!
—¡Cállate de una vez, mujer!
Y se escucha un golpe que me hiela la sangre. Sé que monsieur Montalbán acaba de abofetear a su esposa pues ella ha chillado y la escuché caer al suelo. Ahora se levanta. Escucho sus tacones mientras intenta recuperar el equilibrio. Mi corazón late con tanta fuerza que debería ser suficiente para despertar al dormilón que sigue abrazándome.
—¡Quiero el divorcio, François!
Monsieur Montalbán no responde. Escucho un portazo y el auto vuelve a encenderse. Sé que madame Marie Claire sigue aquí, pues sus tacones siguen escuchándose. Me relajo un poco y decido volver a dormir, con la esperanza de que al despertar me entere de que esa discusión no ha sido más que una pesadilla.
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El día finalmente llegó. Monsieur Montalbán se quedó en su consultorio médico durante los últimos días de su estancia en el pueblo. Madame Marie Claire tiene que usar un poco más de maquillaje en su rostro para ocultar el tremendo golpe que le propinó su marido. No olvido la forma en la que Jacques reaccionó cuando vio a su madre herida tras la discusión.
Creo que lo mejor para madame Marie Claire es que su esposo se vaya, aunque fuera la primera vez que la violentara de forma física.
Para despedir a Jacques y a monsieur Montalbán se ha reunido todo el pueblo en la carretera donde ya espera el elegante auto con cristales polarizados que los llevará al aeropuerto más cercano, en Bordeaux. Tienen a un chofer que bien podría pasar por ese abuelo que nos da dinero a escondidas de nuestros padres. Han cargado el equipaje en otros autos que ya partieron, monsieur Montalbán espera a su hijo dentro del auto, mientras Jacques recibe abrazos por parte de todos los vecinos.
Madame Marie Claire esboza una sonrisa. Ella sabe que la partida de su hijo significa grandes oportunidades para su futuro y lo acepta mucho mejor que yo. Mis padres también lo despiden de una forma muy emotiva. Le dan fuertes abrazos y mi madre le besa las mejillas mientras le desea suerte. Hemos horneado galletas de chocolate para que pueda comer en el camino. Jacques me ha dado a probar la primera, y tengo que decir que son deliciosas.
Estoy llorando ya, pero intento verme igual de contenta que madame Marie Claire. ¿Qué va a ser de mí cuando lo vea alejarse por la carretera? Anoche me enseñó a utilizar el teléfono. No soy una completa ignorante para la tecnología, pero aun así lo dejé explicarme todos los detalles. Me encanta ese aparato. Podré contactar con Jacques siempre que quiera, y además puedo pasar horas divirtiéndome con la galería de juegos. También me creó una cuenta de correo electrónico para poder escribirle. Creo que estoy lista para contactarlo en cuanto sepa que ya está en París.
Jacques me ha prometido que el próximo verano iremos a Italia durante las vacaciones. Me ilusiona mucho la idea de viajar, y aún más el saber que tenemos una fecha para nuestro próximo encuentro. El chofer toca tres veces la bocina con impaciencia, y nosotros lo fulminamos con la mirada para exigirle cinco minutos más. Podría pasar la vida entera suplicando poder estar sólo cinco minutos más con Jacques.
—Quería darte esto antes de irme —me dice y lo veo sacar un pequeño obsequio de su bolsillo.
¿Cómo es que nunca me di cuenta de que llevaba ese pequeño paquete guardado ahí?