Recuérdame

Capítulo 14

     Corrí sin parar hasta la Rue du Général Camou, sitio donde se encuentra el complejo de apartamentos. Ni siquiera me ha importado cruzar las calles sin mirar antes hacia ambos lados. En realidad, me habría encantado que un auto me pasara por encima para acabar con mi sufrimiento. Siento que los mil trozos en los que mi corazón se ha partido se desmoronan en mi interior. Me dejan vacía, como si mi vida pronto hubiera dejado de significar algo. Entro al complejo de apartamentos tras ignorar al sujeto que vigila la entrada. Presiono repetidas veces el botón para llamar al ascensor. Mis manos tiemblan y veo caer mis lágrimas sobre la punta de mis zapatos. Siento un opresivo dolor en el pecho. Me sería imposible describir con palabras lo que siento justo ahora. Enjugo mis lágrimas con el dorso de mi mano derecha y utilizo la izquierda para aporrear el ascensor. ¿Qué lo hace tardar tanto?

     Las puertas se abren finalmente y escucho la campanilla que anuncia su llegada. Entro tambaleándome y vuelvo a poner el ascensor en marcha, todo mi cuerpo pareciera estar hecho de gelatina. Me dejo caer en el suelo tras percibir que comienza a subir, y tengo que darle una patada al botón para detener la máquina. Se escucha un rechinido y el ascensor se queda estático. El único sonido que acompaña mis sollozos es la música de ambiente que sale por las bocinas. Mi respiración se agitó tanto que me cuesta retener el aliento. Siento que mi corazón retumba con violencia contra mi pecho. El vacío en mi estómago crece y suelto un fuerte grito mientras aporreo las paredes del ascensor con los puños. Siento tanto dolor… Tanto enfado… Tanto odio… No me explico cómo fue que las cosas se torcieron de esta forma tan detestable. Me siento morir. No hay otra forma de explicarlo. Mi furia se desvanece con cada golpe que le doy a la pared del ascensor.

     Vuelvo a poner en marcha la máquina cuando logro calmarme un poco. Me sorprende que siga funcionando luego de la pequeña abolladura que provoqué con mis golpes. Las puertas se abren cuando llego al último piso, y siento un tremendo impulso de estrangular a quien tuviera la brillante idea de hacer sonar la campanilla. Salgo del ascensor con pasos más firmes y me enfilo hacia la puerta del apartamento. La golpeo con los nudillos un par de veces, y Alberta abre para dedicarme una sonrisa que se borra cuando ve mi aspecto. Debo verme horrible.

     —¿Mademoiselle Pourtoi? —oigo llamar a Pauline.

     Miro en su dirección y me percato de que tanto ella como madame Marie Claire han vuelto. Antoine se pone en pie de un salto y lo veo hacer tronar sus nudillos, como si estuviera a punto de golpear a alguien. Claudine se acerca a mí y busca mis manos para tomarlas, pero me niego y salgo corriendo para subir la escalera de caracol.

     Sólo quiero desaparecer. Los escucho murmurar a mis espaldas, pero ni siquiera me detengo para intentar averiguar si me insultan o me compadecen. Ninguno sube las escaleras para perseguirme, y les agradezco que se queden quietos. Sé que me sentiré mil veces peor si vienen a abrazarme o a darme consuelo. Entro en el dormitorio de visitas y cierro la puerta dando tal portazo que el cristal de la ventana tintinea. Me acerco lentamente a la cama y me lanzó sobre ella soltando un fuerte sollozo. Intento ocultar mi rostro tras una almohada y le agradezco por ahogar mis gritos. Me aferro con fuerza a las sábanas y pataleo sin poder recuperar del todo la compostura. Es como si cada sollozo ayudara a escapar al dolor, aunque la opresión en mi pecho no disminuye sin importar lo mucho que me esfuerzo por desahogarme.

     Era Jacques. Era él, eran sus ojos, era su voz, eran sus labios, era su sonrisa. Me tomó una fotografía, como solía hacerlo siempre. Sin duda lo hizo para burlarse. ¿No habría sido más fácil presentarme a su conquista? Habría sido una puñalada menos dolorosa que verlo besuqueándose con ella. Me siento engañada, embaucada, desdeñada y herida. ¿Cómo es posible que el hombre que más feliz me hacía tenga que ser también el que más me hiera?

     Le entregué mi corazón y él lo ha partido en mil pedazos.

     Ni siquiera sabe quién soy, su nueva novia ha hecho bien su trabajo remplazándome. ¿Quién es ella? ¿Qué la hace más especial que yo? Me torturo al imaginar los posibles escenarios en los que pudieron conocerse. Sé que pensar en ese asunto no logrará hacerme sentir mejor, pero no puedo evitarlo. Desearía poder olvidar lo que he visto. Desearía no haber llegado jamás a París.

 

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

 

     Despierto cuando siento las suaves manos de madame Marie Claire sobre mi rostro. Retira un par de mechones de cabello que cubren mis ojos y me da un delicado beso en la frente. Puedo sentir que mis ojos aún siguen rojos e hinchados tras haber estado llorando tanto tiempo. El nudo en mi garganta no ha desaparecido. No sé cuánto tiempo he dormido, pero me ha servido para mitigar un poco mi dolor. Mi respiración ahora es tranquila y acompasada. Los latidos de mi corazón han recuperado su velocidad normal y ya no lo siento retumbar contra mi pecho.

     Levanto la mirada y veo a madame Marie Claire esbozando una sonrisa maternal. Sigue acariciando mi rostro y Claudine está junto a ella. Intento incorporarme y siento un punzante dolor en el lado izquierdo de mi cabeza. Me llevo un par de dedos para masajear la sien y madame Marie Claire aprovecha para rodear mis hombros con un brazo.

     —¿Cómo te sientes, Apoline?




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