Recuérdame

Capítulo 19

     Jacques deja el paraguas.

     Jamás he estado en un sitio tan hermoso.

     —Bienvenidos —nos dice el recepcionista—. ¿Tienen reservación?

     —Mesa para dos, a nombre de Jacques Montalbán.

     Somos conducidos por un camarero pelirrojo. Jacques no deja de sujetar mi cintura y desearía que pudiera ser un poco más discreto. Está saliendo con otra chica. ¿No podría al menos fingir que sólo somos amigos? Etoile me hará pagar caro si se entera de que he dejado que Jacques me sujete de esa manera.

     Nuestra mesa se encuentra junto a la ventana de uno de los pisos superiores. Tendremos una maravillosa vista de la ciudad. Me siento agradecida de poder escapar de esos ojos aceitunados si dirijo mi mirada hacia el Río Sena. Hay un par de velas sobre la mesa, una canasta con pan para picar antes de la cena y la vajilla dispuesta para ser utilizada. El camarero pelirrojo mueve mi silla para que yo la ocupe y la empuja un poco para acercarme a la mesa.

     Jacques toma su asiento y el camarero nos da el menú mientras saca una pequeña libreta para tomar nuestra orden.

     —¿Puedo recomendarles el filete de cordero en trufas verdes? Y para beber, ¿qué se les ofrece?

     Intento comunicarme con Jacques mediante miradas para pedirle que ordene por mí. Quisiera probar todos y cada uno de los platillos que aparecen en la carta, pero es él quien mejor conoce la comida de París. Él esboza una sonrisa, y asiente.

     —Para empezar, queremos caviar imperial de Sologne —dice Jacques, devolviéndole el menú—. Será sólo un plato de caviar para ambos. También quiero el pato Marco Polo a la pimienta verde. Y será el solomillo de ternera para la señorita, sin pimienta.

     Se detiene por un momento. También yo estoy sorprendida.

     ¿Cómo es que recuerda que soy alérgica a la pimienta?

     —Para beber, Château Latour. Cosecha del 2009 —continúa, intentando disipar el torrente de pensamientos que debe estar arremolinándose en su cabeza—. Y, mientras esperamos, un poco de queso para acompañar el vino.

     —A la orden, monsieur —dice el camarero, y se retira.

     Lo vemos alejarse y Jacques toma un palillo de pan para darle un mordisco. Intenta escapar de mi mirada nuevamente. Por suerte, él rompe el silencio intentando sonar despreocupado.

     —No te gusta la pimienta, ¿cierto? Puedo pedirle al camarero que cambie nuestra orden si tú…

     —Soy alérgica a la pimienta.

     —Entonces está todo bien. El vino que elegí también te gustará. Tiene bayas negras y ciruelas.

     Su voz se apagó hacia el final. La ciruela es mi fruta favorita.

     —¿Es buena la comida aquí? —le pregunto con voz trémula.

     Esboza una sonrisa.

     —Me fascina comer —responde y toma otro palillo de pan—. Si te gusta, podemos venir cuando tú quieras.

     —Es un sitio hermoso.

     Nuestra conversación se ve interrumpida cuando aparece nuestro sommelier. Trae la botella de vino y sirve un poco en la copa de cristal de Jacques para que él la pruebe. Le da un sorbo y le indica al sommelier que llene las copas de ambos. Cuando termina, el sommelier deja la botella sobre la mesa y se retira tras dedicarnos una inclinación de la cabeza.

     Tomo la copa para darle un sorbo, y me siento enloquecer con el aroma de la ciruela. Veo a Jacques separar los labios para decir algo más, pero se interrumpe cuando el camarero pelirrojo vuelve con nosotros. Empuja un carrito sobre el que transporta nuestros platos y se detiene junto a nuestra mesa para encender las velas que la adornan. Acto seguido, toma las servilletas y las extiende sobre nuestras piernas. Coloca al centro de la mesa una canasta con distintos tipos de queso. Trae también el caviar.

     Jacques toma una pequeña galleta. Toma también una cucharilla y la usa para untar un poco de caviar.

     —Ven —me dice.

    Él me da la galleta con caviar en la boca. Es tan pequeña que la devoro de un solo bocado. Jacques acaricia mi labio inferior con su dedo pulgar. Volvemos a nuestros asientos tras esa pequeña escena. Tomo mi copa de vino para escudarme detrás de ella. Es como si recién nos conociéramos, y fuera nuestra primera cita.

     —¿Y bien? ¿Te ha gustado?

     Asiento y le doy un sorbo al vino de ciruela.

     —¿Sabes, Apoline?

     —Dime.

     —Sigo pensando que te había visto antes en alguna parte. Cuando te tomé la fotografía, creí que te conocía. No esperaba encontrarte en el apartamento de mi madre. Perdóname si soy demasiado directo, pero… No puedo dejar de pensar en ti. Me parece demasiada coincidencia que tú seas también del pueblo… Además, mi padre se ha puesto como loco cuando vio tu fotografía.

     —Lamento haberte metido en problemas con tu padre. ¿Es por eso que me has invitado a cenar?

     —No. Sólo quiero conocerte mejor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.