Los primeros rayos del sol se cuelan por la ventana y me obligan a abrir los ojos. Sigo en el alfeizar de la ventana. Mi cuello y mi espalda duelen cuando intento levantarme. El punzante dolor en mi estómago es un persistente recordatorio de lo ocurrido anoche. Ni qué decir de mi mejilla adolorida. Me levanto y hago un par de estiramientos para desperezarme. Mi teléfono cae, y tengo que recogerlo tras realizar la última flexión. Entro al buzón de mensajes para verificar que Jacques haya enviado ya la hora en la que nos veremos para ir de compras.
Pero... ¿De dónde ha salido ésta conversación? Hay casi cincuenta mensajes que estuvimos enviando Jacques y yo durante la noche. ¿Cómo es que no puedo recordarlo? Leo velozmente la conversación desde el inicio para tratar de entender un poco y me detengo cuando uno de los mensajes llama mi atención.
¿Puedo preguntarte algo?
¿por qué me has pedido que te prometa lo de "juntos siempre"?
Eso lo recuerdo perfectamente. Mi respuesta es menos brillante de lo que fue mi petición cuando la hice.
Eso quiero, que estemos juntos siempre.
Es sólo que… me cuesta demasiado explicarte.
Jacques terminará por alejarse de mí si sigo así. Creerá que estoy obsesionada con acercarme a él. O peor… Etoile será quien lo crea.
¿Saliste con otra chica antes de conocer a etoile?
¿En qué momento creí que sería una buena idea?
Creo que hablaremos de eso en nuestra próxima cita…
Adjunta un emoticón sonriente. No ha cancelado, lo cual significa que no cree una completa lunática. ¿Cierto?
—¿Qué haces ahí?
Es Claudine quien habla con esa voz adormilada. Me doy cuenta de que me he sentado en el suelo alfombrado con las piernas cruzadas a mitad de la habitación. Tengo que intentar poner un orden a mis pensamientos o terminaré tirándome de un puente en un momento de distracción.
—Dios santo, ¿qué te hizo ese bastardo? Tremendo animal…
Presiona el golpe con fuerza y yo suelto un grito agudo. Me aparto de ella con fiereza. Debe agradecer su condición de embarazada. Bien pude darle un empujón para que se alejara de mí.
—Fue Etoile quien me golpeó. Te habrías enterado de todo si anoche hubieras estado despierta.
De pronto parece que ambas hemos cambiado. No somos empleadas del mismo salón de belleza. Ahora somos más amigas que nunca.
—¿Qué tal te fue anoche?
¿No es obvio? No quiero recordar a Etoile, así que le doy mil vueltas al asunto antes de responder.
—Volveré a salir hoy con él.
—¡Qué maravilla! ¿A dónde te llevará?
—De compras. Espero poder obtener hoy alguna respuesta… Él parece no saber que alguna vez fui parte de su vida.
—Cinco años es mucho tiempo… Deberías buscar otras opciones. Jacques parece muy feliz con esa rubia millonaria.
¿Cómo se atreve a insinuar semejante cosa? Ella no ha visto la forma en la que Jacques trata a esa rubia operada. No sabe que Jacques ni siquiera le recuerda a cada segundo que la ama. No creo que él quiera juntar sus labios con los de ella cuando ni siquiera soporta que lo llame por teléfono. ¿Quién se cree Claudine para opinar sobre mi relación con Jacques?
—Sólo cállate.
Puedo sentir cómo me mira mientras avanzo hacia la escalera de caracol. Sus ojos tristes, sus labios levemente separados… Sé que la he ofendido. Que la he herido. Pero no me arrepiento. He hecho este estúpido viaje sólo para reunirme con Jacques, y no voy a rendirme hasta lograr lo que me he propuesto. Jacques prometió que se casaría conmigo. Sé que sigue amándome tanto como yo lo amo a él. No permitiré que Etoile lo aleje de mí.
Bajo la escalera y veo a madame Marie Claire en el desayunador. Va vestida con su traje de ejecutiva y le da sorbos a una taza de café mientras revisa un par de gráficas. Pauline, vestida y lista para el trabajo, está sentada a su lado y teclea velozmente en su portátil. Alberta está preparando el desayuno y Antoine lee el periódico.
—Buenos días.
El fantasma de mi pequeña discusión con Claudine se cierne sobre mis hombros como un pesado yunque de hierro. Madame Marie Claire me mira y me dedica su sonrisa maternal, acaricia mi cabello con cariño y vuelve a lo suyo.
—Buen día, mademoiselle.
—¿Quiere que le sirva el desayuno? —Me dice Alberta.
—Sólo café, Alberta. Gracias.
Tengo que evitar sonreír. Mi mejilla aúlla de dolor cada vez que flexiono los músculos de mi cara. Alberta coloca la taza de café frente a mí y se retira para continuar con sus tareas. Me estiro para alcanzar la azucarera mientras escucho a Claudine bajar por la escalera de caracol. Va a paso lento. Madame Marie Claire baja sus documentos y gira sobre su asiento para encarar a Claudine.