Recuérdame

Capítulo 25

     Nos detenemos en una heladería luego de pasar horas y horas caminando, yendo de tienda en tienda y comprando cosas sin parar. Incluso a Antoine le ha tocado cargar un par o dos de bolsas. Jacques ha sugerido en un par de ocasiones que deberíamos ir a dejar las compras en su auto, pero me niego a separarme de ellas. En especial del precioso vestido rojo.

     —Elije una mesa —dice cuando entramos a la heladería—. Yo iré por los helados.

     —De acuerdo.

     —Chocolate, ¿cierto?

     Asiento vigorosamente. Él me devuelve la sonrisa y se aleja. Antoine entra también a la heladería y me ayuda con las bolsas para que yo pueda sentarme. Él también se nota cansado, así que lo invito a ocupar otra de las cuatro sillas que rodean la mesa circular. El ambiente que se siente en Le Bon Marché es totalmente distinto al restaurant. Estando en las tiendas no necesito aparentar ser alguien que no soy. Y ahora que lo pienso, no sé en qué momento fue que comencé a creer que todos los parisinos serían parte de la burguesía. Tal y como me parece que mi madre también piensa. En realidad, a nadie parece importarle quién soy o de dónde vengo. No soy más que una turista, como esos extranjeros que están sentados cerca de nosotros. Es una pareja que habla en perfecto inglés.

     —Doble chocolate para la señorita más hermosa —dice Jacques cuando toma asiento frente a mí y me da un helado en una copa de plástico.

     Él ha comprado otro del mismo tamaño. Fresa y vainilla. Incluso le ha traído uno pequeño a Antoine, que le agradece con media sonrisa.

     —¿Estás totalmente seguro de que no habrá ningún problema si me presento en el baile de caridad?

     —Serás mi invitada. A mi padre le molestará, eso es seguro. Pero te divertirás.

     —¿Etoile estará ahí?

     Pues claro que estará ahí.

     — ¿Te molesta todavía lo que ocurrió en el restaurant?

     —A cualquier chica le molestaría haber pasado por eso.

     —¿Qué tengo que hacer para que confíes en que no dejaré que Etoile vuelva a lastimarte?

     Dejarla podría ser una buena opción. Me mira fijamente y estira una mano para acariciar mi mejilla con delicadeza. Me estremezco al sentir su tacto. Desearía que Antoine no estuviera tan cerca de nosotros. Habría sido perfecto de haber estado sólo nosotros dos.

     —Jacques, yo…

     No puedo pensar con claridad cuando tengo a Jacques tan cerca.

     —Apoline, no puedo explicarte lo mucho que me duele que tengas tanto miedo de acercarte de mí.

     Te equivocas. Lo que me aterra es tu nueva novia.

     —¿Te duele?

     —No puedo explicarlo… —dice él, y retira su mano—. Me confundes, Apoline.

     —¿A qué te refieres?

     —Yo… Es como… Si tú y yo…

     Pero se interrumpe cuando su teléfono recibe una llamada. Todo mi mundo se viene abajo. ¡Estábamos progresando! Jacques saca el aparato de su bolsillo y atiende la llamada, mostrando su expresión de pocos amigos.

     —¿Qué pasa? —Dice de mala gana—. Creí que estarías ocupada.

     Prometiste que estaríamos sólo tú y yo.

     —He terminado antes… Creí que podríamos comer juntos —responde Etoile.

     Puedo escuchar su voz.  Sus gritos son los mismos de alguien que intenta hablar en un sitio demasiado ruidoso.

     —¿Dónde estás? —sigue diciendo ella.

     —Atiendo un compromiso importante. Podemos ir a cenar cuando termine, ¿de acuerdo?

     No sé si me agrada la idea.

     ¿Acaso Jacques no debería elegir sólo a una de nosotras?

     —No puedo escucharte —dice Etoile y de fondo se escucha la bocina de un auto—. Te llamaré en un rato, ¿de acuerdo?

     —Bien.

     —Te…

     Pero Etoile no puede terminar de decirlo, pues Jacques termina de golpe la llamada. ¿Qué pretendía decirle ella? ¿Te quiero? ¿Te amo? ¿Te extraño?

     —Espero que no te importe —me dice Jacques, luego de guardar de vuelta su teléfono en el bolsillo—. Sé que te prometí que pasaríamos el día solos y…

     —¿Tú la amas? 

     Mi voz suena un poco débil al final de la frase. Es casi como si mi cerebro me estuviera intentando impedir preguntar aquello para así evitar que salga más herida. Jacques me mira confundido y se muerde el labio inferior mientras considera su respuesta. Tamborilea con sus dedos en la mesa y se escuda con una generosa cucharada de helado de vainilla.

     —No.

     —Pero, ¿te has enamorado alguna vez?

     Vuelve a mirarme fijamente con sus ojos aceitunados y separa un poco los labios para responder. Se toma su tiempo. Desearía que pudiera decirlo ya.

     —Hay algo que quiero decirte, Apoline… Pero quisiera hacerlo en otro momento, si no te importa.




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