Recuérdame

Capítulo 27

     Son sólo las seis de la tarde, pero tengo la impresión de que el día ha durado mucho más. Después de comer, nos dirigimos al aparcamiento subterráneo y subimos al auto para retirarnos finalmente de Le Bon Marché. Antoine subió a su auto para ir detrás de nosotros. Jacques y yo no volvimos a dirigirnos la palabra, y habría dado cualquier cosa con tal de que Antoine me ofreciera ir con él. Jacques hizo el intento de abrirme la portezuela, pero me negué y lo hice yo misma. Él ocupó el asiento del conductor y nos pusimos en marcha.

     Tengo tantas cosas en la cabeza, que pronto sufriré una jaqueca. Jacques tuvo un accidente terrible hace cuatro años… Y cuatro años es el tiempo que él desapareció de mi vida. Ha sido tan grave que me ha olvidado y, evidentemente, su padre no le habría dicho nada sobre mí. Al menos, ahora puedo estar totalmente segura de que no me está jugando una muy mala broma. Jacques está confundido… Lo he confundido con mi llegada… ¿Eso significa que aún siente algo por mí? No es posible que su accidente le haya arrebatado también sus sentimientos. Tiene que haber aún algo de ese amor que él me brindaba cuando estábamos juntos. ¿En qué época cree monsieur Montalbán que vivimos? Los matrimonios arreglados son cosa de culturas pasadas. ¿Por qué revivir una costumbre tan cruel? Sólo quiere beneficiarse con el dinero de la familia D’la Croix. Es tan egoísta, que no le importa jugar con los sentimientos de su propio hijo. ¿Qué pasará si Etoile en realidad está enamorada de él? ¿Casarse para compartir una fortuna con monsieur Montalbán? No puedo siquiera pensar en Jacques caminando hacia el altar para casarse con otra mujer. Mucho menos lo imagino haciéndolo contra su voluntad.

     Es como si él hubiera perdido el control de su vida.

     Como si fuera una marioneta y su padre fuera un cruel titiritero. Yo puedo rendirme y volver al pueblo, pero Jacques se quedará aquí y estará condenado a vivir su vida entera encadenado a una mujer por la que no siente absolutamente nada. Suena extremista, lo sé.

     La única forma de ayudarlo, de terminar con esto, de desbaratar los egoístas planes de monsieur Montalbán, es llenando la última laguna mental que Jacques no ha podido desaparecer. Puedo hacerlo. Sólo tengo que decírselo.

     —Jacques…

     Mi voz débil llama su atención. Él suelta un suspiro y esboza una sonrisa de alivio.

     —Creí que nunca más volverías a hablarme… —dice, y detiene el auto cuando se enciende la luz roja del semáforo.

     —Necesitas más que un matrimonio arreglado para alejarme de ti.

     —Apoline…

     Me mira con ojos suplicantes. Desearía que estuviéramos hablando por teléfono para no sentirme tan nerviosa.

     —Jacques, ¿recuerdas que preguntaste si yo tengo novio? —Asiente confundido. — Tuve un novio antes… Y aún lo tengo.

     —Te escucho —dice, y vuelve a poner en marcha el auto.

     —En el pueblo conocí a un chico… Teníamos diez años. Nos conocimos en el arroyo que está cerca de la casa de mis padres. Él se convirtió en mi mejor amigo… —Jacques frunce el entrecejo y mantiene la mirada fija en el camino—. Comenzamos a salir tres años después. Fue él quien confesó primero sus sentimientos. Ambos estábamos muy enamorados, y teníamos la intención de pasar el resto de nuestra vida juntos.

     Nos detenemos de nuevo gracias a otro semáforo, y Jacques aprovecha para dirigirme una intensa mirada. Sus ojos me escudriñan como si quisiera descubrir el resto de la historia.

     —Mi novio tuvo que irse del pueblo hace cinco años, y hace cuatro años dejé de recibir noticias de él… Es por eso que estoy en París. He venido a buscarlo.

     Agacha la mirada y pasa una mano por su cabello, esbozando una mueca de confusión extrema. Creo que mi plan funciona.

     —Jacques, yo…

     Algo en mi interior me detiene. Una persistente voz en mi cabeza me dice a gritos que no debo hacerlo. Jacques pensará que soy una lunática, que nada de lo que digo tiene sentido.

     —Lo que dijiste en la pizzería… —dice Jacques cuando vuelve a poner en marcha el auto—. Lo sabía… De alguna manera estaba seguro de que te gustaría.

     —¿Qué…?

     —Estaba convencido… Cuando te vi… Cuando te tomé esa foto…

     Busca a tientas mi rodilla para darle un fuerte apretón. Separa los labios para continuar hablando. El miedo se refleja en sus ojos.

     —Jacques…

     Lo tomo con fuerza de la mano que sostiene mi rodilla. Nuestros dedos se entrelazan y él esboza una sonrisa de satisfacción. Aparca el auto junto a una acera y, tan veloz como un suspiro, besa mi mejilla rozando un poco la comisura de mis labios. Un beso breve. Rápido. Lo suficientemente dulce para robarme el aliento. Separo un poco los labios para invitarlo a besarme de nuevo, pero él se aleja y pone en marcha el Audi.

     —Me confundes, Apoline… —dice, y esboza esa sonrisa carismática que me enloquece—. Pero me gusta lo que siento cuando estás conmigo.

     No puedo hacer más que esbozar una sonrisa de oreja a oreja. La sonrisa que sólo él puede provocar en mí. Quisiera decirle tantas cosas… Quisiera decirle justo ahora que lo amo, pero no puedo hacerlo pues justo ahora nos enfilamos por la Rue du Général Camou. Ojalá tuviéramos más tiempo.




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