En un solo viaje conseguimos llevar todas las bolsas al ascensor. Antoine cargó la mayor parte y, de no haber sido por mi insistencia, habríamos tenido que hacer dos viajes pues no quería dejarme llevar una sola bolsa. Jacques se ha ido ya. No quiere hacer esperar a Etoile más de la cuenta para no involucrarnos en más problemas. Involucrarme en más problemas, sería más acertado. Me es difícil aún pensar en el accidente.
Cuando estábamos en la heladería, Jacques dijo que tenía que decirme algo importante y que tendría que esperar hasta el día de mañana para saberlo. Pero luego, en la pizzería, me ha contado todo luego de que yo le exigiera respuestas. ¿Era eso a lo que se refería cuando me dijo que debía esperar? ¿Eso quiere decir que iba a contármelo tarde o temprano? Posiblemente confía en mí, pues sabe que vengo del pueblo. Una parte de él sabe que yo soy la única que puede hacerlo recordar a esa persona que le impide fijarse en otra mujer. Quizá me esfumé momentáneamente de su mente, pero en su corazón sigo teniendo ese lugar especial que tuve durante todos aquellos años. Madre mía, qué situación tan complicada…
—¿Puedo decirle algo, mademoiselle?
La voz de Antoine me sobresalta.
—Dime.
—Sea lo que sea lo que pretende lograr con ese muchacho, debería asegurarse de que termine su relación con la otra jovencita.
Me dedica un guiño, como si fuera mi cómplice en esta aventura, y yo le respondo con una sonrisa. Parte de mi plan es sacar a Etoile del camino, aunque aún no sé cómo lo haré. Después de todo, no estoy totalmente segura de las intenciones que ella tiene con él. Puede ser que Etoile en realidad esté enamorada y si así fuera… ¿Yo podría ser tan cruel como para separarla de él?
Sé que Jacques es encantador, sé que podría enamorar a cualquiera incluso si su único interés es tener amistad con cualquier chica. Pero si han de casarse, quizá Etoile quiera decir acepto en el altar amando realmente al hombre con el que va a pasar el resto de su vida. Mi hombre, en realidad.
No. No creo que esté bien hablar de Jacques como si fuera un objeto. Como si Etoile y yo estuviésemos compitiendo para ganarlo. ¿Es correcto? Creo que, llegado el momento, ambas tendremos que esperar a que Jacques decida si quiere volver a estar conmigo… ¿Por qué debe ser tan difícil?
Las puertas del ascensor se abren cuando llegamos finalmente. Tomamos las bolsas y nos enfilamos por el pasillo. Antoine llama a la puerta, y Alberta nos recibe con una cálida sonrisa.
—¿Dónde está madame Marie Claire, Alberta? —le digo.
—Está arriba, con Pauline, mademoiselle —me responde, y toma las bolsas para dejarlas en el sofá—. ¿Quiere algo de beber?
—Estoy bien, Alberta —le digo, y comienzo a buscar entre las bolsas para encontrar el precioso vestido rojo.
—¿Y Claudine?
—Duchándose, mademoiselle. ¿Quiere que le ayude a llevar todo a su habitación?
Ya siento cariño por Alberta, pero, ¿es necesario que me haga tantas preguntas?
—Puedo hacerlo yo misma. Ve a descansar, Alberta.
Pero no lo hace, y vuelve a la cocina.
—Bueno, mademoiselle, me retiro —me dice Antoine, colocando una mano sobre mi hombro.
—Gracias por acompañarme hoy, Antoine —le respondo, y detengo mi búsqueda para envolverlo en fuerte abrazo.
—Cuando guste, sólo tiene que llamarme —me dice.
Alberta lo despide con una sonrisa y lo sigue para cerrar la puerta detrás de él. Finalmente encuentro el vestido y lo saco de la bolsa para subir corriendo la escalera. Muero por mostrárselo a madame Marie Claire.
—¿Madame Marie Claire? —la llamo cuando me enfilo por el pasillo del piso superior.
Ahora que lo pienso, no sé cuál es su dormitorio.
—¿Madame Marie Claire?
Ignoro la puerta que conduce al dormitorio que comparto con Claudine y también la que conduce al cuarto de baño. La siguiente puerta está entreabierta, madame Marie Claire debe estar ahí.
—No puedo creerlo, no puede estar pasando algo así en mi empresa…
Es la voz de madame Marie Claire. Se escucha tan furiosa que me detengo en seco y aferro con más fuerza el vestido rojo.
—Los números no mienten, madame —dice Pauline—. ¿Qué quiere que hagamos ahora?
¿Números? Sea lo que sea, suena serio. Debe ser por eso que madame Marie Claire optó por encargarse del asunto ella misma.
—¿Qué otra cosa podemos hacer? Pauline, quiero que investigues a todos los encargados de las finanzas de la empresa. Quiero saber en qué se ha estado gastando mi dinero.
Me oculto detrás de la puerta aún a pesar de que sé que no debo escuchar nunca a hurtadillas.
—Sí, madame.
—También quiero que envíes por correo electrónico todas esas gráficas a mis abogados, y envíalo también al notario.