Recuérdame.

Capitulo 19 La casa de mis padres.

Me duele un poco la cabeza, fue estresante discutir con la que dicen que era mí mejor amiga y con el cobarde de Jeremías, sé que tengo mucho que ver, pero me molestó que no contara la verdad.
Tomo un taxi e indico el destino, mientras, escribo un mensaje al jefe de nuestra área para explicar mí partida. Siendo la esposa del jefe no creo que haya problemas, no me gusta usar ese poder pero lo necesito para solucionar esto de índole personal.
En el viaje me sudan las manos y no puedo dejar de temblar, fue lo primero que pensé solucionar esta mañana, pero con la desconfianza de Gael preferí primero ir a lo oficina y aclarar las cosas con Jeremías, aunque no pensé hacerlo tan rápido, y viendo la hora, sé que todavía se encuentran en la casa, esa casa que me trae horrible recuerdos, que no puedo dejar de sentir que soy una niña indefensa. Donde viví los peores años de mí vida.
Antes de golpear la puerta, me enderezo, lleno mis pulmones de oxígeno y finjo seguridad aunque por dentro tiemble como una hoja seca en pleno otoño.
Me abre la puerta Renata que es la ama de llaves de mis padres, quién apenas me ve me abraza fuerte.
—Que sorpresa verte aquí —toma mí mano —. ¿Me recuerdas?.
—Por supuesto Renata que te recuerdo —le sonrío —, solo que me cuesta venir a esta casa —reconozco mirando el interior, trago fuerte.
—Bueno, aunque hayas solucionado las cosas con tus padres no puedo culparte.
—No solucionamos nada, solo decidí sanar y no vivir con rencor, y cuando los vi en el hospital supe que habían cambiado —hace un gesto con la boca y cuando está por abrir la boca la interrumpen la voz de mí padre.
—¿ Renata, quién es? —se lo escucha preguntar desde un lugar de la casa.
—La señora Leyla —anuncia gritando, pero la baja cuando se dirige a mí —, pasa niña, ellos están en el comedor —camino con pasos seguros hasta llegar a dónde se encuentran mis padres quién al verme parecen feliz, se levantan y me saludan con un beso.
—Qué sorpresa hija. Renata trae algo para que la niña desayune —ordena papá.
—No hay problema, lo hice en casa —me siento derecha quedando frente a ellos.
—La próxima avisa que vendrás —acota mí madre, me había olvidado las costumbres de esta casa, las personas no son bienvenidos sin previa invitación o sin pedir cita, hay cosas que no cambian.
—¿Cómo has estado de salud? ¿Pudiste recuperar la memoria? —pregunta papá tomando un sorbo a su café
—No, todo sigue igual —me encojo de hombros.
—Es bueno que tengas a Gael como esposo, es muy comprensivo, te cuidó muy bien cuando estuviste en el hospital —es extraño que les haya agradado Gael cuando no es el hombre que eligieron para mí —. No lo dejes escapar —me señala con la punta de la cuchara, pero lo que en realidad quiere decir con sus palabras es que no la cague, que si nos separamos todo será mí culpa.
—Vimos las noticias, es bueno que tu esposo haya tomado por fin la presidencia de H&L —acota mamá —, ¡tu esposo es rico! —exclama feliz, eso es lo único que le importa, el dinero que tiene Gael, no le importa si soy feliz o como me trata
—Sería bueno retomar algunos negocios con él, ahora que es el nuevo presidente, tú puedes ayudarnos con eso —menciona.
—¿Cómo retomar negocios? —pregunto dudosa —, ¿desde cuándo lo conocen?.
—Hija —advierte —, todos en la industria conocen el poder y el dinero de los Hidalgos, aunque el viejo jamás presentó a su heredero. ¿Acaso tú no lo sabías?
—No vengo a hablar de Gael, en cuanto a tus negocios, no tengo nada que ver, es su empresa, no la mía, eso deberías arreglarlo con él —aclaro, mientras menos sepan de él, mejor.
—Sí estás aquí debe haber algún motivo importante—apoya los codos en la mesa prestándome atención.
—¿Cuál es el motivo de tu visita hija? —interroga también mamá.
—Vine a hablar de Guadalupe —ruedan los ojos.
—¿Dónde está tu hermana? —interroga mamá.
—¿Está en mí casa?
—O sea que esa ingrata fue con el chisme a tu casa —dice tranquilo apoyando la espalda en el respaldar.
—No fue a chusmiar, no tenía donde ir, tú la echaste —acuso.
—Esta es su casa, puede regresar cuando quiera —explica con fingida tranquilidad
—¿Con qué condiciones? —cuestiono.
—La condición es que sea obediente.
—Por favor, ¿no crees que eso es una tradición absurda?
—Ay hija —ironiza negando con la cabeza —, ¿sigues con esa tontería de casarse enamorados?. El poder es más importante que el amor, eso acaba, el poder no.
—Pensé que desistirías con esa estupidez de casarnos por negocios, para aumentar tu patrimonio.
—No es ninguna estupidez —aclara entre dientes —, mí casa mis reglas, yo no voy a tu casa a exigirte algo. Si quiere un techo, dinero y seguir en la universidad debe hacer lo que pido.
—Apenas es una niña, no entiendo tu obstinación de querer casarla —subo la voz levantándome de la mesa.
—No grites —ordena imitando mí acción —. Tu hermana es una ingrata al igual que lo fuiste tú, es rebelde, y quiere hacerse la independiente, si quiere serlo que lo haga, pero no con mí dinero. Esto es muy sencillo o hace lo que le pido o se larga de mí casa —con un dedo golpea la mesa..
—Veo que sigues con tus pensamientos arcaicos, eres una momia —espeto.
—¿Qué dijiste? —articula entre dientes dando unos pasos hacia mí, me obligó a enfrentarlo.
—Que eres un egoísta, tu deber es enseñarnos valores, pensé que habías cambiado —no lo veo venir, me da una cachetada que hace que gire la cara.
—Mira mocosa del diablo, esta es mí casa y me respetas —me toma de los pelos de la nuca haciéndome doler el cuerpo cabelludo, me acerca a él.
—Suéltame Eduardo me estás lastimando —me quejo tomando su mano.
—Ay Leyla, mira lo que me haces hacerte —niega con la cabeza, eso siempre decía cada vez que me golpeaba —. No sé qué carajos te piensas, vienes aquí a ordenar algo que no te corresponde.
—Eres un maldito —espeto haciéndolo enfurecer, suelta mí cabello y me da una trompada en la mejilla, caigo al suelo y siento el sabor de la sangre en la boca.
—Cállate —ordena furioso —. Parece que se te olvidó cómo respetar a tus padres.
—No te mereces el mínimo respeto —digo como puedo con los ojos llenos de lágrimas.
—Hay cosas que se te olvidan y debes recordar —me levanta de los pelos —. Yo soy tu padre —jala mi cabello —, y tú mi hija, esta es mí casa y aquí nadie me cuestiona nada. ¿Me oíste? —su aliento toca mí oreja, el cuero cabelludo me arde —. Parece que tu esposo no te enseña modales.
—Solo suéltame Eduardo —suplico entre lágrimas.
—Parece que no entiendes —me tira contra la mesa haciendo que me golpee la espalda rompiendo algunas cosas, largo un grito de dolor —, para ti soy papá, no Eduardo ni nada por el estilo. La próxima vez que visites mí casa no vengas con esas ínfulas de suficiencia, aquí mando yo.
—No voy a volver a pisar tu casa nunca más —espeto, me incorporo adolorida —. ¡Para ti estoy muerta!. ¡Eres un monstruo!
—¡Nunca aprenderás a callarte! —se acerca peligrosamente a mí.
—¡Basta por favor! —dice con horror. No es mí madre la que interfiere, es Renata, mí madre solo se quedó sentada viendo la situación sin hacer nada.
—Vete de mí casa —ordena —, y dile a tu hermana que si regresa, no solo se casará, también le enseñaré respeto, mocosa del demonio —bufa. Renata quiere ayudarme a incorporarme —. Déjala, vino sola que se vaya sola.
—¡Pero señor la niña está lastimada! —dice desesperada.
—¡Dije que no, maldita sea! —grita —. Vete a la cocina —ella obedece desapareciendo —. Y tú, vete ahora de mí casa —tomo mí bolso con dificultad y salgo de esa casa prometiéndome a mí misma jamás regresar, no entiendo cómo pensé que ellos mejoraría, que podíamos llegar a un acuerdo. Jamás pensé que estando casada se atrevería a volver a ponerme una mano encima.
Tomo un taxi, el chofer al verme así insiste en llevarme al hospital, pero desisto su oferta, he tenido palizas peores. Me acomodo la ropa y con los dedos arreglo mí cabello, el cuero cabelludo duele como el diablo, limpio la sangre con un pañuelo y aprieto un poco para detenerla . Cuando llego a la empresa voy directo al sanitario más próximo, allí me lavo la cara y limpio mejor los restos de sangre, tengo la mejilla colorada e inflamada y el labio partido.
Cuando estoy un poco más presentable me dirijo a mí oficina, puedo ver las miradas de todos sobre mí.
Al verme Jimena abre los ojos grandes y viene a mí encuentro.
—¡Qué te pasó! —interroga horrorizada.
—El taxi donde iba chocó —miento, no me agrada hacerlo, pero es vergonzoso reconocer que a esta edad mí padre me golpeó —. No es nada, se ve peor de lo que es —la tranquilizo —. Puedes traerme hielo por favor.
—Leyla vamos al hospital —propone muy preocupada.
—No, solo necesito hielo por favor —ella asiente y sale a buscar lo que le pedí, me dirijo a mí oficina y trato de sentarme en la silla pero cuando quiero apoyar la espalda esta duele, me recuesto lento hasta que se acostumbre. Al rato Jimena regresa con una bolsa con hielo.
—Disculpa, no había hielo en este piso —me entrega la bolsa —, ¿necesitas algo más?.
—Solo que no le digas a nadie, incluido Gael, no quiero que se preocupe —ella asiente —, déjame sola por favor —con dudas deja mí oficina, me coloco el hielo en la cara, solo espero que para cuando salga de aquí baje un poco la hinchazón. Pido a la farmacia que me traigan una crema y un analgésico para el dolor, mientras tanto para ocultar las lesiones maquillo la mejilla y el labio para camuflar.
—¡Qué carajos te pasó! —dice en cuanto abre la puerta Arlín, me observa asustada.
—Nada, solo tuve un accidente —le resto importancia, al parecer el maquillaje no cumplió su propósito.
—Leyla, sé cuándo mientes y cuando no, dime que te sucedió —ordena cerrando la puerta sentándose en el asiento frente mío.
—Ya te dije que nada, solo fue un accidente —repito.
—¡Fue tu papá! —afirma levantando una ceja —. Porque te hizo eso —decido contarle todo.
—Es una basura, mira como te dejó —dice con pena.
—Vamos Arlín, he tenido peores —le resto importancia —. Por favor, no le digas a nadie —ella asiente —. Promételo.
—Lo prometo —levanta la mano.
—¿A qué se debe el honor de tu visita? —cuestiono.
—Quería saber de ti, el viernes después de la fiesta me dijiste que luego hablaríamos, no respondiste más mis mensajes, estuve preocupada por ti. Y Jeremías me dice que discutió contigo. No entiendo nada.
—Jeremías es un imbécil, le contó a Gael que me besó y que me regalaba flores.
—No era eso lo que querías, quedarte con Jeremías.
—Eso pensé, pero le pedí tiempo y siempre aclaré que estaba casada. ¿No recuerdas que perdí la memoria? —me mira confundida —. Pensé que quería eso, pero me pareció cobarde su actitud, no tenía que decirle nada a Gael.
—Pero la que le dio esperanzas fuiste tú.
—Sí, lo sé, y me arrepiento, me di cuenta que no es así —frunce el ceño —. Si le hubiera interesado realmente no le hubiera dicho nada a Gael, me hubiese cuidado hasta ser libre, él mintió, jamás le devolví el beso además… creo que siento algo por Gael —frunzo la cara.
—¡Es una broma no! —espeta molesta —. Todo este tiempo te estuvo manipulando, quiso alejarte de mí, te mintió, oculto muchas cosas y ahora me dices eso —argumenta molesta.
—No me mintió —aclaro —, solo no me dijo toda la verdad. Además yo también me comporté horrible con él, recuerda que yo también le mentí, y seguí los coqueteos de Jeremías. Además me demostró que se preocupa por mí, todo este tiempo me cuidó —recuerdo.
—¿Qué cambió? —interroga.
—Veo como se preocupa por mí.
—Solo… ten cuidado Leyla —lo dice muy convencida, se levanta molesta del asiento —. Yo que tú no me confío, hay muchas cosas que oculta con tu secretaria —gira tomando el pomo de la puerta.
—Quiero preguntarte algo —se detiene y me mira —. Tuve algunos recuerdos este fin de semana.
—¿Qué recordaste? —Interroga preocupada.
—Que íbamos en un auto discutiendo muy fuerte y tuvimos un accidente —queda seria mirándome fijo —, que fue lo que sucedió ese día Arlín…




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