Las campanas resonaban con fuerza desde la torre más alta de la catedral del reino de Lemuria. Aquella ciudad próspera, repleta de mercados y familias adineradas, se encontraba ahora sumida en el caos y la desesperanza.
Un ejército enemigo, cuyo estandarte era irreconocible, marchaba con fuerza hacia el reino. Si bien era cierto que la fama y la fortuna de una ciudad podrían provocar el descontento y la envidia de cualquier otro monarca de la región, para el Rey Aldric era impensable que sus propios aliados hubieran alzado sus armas contra él.
Dentro del castillo, la guardia real y los sirvientes se encontraban inquietos, puesto que temían por su propia seguridad.
Momentos antes de que el ejército enemigo hiciera su aparición, la tierra se sacudió con fuerza, perturbando el sueño de los residentes. Las paredes de piedras de la gran estructura que se alzaba a la mitad del reino se encontraban ahora con unas grandes grietas. En el pueblo y en el mercado principal, también se veían huellas de los acontecimientos recientes, con casas destruidas y adoquines levantados debido a los movimientos sísmicos, haciendo que fuera imposible usar los carruajes para abandonar la ciudad.
Los muros que se construyeron para proteger al reino y a sus habitantes se encontraban ahora en muy mal estado. Solo bastaría un buen par de golpes precisos para abrirse paso hacia la ciudad.
El Rey Aldric presentía que algo no estaba bien y que debía actuar con rapidez por el bien de su pueblo y de su legado. Mientras ayudaban a su esposa, la Reina Seraphine, a vestirse adecuadamente para salir del castillo, uno de sus lacayos apareció acompañado de un hombre alto y robusto que portaba una armadura reluciente y pesada.
—Su majestad, todos mis guardias están listos para la batalla pero me temo que hay un problema.
La cara de preocupación y las gotas de sudor que bajaban por el rostro del comandante de la guardia real inquietaron al rey.
—No se como decirle esto su majestad, pero todas las armas que se encontraban en las bodegas del castillo han desaparecido.
Aldric y el comandante salieron de la habitación para que ninguna otra persona los escuchara.
—¿Cómo es posible que las armas no estén en las bodegas?
—Disculpe su majestad, yo mismo hice la revisión cuando mis hombres me alertaron de la situación. Incluso mande a revisar los calabozos y las salas que usan la servidumbre. Lo único que encontré en su lugar son los escudos.
—Alguien nos ha traicionado, es imposible que nuestro armamento desapareciera sin que nadie se diera cuenta.
—Yo le prometo, que haré todo lo que esté en mis manos para protegerlo a usted y a mi pueblo.
El rey desvió la mirada hacia una de las ventanas que se encontraban en el pasillo. Gracias a la luz de la luna, podía ver cómo el ejército desconocido se encontraba debilitando sus murallas. El tiempo era escaso y tomó la decisión de confiar en su comandante y en su buena voluntad.
—Si es necesario, usaré mis manos para defender este reino hasta mi último aliento.
De su bolsillo, sacó unas cartas y unos pergaminos cerrados con el sello dorado distintivo del reino de Lemuria.
—Ya hemos hablado sobre este plan desde hace muchas lunas atrás. Ya sabes cual es tu deber, proteger mi legado es lo más importante para mi.
Con mucho pesar, el comandante tomó los papeles en sus manos y luego hizo una reverencia.
—Fue un honor servir a su lado su majestad, me encargaré de poner a la princesa a salvo lo antes posible.
—Cuento contigo para que así sea, mi estimado Frederick.
El hecho de que el rey se refiriera a su comandante por su nombre lo llenó de orgullo y le brindó el impulso que necesitaba para ir a cumplir con su misión.
La princesa apareció ante los caballeros, con lágrimas en sus ojos. Se encontraba de mal humor por haberse despertado de sus sueños a mitad de la noche y acababan de informarle que debía abandonar el castillo.
—Padre, dime que no es cierto…
El rey y la princesa se abrazaron con fuerza y ternura. Ninguno de los dos quería separarse, porque sabían muy bien lo que eso significaba.
—Tú eres la niña más fuerte que conozco —dijo el rey con voz firme—, y harás lo que se te ordene. Si te dicen que corras, correrás lo más rápido posible; si te dicen que te calles, no dirás ni una palabra; y si te dicen que te escondas, procura hacerlo bien.
La cubrió con su capa y la miró por última vez. Quería guardar en su memoria la imagen de su hija con su cabello largo de color platinado y sus ojos tan dulces como la miel.
—Recuerda siempre quien eres mi pequeña, la princesa Toscana de Lemuria. Un día regresaras y tomarás tu lugar en este mundo como mi sucesora continuando con el legado de tu familia.
El ruido de una explosión proveniente del pueblo los trajo de vuelta a la realidad. Era el momento de separarse si querían darle ventaja a la princesa de escapar por un camino seguro y que nadie los siguiera.
La princesa y el comandante descendieron hasta el sótano del castillo donde se encontraba una trampilla que conducía a los túneles secretos construidos para la evacuación de la familia real en caso de un peligro inminente. Allí se encontraba un muchacho con su capa, una mochila y una antorcha.
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Editado: 29.08.2025