Recuerdos de Luna

1. El nacimiento de la sombra

Es gracioso eh de decir, dicen que todos en este mundo nacemos de alguien, de un vientre maduro quien nos concibiera, de un amor cualquiera, hasta incluso de una historia con fin, pero yo. Yo no.

Yo nací del fuego, de la oscuridad, de la frialdad del silencio, del ruido metálico, de una puerta cerrándose y del eco de una voz que solo repetía — “Recuerda solo lo que te enseñamos.”

No recuerdo rostros, ni un nombre, ni una infancia, ni muchos menos padres a los que amar, solo recuerdo el olor del acero y tacto helado, del suelo donde aprendí a arrodillarme por primera vez para pedir consuelo, uno que a fin de cuentas no recibí.

Me nombraron Kaelith un nombre común, “me río para no llorar” que solo escondía detrás la verdadera realidad, a la verdadera yo, a Umbra, siendo ese el nombre que marco mi camino en este mundo.

Umbra no significaba nada pero significaba todo a la vez, la sombra eso quiere decir, la oscuridad que ensalza a aquella que no tiene pasado, ni luz, ni destino, la que solo obedece y calla.

En esta vida aprendí a moverme antes de pensar, a matar antes que preguntar, a observar sin que me notaran y a escuchar sin hacer ruido.

Mis días eran ciclos exactos que iban desde despertar, entrenar, obedecer y dormir aunque mirándolo bien dormir no podría llamarlo así o sí, tal vez quien sabe, al acto solo de cerrar los ojos sin soñar.

La orden de las sombras me moldeo como el hierro puesto ante las brasas ardientes, fraguado hasta la perfección, golpe tras golpe hasta que mi voluntad se volvió una extensión del filo de los cuchillos que empuño como armas.

Cada respiración era un reto y media en mí el fino hilo que separa la vida de la muerte, donde cada silencio era una prueba de valor y lealtad.

A veces cuando lo inevitable se volvía realidad, cuando una vida expiraba por obra de mis manos delante de mis ojos en la sangre que me salpicaba creía llegar a ver mi reflejo aunque a fin de cuentas resultara no ser mío sino del alma que partía frente a mí de este mundo.

Era curioso, incluso me llegue a preguntar queriendo entender si todo esto era real, si alguien alguna vez había podido lograr contemplar el color de mi propia sangre, pero, como siempre la pregunta quedo sin respuesta como casi todo en mi vida.

El hombre que me saco del fuego “o al menos eso dice él” es llamado Eldric Kaelthon, es mi tutor, mi médico y mi creador.

No lo detesto no puedo decirlo eso abiertamente pero tampoco lo apreció completamente. Nuestra relación es como todo en mi vida esta creada solo para funcionar, por lo que si me dice que beba un veneno lo hago, o si me dice que viva obedezco sin rechistar.

Es un hombre complejo eh de admitir y no sé si lo hace solo por afecto o curiosidad científica pero puedo decir que me cuida como si se tratara entre comillas de algún padre, un tanto loco, frío, pero eso, un padre.

Eldric no sonríe, no puedo decir nunca que lo he visto hacerlo con naturalidad porque a aquella jodida mueca que hace cuando está complacido parece ser solo una expresión de a alguna enajenación mental.

Tiene una actitud sería, él, solo observa con aquellos ojos marrones que parecen diseccionar el alma de quienes osen mirarlo lo que me lleva a pensar en la forma en que deduzco él me ve, una de sus fórmulas exactas talvez, peligrosa e irremplazable.

A puertas cerradas le gusta llamarme Kaelith dice que es el nombre que me dio cuando me encontró, el nombre elegido, que el otro, Umbra, es solo una extensión de los deseos de la orden que no me pertenece pero que debo de cargar con él con honor o tristeza.

Pero, que puedo yo decir si ningunos suenan a mí, Kaelith suena a un nombre demasiado humano y Umbra, ese suena a algo demasiado vacio.

— Dormiste poco de nuevo — me dijo una vez mientras me inyectaba la dosis diaria del supuesto tratamiento que me administra desde que tengo consciencia, una droga que llama Lunaris Serum que no se de donde rayos salió pero que por alguna razón funciona en mi.

— Los muertos temo duermen más que yo — le respondí con la calma que me caracteriza.

— Sin embargo los muertos no matan tan bien, solo huelen a podredumbre y muerte.

— Como si ya no lo supiera

Es molesto, nunca sé si habla enserio o solo me provoca para medir mis limites o mi control sin tener miedo a que en un arranque de ira lo estrangule, pero reconozco que en el fondo su presencia es lo más parecido a una extensión de mi existencia, un símbolo de connotación fraternal solo nuestro.

Eso no puedo decir que lo convierta en alguien demasiado importante, “aunque sea lo contrario porque me niego a admitirlo,” sino que más bien lo convierte en alguien imposible de ignorar y sí, me hace sentir menos sola dentro de mi propia oscuridad.

La soledad no duele cuando no recuerdas lo que es estar acompañada, al contrario es un vacio cómodo, familiar casi necesario pero que a veces te sacude con cientos de preguntas por lo que a veces y solo a veces, contemplo a las personas desde los techos o las sombras que caminan en las calles, son tan libres se ríen y lloran, gritan y aman, gestos que no entiendo y sonidos que no siento.

Sí lo admito, a veces los intento imitar por curiosidad y sí, definitivamente ahora sé que sonreír no se me da, el reflejo en el espejo de mi baño me lo confirmo porque no puedo ser natural, mi sonrisa no llega a los ojos, sonrío pero sigo mirándome vacía y todo es así hasta que suena el aviso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.