El tiempo había pasado con calma.
Adrián y Lucía vivían juntos otra vez, aunque nada era exactamente igual.
Las risas habían vuelto, las canciones también, pero entre ellos aún existía una sombra: el recuerdo de Tomás.
A veces, cuando Lucía se quedaba callada mirando el vacío, Adrián sabía que su mente estaba allá, en esa carretera, en ese amigo que ninguno de los dos había logrado dejar atrás.
Una tarde, mientras él pintaba en el estudio, sonó el timbre.
Lucía fue a abrir.
Un joven de unos veinte años, de cabello oscuro y ojos grises, se encontraba en la puerta.
—¿Señora Lucía Herrera? —preguntó con voz temblorosa.
—Sí, soy yo. ¿Puedo ayudarte?
El chico dudó unos segundos, y luego extendió una carta.
—Esto… es de mi hermano.
—¿T
El joven bajó la mirada.
—De Tomás.
El aire pareció detenerse.
Adrián escuchó su nombre desde el estudio y salió.
Lucía tenía la carta entre las manos, los ojos muy abiertos.
El muchacho los miró, nervioso.
—Me llamo Elías —dijo—. Tomás era mi hermano mayor.
Este
Pensé que
Lucía abrió el sobre con las manos temblorosas.
Dentro había una carta escrita con tinta azul, y una pequeña foto de los tres: Tomás, Adrián y ella, riendo frente a la feria.
La carta decía:
“Si algún día ya no estoy, quiero que sepas que nunca quise que me eligieras, Lucía.
Solo quería que fueras feliz, incluso si era con él.
Y tú, Adrián… no dejes que el orgullo te ciegue.
No hay rivalidad en el amor verdadero. Solo caminos distintos hacia la misma persona.”
Lucía apretó la carta contra su pecho, sollozando.
Elías los observó en silencio, sin saber si debía quedarse o marcharse.
Más tarde, cuando él se fue, Adrián y Lucía se sentaron en el sofá, sin hablar.
El silencio pesaba tanto como la carta entre ellos.
—No sabía que tenía un hermano —dijo Adrián al fin.
—Yo tampoco —susurró Lucía.
Él la miró.
—¿Crees que deberíamos… verlo otra vez?
Lucía dudó.
—No lo sé. Pero hay algo en su mirada, ¿lo notaste?
—Sí… —dijo Adrián lentamente—. Se parece demasiado a Tomás.
Esa noche, Adrián no pudo dormir.
La carta lo había desarmado por dentro.
Tomás… había perdonado antes de morir.
Y ahora, su hermano aparecía de la nada, trayendo consigo más preguntas que respuestas.
Al cerrar los ojos, escuchó una voz lejana en su mente:
“No hay rivalidad en el amor verdadero…”
Pero al despertar, se dio cuenta de algo que lo inquietó.
Lucía no estaba en la cama.
Y la carta… había desaparecido.