Recuerdos de ti.

Capítulo 7: La verdad que dormía

La mañana amaneció gris.
El sonido de la lluvia golpeando los vidrios trajo un eco familiar que le erizó la piel.
Lucía se abrigó con la bufanda gris de Adrián —la misma que había sobrevivido al accidente— y salió sin decir una palabra.

Elías la esperaba frente a una cafetería pequeña en el centro.
Llevaba la misma sonrisa nerviosa del día anterior.

—Gracias por venir —dijo él, levantándose.
Lucía asintió, con una calma que no sentía.
—Dijiste que había algo más.

Elías dudó un segundo antes de sacar de su mochila un pequeño cuaderno gastado.
—Esto estaba guardado junto con la carta.
—¿Un diario?
—Sí. De Tomás.

Lucía tragó saliva antes de abrirlo.
La primera página estaba escrita con su letra apurada y desordenada.

“Si algo me pasa, que Lucía nunca lea esto.
No quiero que cargue con algo que no puede cambiar.”

Su corazón se detuvo.
Pasó las páginas lentamente.
Había notas, bocetos, letras de canciones… y en una de ellas, algo que la hizo temblar.

“La noche del accidente no fue culpa de Adrián.
Fui yo quien lo provocó.
No soportaba verlo con ella.
Lo desafié a correr.
Y cuando él trató de frenar, fui yo quien perdió el control.”

Lucía soltó el cuaderno.
Las manos le temblaban.
Todo lo que habían creído… toda la culpa que Adrián había cargado durante meses… era una mentira del destino.

Elías la observó en silencio.
—Yo tampoco lo sabía —dijo—. Lo descubrí hace unos días.
Mi hermano te quería, Lucía, pero también se odiaba por eso.
Siempre pensó que Adrián era mejor para ti.

Lucía cerró los ojos, conteniendo las lágrimas.
—Y por su silencio, Adrián vivió con la culpa de su muerte.
—Por eso vine —dijo Elías con voz suave—. Pensé que debías saberlo.

Esa noche, cuando Lucía regresó a casa, Adrián la esperaba en el balcón.
Tenía la mirada perdida en el horizonte.

—¿Dónde estabas? —preguntó sin girarse.
—Con Elías.

El silencio cayó entre ellos, pesado.
Lucía se acercó, sosteniendo el diario contra el pecho.
—Adrián… hay algo que tienes que leer.

Él tomó el cuaderno con cautela.
Sus ojos recorrieron las líneas, una a una, hasta que el color se le fue del rostro.
La respiración se le volvió inestable.

—Entonces… —murmuró, mirando el suelo—. No fui yo.
Lucía lo abrazó.
—No. Nunca lo fuiste.

Él dejó caer el cuaderno y la apretó con fuerza, como si temiera que el mundo desapareciera otra vez.

—He vivido todo este tiempo creyendo que le quité la vida a mi mejor amigo.
—Y él… —susurró Lucía, con voz quebrada— te la salvó, al callar.

Esa noche durmieron abrazados, sin decir nada.
El perdón ya no era una palabra entre ellos, sino un lazo invisible que unía sus almas cansadas.

Pero mientras Lucía se quedaba dormida, Adrián abrió los ojos y miró el diario otra vez.
Al final, en una página suelta, había una nota que Lucía no había visto.

“Si algún día mi hermano Elías encuentra esto… dile a Adrián que el pasado no lo ata.
Pero hay algo más que debe saber.
El accidente… no fue solo eso.”

Adrián leyó la última línea una y otra vez, sintiendo cómo el miedo volvía a despertarse en su pecho.

“Alguien nos siguió esa noche.”

Y supo, en ese instante, que la historia aún no había terminado.



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En el texto hay: romace, confuciones

Editado: 22.11.2025

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