La dirección escrita en la carta —Calle del Río, 42— resonó en la mente de Adrián toda la noche.
Era un lugar que conocía bien.
Había pasado por esa calle cientos de veces, sin saber que guardaba una pieza de su historia perdida.
Cuando el amanecer tiñó el cielo de gris pálido, Adrián tomó las llaves y salió sin hacer ruido.
Lucía aún dormía, con el rostro húmedo por las lágrimas de la noche anterior.
No podía esperar más.
Necesitaba saber.
La Calle del Río era un barrio viejo, de casas bajas y balcones antiguos.
La lluvia había cesado, dejando el aire húmedo y cargado de un silencio extraño.
La casa número 42 estaba custodiada por una verja oxidada.
Las ventanas, cubiertas por cortinas amarillentas, daban la impresión de que nadie vivía allí… pero algo en el ambiente decía lo contrario.
Adrián empujó la verja.
Rechinó como un lamento.
Golpeó la puerta.
Una vez.
Dos.
A la tercera, una voz ronca respondió desde dentro:
—Está abierta.
Adrián entró.
El interior era oscuro, iluminado apenas por una lámpara en la mesa.
Y allí, sentado como si hubiera estado esperándolo desde hace años, estaba Raúl Vega.
Más envejecido, con barba descuidada y una mirada que mezclaba cansancio con una extraña tristeza.
—Sabía que vendrías —dijo él, sin levantarse.
Adrián sintió la sangre hervir.
—¿Por qué seguiste a Tomás esa noche?
—Porque tenía que detenerlo —respondió Raúl, con un suspiro—. No quería que cometiera un error.
—¿Qué clase de error?
Raúl lo miró directamente, con una mezcla de culpa y resignación.
—Tomás pensaba confesarte algo. Pensaba decirte la verdad.
—¿Qué verdad? —la voz de Adrián se quebró sin querer.
Raúl apoyó los codos en las rodillas.
—Que él no era el único que estaba enamorado de Lucía.
El silencio golpeó como un puñetazo.
—No… —Adrián dio un paso atrás—. Tomás… él era mi mejor amigo.
—Y justamente por eso no quería perderte —respondió Raúl—. Tampoco quería que tú la perdieras.
Adrián apretó los puños.
—¿Y qué tiene que ver eso con el accidente?
Raúl bajó la mirada.
—Esa noche… Tomás quería hablar contigo.
—¿Hablar de qué?
—De que él sabía que Lucía te quería de verdad.
—¿Y eso era un problema?
—Para él, sí —murmuró Raúl—. Y para mí también.
La revelación cayó como un rayo.
—¿Para ti también?
Raúl asintió, lento.
—Yo la conocí primero. Mucho antes que tú o que Tomás. Ella estaba rota por la muerte de su padre. Y yo… la cuidé.
—¿Qué estás diciendo…?
—Que la amé. Y la perdí. Porque eligió seguir adelante. Contigo.
Adrián sintió que la garganta se cerraba.
Era demasiado.
Demasiadas sombras, demasiado pasado oculto entre silencios.
—Entonces… ¿esa noche los seguiste por celos?
Raúl lo miró con una tristeza infinitamente humana.
—No. Los seguí para asegurarme de que nadie saliera herido.
Adrián lo observó, incrédulo.
—¿Y qué pasó?
—La lluvia —respondió Raúl, con la voz rota—. Uno de ustedes perdió el control. Yo traté de alcanzarlos pero… llegué tarde.
Adrián tragó saliva.
—¿Y por qué huiste?
Raúl cerró los ojos.
—Porque si me quedaba, la verdad habría salido a la luz.
—¿Y cuál es la verdad? —exigió Adrián.
Raúl lo miró entonces, directo al alma.
—Que el que conducía la moto… no eras tú.
El mundo se detuvo.
—¿Qué…?
—El que manejaba era Tomás.
—No… no puede ser…
—Tú estabas detrás de él. Él te pidió cambiar de lugar minutos antes del accidente. Lo hacía para protegerte siempre.
Raúl tragó hondo.
—Esa noche, Tomás hizo su última promesa.
—¿Cuál…?
—“Si algo me pasa… cuida de Adrián y de Lucía.”
El peso de esas palabras cayó sobre Adrián como una avalancha.
De pronto, la puerta principal se abrió de golpe.
Lucía estaba allí.
Empapada.
Temblando.
Con una expresión que parecía romperse.
—Ya no… ya no quiero recuerdos incompletos —dijo con la voz quebrada—. Quiero la verdad. Toda.
Raúl la miró como quien contempla un fantasma que nunca dejó de amar.
Adrián se quedó sin aire.
Ella dio un paso adelante, la mirada llena de lágrimas.
—Y quiero que alguien me diga… —miró a ambos—
¿por qué siento que yo también estuve allí esa noche?
El silencio que siguió fue tan profundo que parecía que incluso la casa dejó de respirar.
El pasado no solo regresa.
A veces, exige ser recordado por todos.