Recuerdos de ti.

Capítulo 12: Lo que ella había olvidado

Lucía seguía en el umbral de la puerta, empapada por la lluvia, con el pecho subiendo y bajando a un ritmo descontrolado.
Adrián dio un paso hacia ella, pero Lucía levantó una mano temblorosa, deteniéndolo.

—No… no digas nada. Solo… déjame recordar por mí misma.

Raúl bajó la mirada.
No intentó acercarse.
No intentó hablar.
Sabía que aquel momento no le pertenecía.

Lucía caminó lentamente hacia el centro de la habitación.
Sus ojos recorrieron los muebles, las paredes, los objetos cubiertos de polvo…
Todo parecía detenido en el tiempo, igual que su memoria.

—Este lugar… —susurró—. Ya había estado aquí.

Adrián frunció el ceño.

—¿Qué?
Ella lo miró con una mezcla de miedo y certeza.

—Este fue el taller donde Tomás nos llevó aquella tarde… antes de la tormenta.

El corazón de Adrián se paralizó.

—Lucía, tú… ¿estuviste con nosotros ese día?
Ella asintió, llevándose la mano a la cabeza, como si el recuerdo presionara desde dentro.

—Sí… ahora lo veo. Yo… yo estaba aquí. Tomás me llamó desesperado… me dijo que necesitaba hablar conmigo… que había cometido un error.

Raúl cerró los ojos con fuerza.
Adrián sintió que el piso desaparecía bajo sus pies.

—¿Qué error? —preguntó él con voz apenas audible.

Lucía respiró hondo.
Su voz era un susurro quebrado.

—Me dijo… que tenía que decirte la verdad.
—¿La verdad sobre qué?
Lucía apretó los puños.

—Sobre mí.

Adrián se quedó helado.
Lucía continuó, temblando.

—Yo… había discutido contigo ese día. No lo recuerdas, porque borraste muchas cosas por el trauma… pero yo sí lo hice.
Adrián sintió una punzada en el pecho.

Lucía tragó saliva.

—Y fui a ver a Tomás. Pensé que… que tú necesitabas espacio. Y él… él me dijo que tenía algo que confesarme… algo que había callado demasiado tiempo.

—¿Qué te dijo? —preguntó Adrián, sin aire.

Lucía bajó la mirada, avergonzada.

—Que tú no te habías dado cuenta… pero él sí.
—¿De qué…?
Ella lo miró directo a los ojos.

—De que yo estaba enamorada de ti desde antes del accidente.
—¿Qué…?
—Y que había tratado de alejarse para no meterse entre nosotros. Pero ese día… —ella apretó los labios—, ese día dijo que no podía seguir mintiendo.

La confesión cayó como un rayo.

Raúl habló por primera vez desde que Lucía llegó.

—Tomás te quería más de lo que tú crees, Adrián. No quería estorbar.
Adrián se volvió hacia él con furia contenida.

—¿Y entonces por qué está muerto? ¿Por qué íbamos en esa carretera maldita?
Raúl bajó la cabeza.

—Porque Tomás quería hablar contigo antes de que alguien más lo hiciera.

—¿Quién? —preguntó Adrián con los dientes apretados.

Raúl levantó la mirada lentamente.
Una mirada pesada, culpable.

—Yo.

Lucía se cubrió la boca con las manos.
Adrián sintió hielo correr por sus venas.

—¿Tú…?
Raúl asintió.

—Tomás vino a verme. Me dijo que ya no podía esconderlo más. Que tú tenías derecho a saber la verdad.
—¿Qué verdad? ¡Dilo ya! —Adrián explotó.

Raúl respiró hondo.

—La verdad es que yo… no los seguí esa noche por casualidad.
Lucía lo miró aterrada.
Adrián sintió rabia, miedo, confusión.

Raúl continuó, con voz quebrada:

—Los seguí porque Tomás me pidió que lo hiciera.
—¿Tomás? ¿Por qué haría eso?
Raúl tragó saliva.

—Porque me tenía miedo. Porque yo… estaba fuera de control. Porque cuando supe que él le había dicho a Lucía la verdad, perdí la cabeza.

El silencio se volvió insoportable.
Lucía dio un paso atrás.
Adrián sintió que le faltaba el aire.

Raúl cerró los ojos, como preparándose para ser juzgado.

—Esa noche, la moto negra detrás de ustedes… sí, era yo.
Adrián retrocedió lentamente.
Lucía dejó escapar un gemido de horror.

—Pero escúchame —Raúl alzó la voz, suplicante—. Yo no provoqué el accidente.
—¿Y cómo pretendes que te crea? —Adrián gritó.

Raúl se levantó por primera vez, mirando a ambos con desesperación.

—Porque no fui yo el que hizo que Tomás perdiera el control.
Hubo un segundo de silencio suspendido.

Raúl bajó la voz.

—Fue Lucía.

El mundo se quebró.

Lucía palideció por completo.

—¿Q-Qué…?
Adrián sintió un latido seco, doloroso.

Raúl señaló a la puerta.

—Tú apareciste en medio de la carretera. Llorando. Gritando.
Lucía temblaba.

—Eso no… eso no es…
—Tomás frenó para no atropellarte —continuó Raúl, con los ojos brillantes de tristeza—. Y ese fue el momento en que la moto cayó. Yo lo vi.
—No… —Lucía murmuró—. Eso no puede ser…
—Tú misma me pediste que no dijera nada.
Lucía dio un paso atrás, horrorizada.

—¡Eso no es verdad! ¡Yo nunca… yo…!
Se llevó ambas manos a la cabeza.

Adrián la observaba, paralizado.
No sabía qué creer.
No sabía qué sentir.
No sabía si su corazón estaba rompiéndose o simplemente entumecido.

Lucía, entre sollozos:

—Yo… no recuerdo eso… yo no…

Raúl murmuró:

—Ese es tu recuerdo bloqueado. El que te está llamando desde hace semanas.

Lucía cayó de rodillas.
Adrián dio un paso hacia ella.
Quizás para ayudarla.
Quizás para apartarse.
Ni él mismo lo sabía.

Pero antes de que pudiera hacerlo, Lucía lo miró llorando, con una súplica rota:

—Adrián… dime que… si es cierto… tú…
Su respiración tembló.

—¿Vas a odiarme?

La pregunta quedó flotando entre ellos, pesada, cruel, inevitable.

La verdad salió a la luz…
pero el amor, a veces, teme la claridad.



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En el texto hay: romace, confuciones

Editado: 22.11.2025

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