Esa noche, Akira no pudo dormir.
Se giró una y otra vez en la cama de la habitación que compartía con otros pacientes. El silencio del hospital era profundo, pero en su mente resonaba un solo pensamiento:
Hana… siempre estuvo allí.
Y él la había olvidado.
La idea lo atormentaba. No porque fuese su culpa, sino porque al recordarla en el puente… había sentido algo más que nostalgia.
Había sentido dolor, un dolor suave pero penetrante. Como si un recuerdo más grande, más pesado, intentara abrirse paso.
Al final, decidió levantarse.
Descalzo, caminó por el pasillo iluminado por luces tenues. Desde la ventana del fondo, la luna brillaba sobre el pueblo dormido. Y ahí, apoyada contra la pared, estaba la doctora Mizuki con una taza de café.
—Akira —dijo ella en voz baja—. ¿No deberías estar descansando?
Él dudó un instante, pero luego habló con sinceridad:
—Recordé algo nuevo hoy.
Mizuki arqueó una ceja interesada y dio un sorbo a su café.
—Cuéntame.
Akira respiró hondo.
—Recordé a Hana. A… la chica del puente. Sé que antes la conocía. Sé que era alguien importante para mí, pero… —Apretó el puño— hay algo más. Hay un recuerdo detrás de ese, uno que me duele intentar alcanzar.
La doctora observó su expresión unos segundos, como evaluando sus palabras.
—Eso es normal. Cuando la memoria recupera algo emocionalmente intenso, suele traer consigo fragmentos relacionados. A veces hermosos… a veces dolorosos.
Akira asintió, aunque no lo tranquilizó.
—Doctora… ¿cree que olvidé algo triste?
Mizuki no respondió de inmediato. Caminó hasta la ventana y observó la luna unos segundos.
Luego dijo:
—Akira, antes del accidente eras una persona… que cargaba mucho en su interior. Quizá más de lo que dejabas ver. —Se volvió hacia él—. No puedo asegurarte qué recordarás, pero sí puedo decirte que, sea lo que sea… no estarás solo.
Las palabras le dieron una inesperada calidez. Pero antes de que pudiera responder, un destello pasó por su mente.
Un sonido.
Una voz.
Un llanto.
Y entonces, el dolor.
Como si una aguja ardiente atravesara su memoria, Akira se llevó la mano a la cabeza y cayó de rodillas.
—¡Akira! —exclamó Mizuki, agachándose junto a él.
El mundo giró.
Las voces se mezclaron.
Pero entre el caos, un fragmento se volvió nítido:
“No te vayas… por favor… no te vayas…”
Una voz femenina.
Una súplica desesperada.
Y él alejándose, sin mirar atrás.
Akira sintió cómo se helaban sus manos.
Esa voz…
Aunque estaba distorsionada, aunque provenía de un pasado que había perdido…
Sabía que era Hana.
Cuando finalmente el dolor cedió, Mizuki lo ayudó a sentarse contra la pared.
—Esto no es bueno —murmuró ella, preocupada—. Las memorias traumáticas están intentando salir demasiado rápido.
Akira, todavía jadeando, alzó la vista.
—Doctora… ¿le hice daño… a Hana?
Mizuki abrió los labios para responder, pero dudó. Esa duda, más que cualquier palabra, le dio la respuesta que temía.
Akira sintió algo retorcerse en su pecho.
—Necesito saber la verdad —dijo con voz temblorosa—. Aunque duela.
Especialmente si es sobre ella.
Mizuki lo miró largo rato… y finalmente suspiró.
—Está bien —dijo al fin—. Pero antes de que lo escuches… debes prometerme algo.
—¿Qué cosa?
La doctora lo miró con una seriedad absoluta.
—Que cuando recuerdes lo que ocurrió… no te alejarás de ella otra vez.
El corazón de Akira dio un vuelco.
Las palabras eran claras, demasiado claras.
—Entonces… ¿sí la lastimé?
Mizuki no confirmó ni negó.
—Prométemelo —repitió.
Akira tragó saliva.
—Lo prometo —susurró.
Y aunque no lo sabía… esa promesa cambiaría todo.