La doctora Mizuki llevó a Akira a una pequeña sala de descanso dentro del hospital. Era de madrugada y el lugar estaba vacío, iluminado solo por una luz suave y amarillenta que hacía que todo pareciera más íntimo… y más tenso.
Akira se sentó en una de las sillas, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
Mizuki suspiró, se acomodó los lentes, y finalmente habló.
—Akira… antes del accidente, tú y Hana tenían una relación muy cercana.
Él ya lo sospechaba, pero escucharlo directamente hizo que algo en su pecho se tensara.
—¿Éramos… pareja? —preguntó en voz baja.
Mizuki negó despacio.
—No exactamente. Aunque ella… —hizo una pausa— …te quería de verdad.
El silencio cayó como un peso.
Akira tragó saliva.
—¿Y yo? —preguntó—. ¿Qué sentía por ella?
Mizuki lo miró con una mezcla de compasión y dureza.
—Tú también la querías. Mucho. Pero…
Akira sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Pero… ¿qué?
La doctora juntó las manos sobre sus piernas, como si estuviera lidiando con una verdad difícil.
—Una semana antes del accidente —dijo con voz suave—, Hana se confesó contigo en el puente. Te dijo que llevaba años enamorada.
El aire se volvió pesado.
Akira llevó una mano al pecho, como si su corazón respondiera a un recuerdo aún borroso.
—¿Y yo…? —susurró.
Mizuki desvió la mirada.
—Tú le dijiste que no.
La palabra cayó como un golpe.
Akira sintió un dolor inesperado en el pecho, uno tan intenso que casi lo dejó sin aire.
No recordaba la escena… pero su cuerpo sí. Su corazón también.
—¿La rechacé…? —murmuró, incrédulo.
—Sí —respondió Mizuki—. Y ella… rompió a llorar frente a ti. Te pidió que no te fueras… que no la dejaras sola.
Tú escuchaste eso hace unos minutos, ¿verdad?
Akira cerró los ojos.
La voz que había oído durante el recuerdo traumático.
El llanto.
La súplica desesperada.
“No te vayas… por favor… no te vayas…”
—¿Entonces… por qué me fui? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Por qué dejé llorando a alguien que amaba?
Mizuki lo observó, pero no respondió enseguida.
—Akira —dijo al fin—, tú arrastrabas un sentimiento de culpa muy profundo. Algo de tu pasado te hacía creer que no merecías ser amado.
Cuando Hana te confesó lo que sentía… tú también sentías lo mismo. Pero te dio miedo.
Akira se cubrió la cara con las manos.
El peso de la verdad, aunque incompleto, lo aplastaba.
—La dejé llorando sola —dijo, con la voz quebrada—. ¿Cómo puedo enfrentarla ahora?
La doctora se inclinó hacia él.
—Porque ella nunca dejó de preocuparse por ti —dijo con firmeza—. Porque ella estuvo aquí cada día desde el accidente. Porque aunque la heriste… nunca dejó de esperarte.
Akira abrió los ojos, sorprendido.
—¿Ella… venía a verme?
—Todos los días —aseguró Mizuki—. A veces solo se sentaba junto a tu cama. A veces te hablaba aunque no respondieras.
Incluso cuando tú la olvidaste… ella no te olvidó.
El silencio que siguió fue casi insoportable.
Akira sintió una mezcla de vergüenza, nostalgia, y un dolor tan profundo que apenas podía sostenerlo.
—Doctora… —dijo al fin—. ¿Cree que… Hana podrá perdonarme?
Mizuki sonrió con una suavidad inesperada.
—Akira, Hana ya te perdonó hace mucho. Lo único que está esperando… es que tú recuerdes por qué se enamoró de ti.
La respiración de Akira se volvió temblorosa.
Y entonces, una imagen fugaz cruzó su mente:
Hana, riendo mientras el viento movía su cabello, mirándolo como si él fuese el centro de su mundo.
Un recuerdo cálido.
Un recuerdo que dolía… porque necesitaba volver.
Akira se levantó, decidido.
—Quiero hablar con ella —dijo—. Necesito hacerlo.
Mizuki asintió, pero levantó una mano para detenerlo.
—Espera al amanecer. Está exhausta. Descansa un poco tú también.
Akira respiró hondo y asintió.
Pero mientras la doctora se retiraba, él se quedó mirando la ventana.
El cielo oscuro comenzaba a mostrar un tenue brillo.
Mañana… la enfrentaría.
Y juntos, recuperarían el pasado que él destruyó.