El amanecer llegó con un cielo anaranjado que parecía presagiar algo importante.
Akira apenas había dormido, pero aun así se levantó de inmediato. Sus manos temblaban ligeramente mientras se dirigía al jardín interno del hospital, el lugar donde Hana solía esperar todas las mañanas.
El corazón le latía con fuerza.
Hoy… hablaría con ella.
Hoy… le diría lo que recordó.
Hoy… le pediría que no se alejara más.
Sin embargo, cuando llegó al jardín, el banco donde Hana siempre se sentaba estaba vacío.
No era normal.
Akira miró alrededor, inquieto.
Un enfermero que regaba las plantas levantó la vista al verlo.
—Disculpe —preguntó Akira—, ¿vio a la chica que viene todas las mañanas? De cabello castaño y coleta… siempre trae una bufanda roja.
El enfermero pensó unos segundos y luego negó con la cabeza.
—Hoy no la he visto, lo siento.
Akira sintió un pinchazo de inquietud.
Se apresuró hacia los pasillos, revisando uno por uno.
Sala de espera.
Pasillo este.
Máquinas expendedoras.
Nada.
Hana no estaba.
Al llegar al vestíbulo del hospital, por fin la vio… pero no como esperaba.
Hana estaba allí, sí… pero no sola.
Frente a ella, un joven pelinegro, alto y bien vestido, sostenía una bolsa con medicinas. Tenía un aire serio, casi frío.
Y Hana lo miraba… con una expresión que Akira nunca había visto en ella.
No era alegría.
No era ternura.
Era culpa.
El chico hablaba en voz baja, pero Akira pudo escuchar parte de la conversación al acercarse.
—Hana, te dije que no tenías por qué venir todos los días. —El joven parecía molesto—. Esto te está agotando. ¿Qué ganas con seguir aquí?
—¡No digas eso! —respondió ella, visiblemente alterada—. No es… tan simple.
El chico bufó.
—Sigue sin recordar nada, ¿cierto? ¿De verdad vale la pena insistir?
Hana apretó los labios.
—Sí. Sí vale la pena.
Akira sintió el pecho apretarse.
Hana seguía defendiéndolo.
A pesar de todo.
Dio dos pasos hacia ellos… pero antes de poder llamarla, el joven lo notó.
—¿Eres tú el paciente? Akira, ¿verdad? —preguntó con un tono que apenas ocultaba su disgusto.
Hana dio un pequeño sobresalto y se giró rápidamente.
—A-Akira… —dijo, sorprendida.
Él intentó sonreírle, pero la tensión en su pecho lo traicionó.
—Hana… quería hablar contigo.
Ella desvió la mirada. Algo en su expresión se cerró.
—Ahora… no puedo —susurró.
Akira sintió un golpe seco en el corazón.
—Por favor —insistió—. Ayer recordé algo… algo importante sobre nosotros. Quiero contártelo.
Hana apretó sus manos con fuerza. Su bufanda roja tembló levemente con el movimiento.
—Akira… yo… no sé si debería escucharte.
—¿Por qué? —preguntó él, herido—. ¿Dije o hice algo malo?
—Tú no —respondió ella.
Luego añadió, con un hilo de voz—. Yo soy la que está haciendo algo mal.
Akira frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Pero antes de que pudiera avanzar, el otro chico dio un paso adelante, interponiéndose entre ellos.
—Creo que ya es suficiente —dijo con frialdad—. Hana está agotada. Si tienes algo que decir, díselo otro día.
Akira lo miró seriamente.
—Esto es entre Hana y yo.
—Ya no —replicó el chico—. No después de lo que pasó ayer.
El corazón de Akira se detuvo un segundo.
—¿Qué… pasó ayer?
Hana dio un pequeño paso atrás, como si quisiera desaparecer.
El chico se cruzó de brazos.
—Ayer, después de hablar contigo, Hana se fue del hospital llorando.
¿Sabes cuántas veces lo ha hecho en este último mes?
Akira sintió un vacío terrible abrirse en su pecho.
—Yo… no… —susurró.
Hana finalmente habló, con voz temblorosa:
—No puedo seguir así, Akira.
No puedo seguir esperándote con una sonrisa… cuando cada día temo que recuperes un recuerdo que… que te aleje más de mí.
Sus ojos se llenaron de lágrimas… pero esta vez, ella no intentó acercarse.
Por primera vez desde que él despertó, Hana dio un paso lejos de Akira.
—Lo siento —dijo, casi sin voz—. Hoy… no puedo escucharte.
Y sin esperar una respuesta, se giró y comenzó a caminar hacia la salida.
Akira extendió la mano hacia ella, desesperado.
—¡Hana, espera! ¡No me alejes otra vez!
Pero ella no se detuvo.
El joven la acompañó, lanzando a Akira una última mirada dura… y luego ambos desaparecieron por las puertas principales.
Akira quedó allí, de pie en medio del vestíbulo.
El eco de sus propios latidos parecía romper el silencio.
Era la primera vez… que veía a Hana irse sin mirarlo atrás.
Y ese simple gesto… le dolió más que cualquier recuerdo perdido.