Recuerdos De Un No Cuerdo

RECUERDOS DE UN NO CUERDO

Me hallo parado en una acera de concreto con el contorno coloreado en amarillo, a unos pasos delante de mi hay una niña de escasamente unos cinco años tomada de la mano de su abuela al parecer, la señora en cuestión tiene hilos plata entre varios hilos negros en la cabeza que formulan en mi pensar que debe superar las cuatro o cinco décadas, la curvatura de su espalda muestra un cuerpo cansado en contraste con la pequeña inquieta que la sacude moviendo los pies como si simulase un baile que espera ser desatado por un estallido musical, mi cabeza llena de sudor y de palpitaciones arduas que generan deseos de rascarla me hace caminar dos pasos hacia al frente y quedar escasamente a cuarenta centímetros de ambas.

A unos treinta metros iniciando la pequeña calle viene un autobús urbano del transporte público, con líneas azules adornando su fondo que alguna vez fue blanco, las ruedas del autobús son colosales, se acerca con un ruido estrepitoso y una nube de humo negro que sale por su escape trasero, mis manos se acercan a la espalda de ambas féminas y con un pie adelante y otro atrás me dispongo a empujarlas, estando el autobús a dos metros de distancia, puedo escuchar el cambio de la caja de velocidades del autobús en un estado de desesperación del conductor por maniobrar y salvar a las inocentes personas, sin apoyo previo ambas tropiezan y sus rostros dibujan horror mientras las ruedas van haciendo en ellas un efecto de prensa, las piernas de la mujer mayor comienzan a extenderse por debajo de la rueda y su cabeza ya estallo al colisionar contra del pavimento, la pierna va haciéndose más ancha mientras la pequeña niña lucha por salir debajo de la mujer mayor, los gritos hacen que las venas de mi sien se sientan calientes y mi boca salive en exceso, mis ojos parecen platos, me sudan las manos y comienzo a sentir una emoción radiante en mi ser, la pierna de la mujer sucumbe ante la presión y explota dejando restos de grasa que parecen espuma amarillenta, sangre por todas partes, la cara de la pequeña luce en tonos azules y morados, la gente solo se detiene a filmar la situación con sus teléfonos celulares, son segundos pero los disfruto como si tratasen de horas, se escucha el crujido de los huesos resquebrajarse, la mujer ya está inconsciente, la rueda sigue pasando por arriba de la pierna, la blusa de la mujer esta levantada, se vislumbra el abdomen y como va infamándose anunciando una inminente explosión, la piel comienza a agrietarse, las estrías que mostraban marcas de embarazos previos comienzan a chorrear ríos de sangre, nuevamente la presión del camión hacen que de ese estomago escupa la piel abdominal serpientes formadas por los intestinos, líquidos amarillentos y olores desagradables se pueden ver por la acera, soy el primer espectador, estoy en primera fila, la pequeña ya no respira pues el peso de la mujer y el camión partiéndola en dos por la presión del peso han hecho que dejase de respirar y en su cabeza comenzó a sentirse la presión a un nivel nunca sentido antes al grado que sus ojos comenzaron a lagrimear sangre y terminaron por salirse de sus cavidades, quisiera aplaudir y morderme los dedos, nunca había sentido tanta satisfacción de presenciar algo como esto, mi obra de arte materializada y mostrada frente a mi “su creador”. El autobús frena lo más que puede pero para su desgracia y mi fortuna, una vez dejando a la mujer partida por dos y remolida por todo su interior, la rueda del autobús queda sobre la cabeza de la pequeña, sus cabellos rubios mezclados con sangre y trozos de piel, lo compactado de la cabeza, los trozos de hueso que parecieran cascaron de huevo roto, sus ojos desprendidos y sujetados por solamente una pequeña línea roja goteada de sangre me miran fijamente y yo, yo solo puedo sentir una excitación enorme, ganas de gritar y pegar de puños en el piso o jalarme el cabello, la locura se apodera de mí y quiero, necesito ver más, más de lo que acabo de ver, mis ojos no se permitían humectarse para no perder ni un solo segundo de lo que mis manos fueron capaces de crear, quisiera carcajearme a montones y sin contenerme un gramo más, mi euforia sale, me arrebato a hincarme en la calle, siento lo caliente del pavimento por el sol pero la sangre ya pegajosa en la palma de mi mano y aun tibia me dan deseos de batirla y untarla en mi cara, la risa es incontrolable, mi euforia y excitación es superior a nada que hubiese sentido antes, cierro los ojos para olerla, el olor es algo parecido al oxido metálico, la sangre de mis manos la acerco a mi cara para poder disfrutarla más, y cuando despego mis parpados para poder visualizar nuevamente mi obra de arte…

La mujer y la niña siguen esperando que el semáforo cambie de color para que puedan cruzar a la calle, siguen paradas sobre lo amarillo de la acera, la mujer se ve aún menos encorvada de lo que se veía hace unos minutos, la niña sigue articulando movimientos de pies desesperados, a los veinte metros viene llegando a nosotros un autobús que alguna vez fue blanco con líneas azules, en su parrilla dice “dina” y de su cofre se ven andar las emisiones de calor, todo lo que pensé anteriormente fue un sueño nada más, no tengo la menor idea del porque pensar en hacer eso si ni siquiera conozco a la mujer y a la pequeña, el autobús llega a la esquina haciendo un chirrido parecido al de un silbato que hace las miradas se giren a observar al robusto transporte, el faro del semáforo paso de verde a amarillo, y de un instante a otro a rojo,  pudimos caminar toda la calle sin la menor interrupción, la niña va dando saltos que evocan emoción, camino sobre el paso peatonal dibujado en el piso, subo la acera que está enfrente de la calle en la que tuve esa extraña visión, la esquina está rodeada de ventanales que dejan ver en todo el interior la fila de la gente que forma para realizar pagos en la ventanilla del cajero del banco, el sol es agobiante, empujo la puerta y se regresa para volver a quedar cerrado, el aire dentro de la instalación financiera es frio, fresco, provoca deseos de no salir del lugar, tomo mi turno y la fila avanza a medida que el cajero realiza las operaciones, hay una tonada musical en el fondo que podría jurar se trata de “un lugar en el verano” de “Percy Faith”, soy el último en la fila mientras al compás de la música se escucha el respirar del aire acondicionado viajando por todo el plafón del banco. se escucha el rechinar de las puertas y al girar mi cabeza puedo observar que se trata de un hombre de casi dos metros de altura, con escasa cabellera, unos cuatro cabellos diría yo por delante de su nuca, tez apiñonada, y una camisa a cuadros en tonos verdes pajizos que funge como fortaleza intentando no desbordarse en cada botón, se coloca detrás de mí en la fila, su respiración agitada y caliente la puedo sentir en mi nuca, acompañado de una brisa que va desde sudor a saliva, su enorme corpulencia va opacando mi figura en la fila, el calor sale de su cuerpo y acaricia todo lo que lo rodea como el de un carbón al rojo vivo, los bellos capilares de su antebrazo escupen sudor y su mascar en la boca me llenan de saliva, poco a poco con cada respiración que va pasando me voy llenando de calor en el cráneo tanto por la respiración del hombre como por mi elevación de coraje, pasados casi dos minutos de tenerlo respirando tras de mí y agobiándome, mi corazón está al borde, mis manos tienen comezón en las palmas, mi vena de la sien esta nuevamente dilatada de modo que la siento punzante, me giro en cuarenta y cinco grados para donde están las cintas que ordenan la fila, saco la cinta del orificio del poste y en automático se regresa al otro poste, libero el otro extremo del poste y el hombre se queda mirando fijamente mis manos mientras realizo la operación, delante de mi hay una mujer de edad avanzada que no se percata de lo que estoy realizando, el poste tiene una base de metal sólida que hace que no se mueva fácilmente, empuño con ambas manos el poste, y como si se tratara de un bate de béisbol le regalo un home run a la cabeza del gigante jadeante, su cabeza se sumerge en el golpe, se puede ver como el hueso fue quebrantado y como dentro de la piel se comienza a colapsar, de inmediato cae al piso, sus ojos no sangran pero sin duda ya sufrieron las consecuencias del golpe pues están totalmente rojos. Ya en el piso y con el rostro deforme sigo propinando una serie de golpes con el poste de la fila, la base plana van deformando la cara y haciendo que en cada golpe salgan disparados trozos de piel de ese rostro sudoroso, la sangre salpica y aún está caliente, la alfombra del banco se llena de oscuridad, la gente grita pero los cajeros siguen actuando con normalidad, algunos transeúntes se detienen a ver mi hazaña por los ventanales del banco, sigo con el poste regalando golpes a diestra y siniestra, uno a la derecha y otro a la izquierda, la cabeza ya con la piel fruncida tal cual una bola de papel arrugada por un puño, el cuello se ve ya sin fuerza, el hombre yace en el piso con su teléfono celular a un lado soltado por su mano, después de unas decenas de golpes a una cabeza que está casi a punto de abrirse por la mitad, se logra desprender del cuello, se puede ver el orificio más grande que transita por el cuello, por donde pasan los alimentos, el esófago, la camisa a cuadros ya no se ve verde, parece en tonalidades purpura, por la sangre, no hubo gritos de la victima de mi macabra obra esta vez, mi calzado al pisar los restos de sangre coagulada en el piso alfombrado del banco hacen un sonido de estrujar y se siente suave, mis ojos están latentes como dos platos totalmente redondos, sin fijar en ningún lado la pupila, ahora. Justo comienzo a respirar como el estúpido gigante que me aventaba su apestoso aliento hace un rato, siento que el sudor invadió mi playera, la gente me observa inmóvil e intacta, ahora solo tengo tomado por una mano el poste, en cuanto lo suelto y me doy la vuelta para retomar mi fila, la mujer sigue formando como si nada hubiese pasado, pero a unos metros más adelante de mí, tenía la mirada fija en lo negro de su blusa, escucho detrás de mí una voz que hace <<shh>> es el gigante sudoroso y me señala a la mujer de suéter negro, nuevamente me sucede esto que comienza a dejarme en que pensar, justo ahora aun con la música de fondo con los violines me dispongo a dar los cinco pasos que necesitaba para alcanzar mi lugar, no sé a qué vengo ni el porqué de estar formado en esta fila, quizá debía salir, estoy como en medio del desierto, justo ahora no recuerdo de dónde vengo ni a donde iría, no tengo el mínimo recuerdo de si ya comí o aun no, luzco limpio, todo en orden, pero mi cuello me hace dar girones involuntarios de cabeza, y mis ojos se tiran al sentido contrario de donde mi cabeza se mueve, el banco y sus plafones blancos comienzan a dejar caer sobre mi polvorientos restos de construcción y en medio de la calma y tranquilidad del banco comienza a vibrar todos los cristales, está temblando, la gente no se inmuta, quiero gritar y salir corriendo pero nadie hace nada, las lámparas se balancean, las cintas de la fila se estremecen pero si comienzo a gritar o correr pensaran que estoy loco, los plafones y el techo comienzan a crujir, poco a poco se está todo haciéndose más y más peligroso, sin previo aviso ese temblor es interrumpido por un silbido de tren, y se ven las luces cegadoras del tren por los ventanales, está por entrar al banco, el pitido ensordecedor me hace cerrar los ojos, y en cuanto los abro el tren deja romper las hojas de cristal que resguardan el banco, miles de pedazos de cristal vuelan por el aire y algunos provocan sangrado en mí, la maquina bestial se acerca vertiginosamente hasta que me toca con una fuerza descomunal, el frio del metal, lo duro de la parrilla, la velocidad me provocan dolor de fracturas en el cuerpo, y en un abrir y cerrar los ojos voy cayendo en un vacío profundo y largo, la velocidad de caída es menor a la que debería ser.




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