POV Grecia
—tú eras lo único que me mantuvo en pie allí. —me quede con la boca abierta unos segundos, esto es tan vergonzoso.
—¿yo? —esos ojos azules clavados en los míos me dejan inquieta.
Mis recuerdos de aquellos años regresan a mí y la duda de como llegue a ese lugar no parece dar pistas.
—Grecia… —él se levantó de la silla caminando directamente hasta mí, intente escapar de mi silla pesada ¿Cómo la madera puede ser tan pesada? Él la movió sin dificultad dejándome frente a frente con él.
Se inclinó con una rodilla al piso y de su saco una caja que me hizo contener el aliento unos segundos, la caja es grande, no es un anillo, eso me hace respirar de nuevo hasta que la abre, dentro de ella está un collar, es una piedra hermosa de color esmeralda envuelta en plata.
—se-señor Fitzroy yo… —intente decir algo mirando el collar y luego los ojos llenos de esperanza.
Hubiera matado porque Matteo me mirara así siempre, no solo cuando quería algo de mí.
¡¿Por qué pienso en el ahora?!
Cierro los ojos con fuerza pellizcando la piel interna de mi muslo lo suficientemente fuerte como para despertar.
—estas despierta, duendecillo. Lo juro —su voz es como un ronroneo al aire.
Abro uno de mis ojos mirándolo aun allí con una gran sonrisa y su rostro aún más cerca de mí.
—¿po-por qué yo? —susurro sin animo, tratando de bajar la falda de mi vestido lo mejor que puedo.
El cierra la caja dejándola sobre la mesa y toma mis manos.
—no te he podido olvidar, Grecia ¿no merezco una oportunidad? —su gran puchero, para un hombre de su altura es malditamente adorable, igual que mi nombre de sus labios.
Apretó los muslos casi involuntariamente, sintiendo mis manos en las suyas sudar, el esta tan cerca que puedo oler algo familiar.
—no… no soy igual que allí… —murmure apenas teniéndolo menos de medio metro cerca.
—eso no es un no —trague saliva intentando alejarme o moverme, pero sus ojos me obligan a mirarlos.
Sin escapatoria los mire directamente, no sé por cuanto tiempo, tampoco importo cuando en ese azul, un azul tan intenso, había destellos de un color verde claro, líneas finas ocultas unas entre otras junto a un tono gris que apenas es perceptible, esa cantidad de colores en esos ojos me dejo sin aliento.
—es como mirar el océano y el cielo al mismo tiempo. —susurre, inhalando el aroma de fresco del invierno y el verano.
—y yo mi café de las mañanas —soltó mis manos tan cuidadosamente que no espere que se apoyara en las esquinas del asiento de mi silla acercándose peligrosamente a mis labios; tan condenadamente lento que me hizo cerrar los ojos ante la tortura, su calor quema mi piel donde no hay tela que la cubra y siento entre mis piernas las palpitaciones de mi corazón.
—Señor —la voz ya familiar de su asistente lo detuvo en seco. El hombre hablo en griego casi como si temiera acercarse y Federick no se movió ni un milímetro.
Una de sus manos se despegó de la silla haciendo algún tipo de seña que lo logre ver. Pues cuando abrí los ojos allí estaba su asistente con el rostro sereno y aun en la puerta.
Federick se alejó con dificultad sin despegar su vista de mí, tomo mis mejillas entre sus manos y las acaricio con sus pulgares.
—debo irme… escríbeme cuando llegues a casa ¿bien? —asentí lentamente y el de nuevo se inclinó y esta vez dejo un beso en mi frente.
Cerré los ojos sintiendo que ese solo acto hizo algún contacto eléctrico en todo mi cuerpo. Nadie ha podido hacerme sentir esto, ni siquiera Matteo.
Cuando sus manos al fin dejaron mi rostro lo vi tomar la caja y extenderla, esta vez si la tomé entre mis manos y volví a abrir la caja viendo el collar.
—usalo. Lo diseñe especialmente para ti —lo mire con incredulidad. ¿lo hizo? Tome el collar entre mis manos solo para ver los detalles de cómo estaba sujeto el cristal; suspendido en una especie de árbol, aunque parecía más una mano.
Me puse de pie viendo la diferencia de altura ahora si notando que mi cara llega a su pecho incluso con estos tacones bajos me sigo viendo pequeña.
—¿me lo pondrías? —le entregue el collar y el no dudo en hacerlo, me gire e iba a subirme en la silla cuando escuche un bufido. —¿Qué?
—¿piensas subirte? —pregunto incrédulo y con una sonrisa en los labios a punto de volverse una risa.
—¿bajaras el sótano? —eleve una ceja aun con mi pie en la silla.
Su silencio hablo por si solo y con mi ahora nueva altura mi rostro queda perfectamente con el suyo. Le di la espalda y sujeté mi cabello sintiendo el frio del material en mi piel hasta que sentí las manos de Federick recorrer mi espalda mientras acomodaba mi cabello.
—bien, nada de travesuras hasta que regrese. —iba a quejarme hasta que sus manos apretaron mi cintura y me bajaron de la silla con calma. Pensé que me soltaría, pero al contrario me abrazo con fuerza.
Es como si un gran cobertor de tigre grueso te cayera encima.