Me mantuve en mi habitación hasta que el sol se ocultó, nadie vino a buscarme y lo agradecí, mi estómago seguía en un nudo fuerte y aun las imágenes corrían por mi mente.
La versión mía de hace trescientos años ni siquiera es igual a mí, en los cuadros la joven hermosa y delgada se veía casi inhumana, la determinación en su mirada pintada en ese cuadro me traía recuerdos de no solo esa vida, sino de otras, todos los recuerdos comenzaron a atormentarme mientras la habitación daba vueltas.
—¿señorita? ¿esta despierta? —la voz de aquella mujer se escuchaba tan lejana y por más que intente enfocarme en ella mi cuerpo se mantenía entumecido sin poder moverse ni un solo gramo de la enorme cama.
Con la mirada borrosa pude distinguir la puerta abriéndose mientras un grito dentro de mi mente (tal vez mío) me hizo tomar una bocanada de aire y sentarme de golpe en la cama.
La mujer se acercó rápidamente a mi lado colocando una de sus manos en mi espalda, dando suaves movimientos de arriba abajo.
—¿señorita, se encuentra bien? —tus preguntas preocupadas me hicieron sujetarla de su mano esperando que no se alejara, mi cuerpo aun batallaba para mantenerse despierto.
Mi mente abrumada quería apagarse y muy en el fondo luche para no quedarme de nuevo dormida o desmayarme.
—llamare al señor-
—no, no llames a nadie —mi voz salió apresurada como si me estuviera ahogando por dentro y mis pulmones lucharan por aire.
Nos miramos durante un momento y ella solo asintió resignada.
—solo… solo tuve una pesadilla —dije intentando explicar que me pasaba, aunque se que sucede.
Estar cerca de Federick es causando todo esto.
Y no quiero volver a esto de nuevo.
*seis años antes de la pandemia*
—¿Qué no lo entiendes? ¡No quiero hacerlo! ¡Es mi vida, no puedes vivirla por mí! —grite enojada al borde de las lágrimas y con el cuerpo temblando de rabia.
—soy tu madre, voy a ser yo la que pague las matrículas y vas a hacerlo, no te quiero vagueando en la casa, todo el día metida en internet —apreté tan fuerte los puños que pensé que explotaría en cualquier momento.
Me encerré en mi habitación comenzando a llorar sin control, mi asma regreso justo en ese momento y como si la fuera una olla de presión, tomé el pequeño cúter en mi mucho más arriba de la muñeca haciendo varios cortes sintiendo directamente como la piel se abría y la sangre salía.
La adrenalina bajo de mi cuerpo y me desplome en el suelo dejando que el dolor de mi mano siguiera su camino hasta que se comenzó a sentir real el dolor en mi brazo y el de mi pecho se desvaneció.
Limpie la herida tratando de respirar por la nariz notando está demasiado constipada para si quiera respirar.
Seguí en el suelo hasta que me quedé dormida, con una sonrisa triste en mis labios.
Tendría que seguir soportando toda esa mierda hasta que ella se dé cuenta de su error y por los caminos que íbamos eso jamás pasaría.
Una madre latina jamás asumiría la culpa de sus acciones.
Con esos pensamientos me quede dormida en el suelo sintiendo que mi cuerpo estaba flotando, como si estuviera en el agua, abrir los ojos y puedo ver que estoy en un lago, un hermoso lago que ya en casa no existía por la ampliación de la misma.
—¿hola? —mi voz salía extraña.
—hola —una voz masculina sonó a mis espaldas y en pánico me levante y aleje de la voz apenas me di cuenta de quién era.
Un hombre de traje negro perfectamente planchado y su cabello cubriendo parcialmente su rostro como una especie de emo formal.
—¿tu… eres… real? —el reconocimiento llego a mi rápido mientras el solo se quedaba allí con una sonrisa de medio lado.
—tan real como tú, linda —fruncí el ceño por el apodo y lo escuché reírse, con pasos lentos rodeo el lado, con sus ojos verde agua tentativos mirándome, esperando una reacción, pero yo no me moví, no me atreví a hacerlo.
—desapareciste —fue más un regaño, él se rio asintiendo con las manos en los bolsillos.
—eso es lo que conlleva mudarse y no avisar —ladee mi rostro confundida. Hace más de cuatro años que nos habíamos mudado. ¿Por eso el ya no aparecía en mis sueños?
—no es una distancia larga —reproche viendo cómo se quedaba frente a mí, apenas media cabeza más alto que yo, tan delgado y pálido que el color de su camisa blanca casi se confundía con su piel.
—sí, lo es. Para mí. —dijo en un susurro tomando mi rostro con una de sus manos, dejándome sentir el frio de sus dedos sobre mi mejilla.
—¿te quedaras? —pregunte con los ojos cerrados dejando que siguiera con ese tanto, masajeando mi mejilla con su dedo.
—¿quieres que me quede? —su voz fue tan profunda y melosa que asentí.
—sí, sí quiero —intente acercar mi mano y sus ojos fueron directo a ella.
—¿dime que no te lo hiciste? —cuando mire mi brazo, allí estaban las heridas que me había auto infligido.
—lo… siento —el paso su otra mano libre por mi herida y esta comenzó a arder.