POV Grecia
—nunca te creí tan valiente… —el frio casi como un latigazo eléctrico que recorrió mi espalda no fue normal, tan normal como haber consumido la energía vital de un humano.
Esto era una seria falta a las leyes del cielo ¿Cómo pude hacerlo? Si se supone que tengo restricciones.
Coloque detrás de mí a Jaqueline sintiendo una punzada fuerte en mi estómago, peor que cualquier golpe que haya recibido hasta ahora. Con pánico en los ojos bajé la mirada lentamente solo para ver una daga plateada, casi transparente, la reconocí al instante.
—Sa-Samuel… —fue la única suplica desesperada apenas con un hilo de mi voz, tal vez él no lo escucharía, pero lo intente.
Jaqueline grito detrás de mi sujetándome con sus brazos mientras mis rodillas fallaban poco a poco.
—nadie te escuchara querida… estas en desventaja aquí —su sonrisa familiar me hizo darme cuenta de algo aun peor.
Mi padre tenía enemigos, pero ¿Quién puede ser el peor enemigo que tendría? Sus ojos azules, cabellos rubios y su mediana edad lo decían todo. Me sentí estúpida al no reconocerlo del todo, pero allí esta, la familia apuñalándote al frente.
—no…no te saldrás con la tuya —susurre viendo como él se acercaba, sus ojos pendientes de mí, no de Jaqueline detrás de mi sujetándome.
—¿estas segura? Porque yo creo que quite a la mejor jugadora del tablero —sonrió lleno de malicia mientras empujaba el mango de la daga en mi estómago.
Como decía mi madre, movimientos arriesgados, siempre atraen lo justo y necesario.
Jamás la entendí, hasta que llegué a practicarlo.
Tomé la muñeca del hombre frente a mí con la poca fuerza que me quedaba, y comencé a recitar la oración que jamás había usado en mi vida, pero que había aprendido tan bien solo para un caso de extrema emergencia.
Jamás le pediría nada a esa persona, no sabiendo cuales eran las consecuencias de hacerlo.
Vi el pánico en sus ojos cuando poco a poco fui terminando la oración y el intento alejarse, cuando lo logro comenzó a mirar a todos lados, pero ya era tarde.
La tierra comenzó a temblar y el cielo se llenó de nubes tan grises que lo siguiente que paso fue una lluvia de rayos y truenos cayendo directamente en la tierra.
Mis ojos se cerraron, pero pude escuchar claramente la voz de ese hombre, mi tío, gritando de dolor profundo y no pude evitar sonreír, solo así supe que el peligro ya había pasado.
Nuestra madre nos había enseñado a usar oraciones específicas para llamar a cada uno de sus hijos si los necesitaban, era una lección diaria y cuando todos recibimos la de nuestro padre, simplemente nos llenamos de terror.
Rahael, un trono, el ángel más despiadado y psicópata que pudiera tener poder en el cielo, tal vez porque el rango era alto, el nivel de locura y sed de poder era mayor. Había dado un único regalo a sus hijos y todos lo aceptamos solo por compromiso, todos guardamos la información en el fondo de nuestra mente y la encerramos allí con una advertencia de jamás abrir y tirar la llave, como una puerta sin cerradura.
Yo ahora lo había usado, pensé que jamás vendría, tal vez las versiones de mi yo en otras líneas de tiempo estarían muy decepcionadas.
—Grecia… Grecia —la voz dulce de Jaqueline me hizo abrir los ojos con lentitud, haciendo que poco a poco pudiera sentir las extremidades de mi cuerpo, y entre ellas, la calidez de algo sujetando mi mano. Con los ojos aun cerrados intente apretar mi mano sobre la de ella y la escuche soltar un gemido de sorpresa. —¡Doctor! ¡Doctor! —su mano no dejo la mía, pero sus gritos me estaban dejando algo sorda.
—nooo… para… —mi voz sonó tan rasposa como si hubiera masticado carbón encendido y mi garganta apenas pudiera procesarlo.
Cuando por fin abrí los ojos el doctor estaba allí, el mismo doctor que me había atendido la última vez. Reviso mi vista con una luz que me molesto, pero por más que intente cerrar los ojos el volvía a abrirlos, quise golpear su mano con molestia y lo escuche reír.
—vaya… sí que tiene fuerza —frote mis ojos lastimados por la luz e intente sentarme en la cama, pero entonces el dolor en mi vientre se sintió como una herida abierta.
Podía sentir la carne, mis venas, mi intestino, cada átomo de sangre circulando dentro de mí ¿así se sentía despertar?
—agua… —susurré y vi a Jaqueline asentir y salir de la habitación dejándome a solas con el doctor.
—Grecia ¿Cómo te sientes? —susurro acercándose a mí y en ese momento la puerta se volvió a abrir y Jaqueline me dio el agua, apenas le di un sorbo pude sentir como el líquido del suero se desvanecía de mi paladar.
—me paso un carro de nieve por encima —apenas pude decir antes de comenzar a toser. Lo escuche reírse, pero la verdad es que no puedo decir nada mas ¿Qué habrá dicho Jaqueline? No podía contradecirla.
—¿recuerdas algo? —su tono de voz suave me dijo que realmente algo grave se vendría sobre mi si no respondía. —la Señorita Quiland dijo que te encontró fuera de la casa, todos estaban muertos.
—¿y Federick? —pregunte con los ojos demasiado abiertos, cualquiera que no estuviera allí pensaría que es por preocupación, pero en realidad es solo para saber si ese monstruo sigue vivo.