Un simple trozo de tela y el olor a rollos y más rollos de ella fue lo que me transportó al pasado. Cual si de un campo de maíz se tratase, ellos formaban pasillos donde uno escapaba al tiempo, al ruido de la calle, a la realidad de nuestra existencia y quedaba reducido a un niño con ganas de esconderse y correr así sin más entre ellos.
La memoria me hizo una de esas jugadas crueles donde el olor despierta el centro del dolor o el placer, dependiendo qué traiga a flote con él.
Mi abuela y yo a los 5 años. Eso es lo que emergió desde el fondo de la mente donde no recordaba el desayuno de hace 3 días pero parte de imágenes con ella resultaban tan nítidas como película en exhibición.
Ella tejía. Hacía vestidos hermosos y cortinas. Manteles y sábanas. Hasta los Hábitos que portaban los Padres de la Iglesia cercana los fabricaba con esmero y dedicación.
El olor de la tela que resultaba al desenrollarla sobre la gran mesa del comedor me embriagaba. Siempre estaba ahí para ayudarla cuando tenía que hacer eso. No podía separarme de esa cosa gigantesca que guardaba ropa para la gente, adornos para las ventanas de sus casas, cubiertas de las mesas en que quedarían como testigos de tantas comidas familiares…
Me encantaba observar como los trozos de tela iban tomando forma en algo más conforme la máquina de coser los unía. Los colores y las texturas daban paso a un nuevo ser inmaculado que debía forjarse como el herrero con el yunque y el metal.
Pero mi abuela usaba trozos de tela. Yo observaba como caían al suelo conforme cortaba y aumentaban su tamaño. Aguardaba expectante el que ella se levantara de la silla y desplegara su creación.
La voz de mi marido me trae al presente sin darme opción a despedirme de mi abuela en mis recuerdos. Miro la tela que ha elegido mi hija para hacer las cobijas de su bebé que pronto nacerá y sonrío.
Mi nieto estará cubierto de chocolate con espuma, de migajas de pan con mantequilla y huevo, de manteles y cortinas, del olor a flores que siempre tenía mi abuela en el cabello y que quedará impregnado en cada minúsculo poro de la tela cuando una los trozos en la máquina de coser y los transforme en algo nuevo.
Ahora entiendo su mirada, perdida muy dentro de sí cuando cosía. Volvía a estar con su madre y su papaíto, con esos desayunos y a recibir los abrazos para dormir que le daban.
Me alegra que ella permitiera el que yo lo hiciera.
Abuela… Nos veremos pronto en los recuerdos.