Recuerdos Oscuros

Capitulo 19 - Lo que despertó

Capítulo 19 – Lo que despertó

El eco de su voz aún vibraba en mis oídos cuando la sonrisa se transformó en algo... incorrecto. No había dulzura ni alivio en ella. Era antigua, como una grieta en la piedra que nunca debió abrirse. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero ya era tarde.

El círculo había desaparecido, borrado como si nunca hubiese existido. Solo quedaban restos de ceniza flotando en el aire y la luz trémula de mi linterna, parpadeando como si se resistiera a seguir mostrando lo que ahora estaba conmigo.

—¿Qué eres? —pregunté, sin esperar una respuesta.

La niña —o lo que habitaba su cuerpo— ladeó la cabeza, divertida. Luego caminó, sin miedo, como si el aire mismo la apartara para dejarla pasar. Cada paso que daba dejaba una marca en la piedra, un rastro oscuro que humeaba lentamente.

El pasadizo ya no era el mismo. Las paredes respiraban. No era metáfora: se inflaban y contraían como un enorme pulmón de piedra. El murmullo regresó, pero ahora ya no susurraba. Cantaba. Una letanía en un idioma que no pertenecía a este mundo.

—Debes venir —dijo ella. O eso dijo su boca, aunque la voz parecía llegar de todas partes.

No pude evitar seguirla.

Descendimos. Más allá del túnel, más allá de toda lógica. No había dirección, solo caída. Tiempo y espacio comenzaron a desdibujarse. Recordé fragmentos de cosas que no había vivido. Un mar negro bajo cielos rojos. Hombres arrodillados ante una figura sin rostro. La misma mariposa, abierta en alas como una herida, cubriendo el sol.

Y al fondo... lo vi.

Un ojo.

No uno físico, sino la conciencia de algo que observa sin forma. Una atención sin pupilas, pero más penetrante que la luz. Estaba allí, bajo el pueblo. No dormía. Soñaba. Y su sueño era el mundo.

—Despertó cuando arrojaste la daga —dijo ella, girándose hacia mí. Sus ojos seguían negros, pero ahora en ellos brillaban galaxias.

—¿Y ahora qué? —logré balbucear.

—Ahora viene el hambre.

Las figuras encapuchadas, las del círculo, surgieron de las paredes como sombras condensadas. Pero ya no estaban en silencio. Gemían. Lloraban. Uno de ellos cayó de rodillas frente a la niña y le ofreció algo: una máscara. De piedra, de hueso, de algo aún más viejo. Ella la tomó y, al colocarla sobre su rostro, la caverna tembló.

El ojo parpadeó. El mundo rugió.

Arriba, en el pueblo, los relojes se detuvieron. Las campanas sonaron solas. Y en las casas, los espejos dejaron de reflejar.

Todo había cambiado.

Y yo, atrapado en lo profundo, solo pude susurrar:

—¿Qué he hecho?



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En el texto hay: mistisismo, misterio paranormal, mistica

Editado: 13.05.2025

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