Recuerdos Oscuros

Capítulo 22 - La Ciudad Devoradora

Capítulo 22 – La Ciudad Devoradora

El mundo no volvió a unirse después del estallido.
Quedó abierto, sangrante, como una herida que nadie intenta cerrar.

Desperté —o fui arrojado— en un lugar donde la oscuridad no era ausencia de luz, sino un cuerpo viscoso que respiraba a mi alrededor. No había cielo, solo una bóveda de carne palpitante, con venas gruesas que transportaban un líquido espeso y brillante. Cada latido hacía vibrar el suelo bajo mis pies, como si caminara sobre la lengua de un animal inmenso.

Las calles eran pasillos intestinales. Las casas, tumores de piedra y piel, chorreando un pus amarillento por las grietas de sus paredes. El aire sabía a hierro oxidado y leche podrida.

Entonces escuché los pasos.
Miles de ellos.

De las grietas de las paredes comenzaron a salir figuras humanas. No tenían ojos, solo bocas abiertas de par en par, desbordadas de dientes que se movían como dedos ansiosos. No hablaban. Chirrían, como si cada respiración fuera un cuchillo tallando hueso.

Me rodearon. Y mientras lo hacían, comprendí que no eran personas: eran recuerdos encarnados, trozos de vidas arrancadas a la fuerza. Cada uno llevaba colgado al cuello un fragmento de espejo. Al mirarlos, vi mi propio rostro multiplicado, desfigurado, llorando en infinitas formas que nunca había vivido… pero que, de algún modo, me pertenecían.

La niña estaba en el centro. O mejor dicho, lo que quedaba de ella. Su cuerpo era una marioneta de tendones tensados, y de su boca colgaban hilos negros que se hundían en el suelo palpitante. La máscara brillaba con un fulgor enfermizo, y por sus grietas escapaban dedos diminutos, huesudos, como si alguien —o algo— intentara abrirse paso desde dentro de su cabeza.

—El hambre ya no basta —susurró con un eco de mil gargantas—. La ciudad quiere más. Te quiere a ti.

Las criaturas comenzaron a golpear sus pechos, abriéndolos con las manos desnudas. Dentro, en lugar de corazones, tenían ojos: miles de ojos que parpadeaban al unísono, fijos en mí, devorándome sin morderme aún.

El suelo se abrió bajo mis pies y vi lo que había debajo: un océano de bocas, una tras otra, formando una marea de lenguas y dientes que respiraban al mismo ritmo que mi corazón.

Y allí comprendí lo que la voz del abismo había dicho:
No había regreso.
Yo no caminaba sobre una ciudad.
La ciudad me estaba tragando.



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En el texto hay: mistisismo, misterio paranormal, mistica

Editado: 18.08.2025

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