Recuerdos Peligrosos | Libro 2

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Luego del castigo que sufrió Eli, nos encaminamos al supermercado.

Mi modesto padre había pensado que era mucho más seguro que viviera con dos detectives reconocidos en su departamento, a que mis escoltas fallaran de nuevo; me había contenido de colgarle el teléfono, pero sé que supo cuan molesta estaba por no haberme enterado sino hasta que tuve el alta y hacer rabieta sólo acabaría en más preguntas acerca de mi secuestro.

Aún hay cosas que mi abnegado padre no se ha tragado del todo y no estoy dispuesta a compartir. Jamás, pensé para mis adentros.

Salir del auto me hizo gastar más energías de las que había supuesto, solo pude dar tres pasos antes de quedarme de cuclillas en el estacionamiento.

― No me siento bien ―susurré con esfuerzo.

Bags se acercó a mí por el frente y se agachó.

―Te llevaré a casa Margot, el trauma ha sido más grave de lo que pensé ―dijo serio.

Yo lo fulminé con la mirada. ¿No recuerda quién me secuestró en primer lugar?

―Si serás idiota ―respondí enfadada.

Al intentar ponerme de pie, me comencé a marear un poco y eso me extrañó mucho, ya me había sentido bien cuando me dieron el alta, pero las náuseas habían continuado, incluso vomité secretamente la noche anterior, pero lo achaqué a que convivía con dos hombres ‘solteros’ y estresantes. Sin olvidar que uno de ellos me había secuestrado.

No volveré con mis padres, me dije determinada. La mano fría de Bags se posó sobre mi frente provocándome un sobresalto.

― Tienes fiebre ―murmuró Bag cargándome―. Te llevaré al hospital ―dictaminó.

Me moví como un gusano tratando de zafarme, sin obtener ningún resultado.

Eli también se veía preocupado―. Margarita, no te has sentido bien en estos días. ¿Verdad?

Desvié la mirada ante sus sospechas, no quiero pisar un hospital, no me gusta quedarme con estos dos sujetos encerrada y no puedo volver con mis padres o terminaré pegándome un tiro.

La vida apesta algunas veces.

Bags terminó de acomodarme en el asiento del copiloto y le dio algunas órdenes a Eli antes de encaminarse al hospital; mi vida es un completo desastre.

Ya en el hospital.

―Parece que omitieron algo en el informe del análisis ―murmuraba la doctora examinando mis nuevos resultados―. Lo que veo detective, es que Margarita tiene una señal fija de apendicitis, su apéndice reventará en un día o dos ―anunció solemne.

Como dije anteriormente, mi vida es un desastre.

―¿A qué se debe eso doctora? ―Le había arrebatado la pregunta a Bags― Apendicitis, ¿qué viene luego, la vesícula?

La doctora dejó escapar una risita sabionda―. Margarita, eso es como la lotería, solo sucede, y en tu caso fue más bien por ingesta de ciertas cosas que tu organismo no digiere; la acumulación de semillas de tomate y otros vegetales es más que probable, pero la buena noticia es que la incisión que te haré no se notará en absoluto, felizmente ha sido detectado a tiempo.

Yo me quería morir.

―Es alérgica ―Bags había vuelto a tomar el protagonismo―. La anestesia normal no le hace nada bien ―le dijo preocupado.

―Define normal ―gruñí desde la camilla.

Bags me ignoró en redondo. ¡Este tipo!

Tenía razón, solo su formol mejorado en spray parecía no dejarme secuelas, gracias.

―Vamos a revisar su historial y aplicaremos otro tipo de sedantes ―respondió la doctora Meia, sonrió más divertida esta vez, la muy astuta.

La operación no había sido tan desastrosa como lo había pensado, pero los sedantes no fueron muy amables conmigo, me dolía todo el cuerpo y parecía que había quedado en un estado continuo de malestar. Eso no impidió que me dieran el alta al día siguiente de la operación y debía quedarme en cama unos días, ni papá ni mamá se escucharon muy contentos cuando les cayó la noticia.

― Debería ir a verte y llevarte de regreso hija, tu padre me apoya en esto ―dijo muy determinada mi madre desde la videollamada.

Suspiré frente a la cámara de mi laptop, la cual Bags había incautado milagrosamente el mismo día de mi secuestro, el muy estúpido.

Está loco si piensa que voy a sentirme agradecida por ello.

―Mamá, estoy bien, la doctora dice que el malestar pasará rápido y no era necesario hospitalización ―dije sincera.

Ella no daba su brazo a torcer.

―Eso de la independencia juvenil no me parece muy seguro hija, ya van dos veces que entras a un hospital ―dijo empezando a coger su teléfono.

Suspiré.

―Por dos razones distintas, mamá ―expliqué cansada, era un tema muy agobiante para mí.

Ella frunció los labios para empezar un contraataque legal del que ni mi bisabuela podría salvarme.

― Mamá, voy a descansar un poco, Eli me traerá la sopa en cualquier momento.




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