Recuerdos Peligrosos | Libro 2

3

No dormí nada en absoluto.

Desperté, me dormí y volví a despertar cuando Eli llegaba con un delantal maternal atado a la cadera y bandeja en mano, las náuseas volvieron y me asusté.

―¿Cómo te encuentras Margarita?

Me cubrí con las mantas mientras Eli dejaba todo sobre la cómoda―. Sé que es difícil todo esto, pero Merri está trabajando para erradicar a la banda que...

―No los menciones o vomitaré ―dije con esfuerzo, comenzaba a sentir una bola en el estómago.

Eli descubrió mi cabeza muy preocupado y fue cuando la peor cosa en el mundo sucedió: mi amado cuerpo soltó un sonoro gas.

Se fueron las náuseas y el dolor, solo quedó la más horrible vergüenza.

¡Esa maldita lo había preparado todo!, grité para mis adentros. Ahora entendía la sonrisita de la doctora Meia al darme el alta.

―No…te preocupes Margarita, digo, a mí me suele pasar también y a veces a Merri, bueno, nunca lo he presenciado pero debe ocurrirle también ―Su vago intento de apoyo no me estaba ayudando, pero Eli se esforzaba.

―Solo déjame sola, prometo no terminar con mi vida ―respondí sin poder evitar esconder mi ruborizado rostro, ingrata fue mi sorpresa ver a Eli salir corriendo.

Terminé mi dieta y me puse a pensar un poco, recordar la infancia que tuve no era agradable, no quería antidepresivos de nuevo y no estaba para nada motivada a tratar bien al sujeto que me mantuvo en cautiverio con un estúpido lazo en el cuello, cerré mi mente a cualquier posible recuerdo y traté de dormir.

―El psicólogo dijo que podría verla mañana, pero que tú no eras muy buena ayuda.

―Traeré a Mori.

―Ese sujeto está más loco que tú y no lo culpo, tu familia tiene un grave problema Merri; además aún no arregla tu trastorno de limpieza o el egocentrismo de tu hermano, no logro imaginar qué problema tendrá tu hermana. Y tu padre es...bueno, ya sabes lo suyo.

―Son nimiedades.

―¿Qué significa eso?

Merri y Elías discutían otra vez.

Me levanté de la cama con mucho cuidado de no hacer ruido; había sufrido para lograr desconectarme de todo, pero solo había quedado en un leve estado entre el sueño y esta realidad; no fue agradable, escuchaba todo, las peleas de esos dos eran únicas.

¿El desinfectante del miércoles? ¿La crema humectante para después de limpiar? ¿Día de desinfección de verduras y hortalizas?

No pensaba en escapar, solo abrí la ventana de mi cuarto cuidadosamente y saqué una pierna, como estaba en el primer piso, la cosa no iría a peores; al salir al jardín trasero noté que estaba en pijama: un par de shorts y camiseta sin mangas; para remate, me mareé por breves segundos, el vértigo cayó sobre mi cabeza como un rayo y solo pude sentarme contra la pared.

Lo bueno era que el jardín estaba cercado con muros blancos recubiertos de vides de uvas que parecían estar madurando con tentadores ramos.

El gras estaba verde y bien cuidado a mi alrededor y por fin la tranquilidad del momento me ayudó a dormir. Mis ojos se cerraron disfrutando de la brisa fresca y la deliciosa sombra de lo que sea que estuviera sobre mi cabeza, no me molesté en mirar hacia arriba, solo me dejé llevar a ese delicioso estado.

―Esta costumbre tuya no se te ha ido.

Abrí los ojos al escuchar la voz de Bags y no pude evitar atacarlo con un puñetazo en el ojo, Eli no sabía si reír o ayudarlo.

―Nunca me sorprendas ―murmuré quedándome en mi lugar, el psicópata estaba sobándose a cierta distancia, pero se quedó mirándome con el ojo bueno, tuve que recordar, sí, para mi horror recordé cuando me quedaba dormida en el jardín del colegio durante el almuerzo para no comer y le daba mi comida a cierto niño desgarbado y solitario.

―Estás pálida Margarita. ―Eli se me acercó preocupado, yo le sonreí escueta.

―Solo es porque no me ha dado el sol por un buen tiempo, tenía ganas de un poquito de calor sobre mi cara, pero no tanto ―agregué al ver su cara de culpabilidad―.  Supongo que no calculé bien la disposición de las sombras a estas horas del día.

A saber qué hora era, y no me importaba.

Bags se levantó empezando a rociarse el trasero con Lysol, pobre tonto. ¿En qué momento comenzó ese hábito?

―Estas recordando Margot, sé que es así ―me dijo.

Le enseñé el dedo corazón.

Caminaba por el departamento de limpieza personal del supermercado.

Mientras tanto, Eli acarreaba ingenuamente un carrito al que le había colocado un plástico que hacía como contenedor, como en los tachos de basura que le ponen bolsas, igualito.

― ¿Y dices que esa cosa impide que los gérmenes alcancen los productos? ―murmuré sin salir de mi sorpresa. Pobre ingenuo.

―Existen cosas que debes entender Margot, como, por ejemplo, nunca se sabe si un niño estuvo dentro, sus suelas manchadas de cualquier porquería imaginable embarrando todo ―dijo con sabia experiencia, supongo, me lo quedé mirando.




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