Recuerdos Peligrosos | Libro 2

Once

Era la mañana del lunes.

Desperté muy motivada, Eli hacía de enfermera y yo solo me escapaba a la casa de Rob hasta que era la hora de comer, Bags estaba gruñón como de costumbre, pero él solito se lo había buscado al venir a una de las ciudades más calurosas del planeta y solo estábamos en primavera.

Estaba un poco curiosa al no oler el matutino café de las ocho, o las tostadas carbonizadas o el silbido de Eli; tampoco estaba Connor tarareando mientras se afeitaba.

Solo diré que Connor debería tener prohibido hacer algún tipo de canto.

― ¿Bags? ―Llamé con un poco de pánico, era notable que me aterrara la situación, su habitación estaba en la primera planta, entre tanto, la mía y de los otros dos idiotas en la segunda; decidí bajar con cuidado de no hacer ruido.

Todo estaba en silencio sepulcral.

―Se fueron a las cinco ―Bags salía cojeando de la habitación principal, había dejado la muleta y ya no parecía el señor Darcy hecho zombi―. De vuelta a casa, supongo.

―Voy a matarlos ―gruñí.

Bags sonrió de lado entrando a la cocina.

― ¿Deseas algo antes de irte? ―Miren que se había hecho a la idea.

Suspiré.

― ¿Cómo podría dejarte solo? ―Eché un vistazo a la sala y noté que seguía repleta de papeles, eso me indicó que este psicópata no conocía de días de descanso.

 

Luego del desayuno, puse sus píldoras en frente de su cara para que se las tomara, por su expresión sombría no parecía convencido.

― Tómalo y podremos ir a caminar por ahí, necesitas sol. ―Era mejor estar al aire libre que encerrada con él.

― Entiendo que no quieras tenerme cerca ―murmuró manoseando los frascos de medicamentos; cuando estaba con esta actitud, era cuando surgía mi segundo punto débil.

Voy a patearte el culo, Merri Bastien.

―No es eso idiota, solo no lo digiero ―Lo miré fijamente y él parecía desconcertado.

― Cambiaste ―dije antes de poder retractarme―. Muy feo.

―No puedo ser un niño toda la vida Margot, hay cosas que solo un hombre…

―Ya sabes a lo que me refiero idiota; antes, todo te daba igual, no hacías eso del psicópata secuestrador y torturador ―aclaré―. Mucho menos eras adicto a la limpieza compulsiva.

Tiró sus píldoras al tazón de avena que no había tocado.

―Las cosas cambian, es la ley de la materia ―dijo antes de empezar a tragar la avena como si fuera veneno.

Me vi tentada de meterle la avena por el trasero.

Una hora después, caminábamos por la playa.

Disfrutaba un poco del tortuoso rostro de Bags, jamás había pisado la arena por cosa de su TOC; cuando me senté, puso su rígido cuerpo a mi lado.

―Tienes que decirme qué rayos te ocurrió, o juro que pensaré que eres un psicópata ―dije sin mirarlo a los ojos.

El mar, las olas y las aves marinas eran más relajantes.

― Necesito entender.

O terminaré encerrándome en un manicomio.

No me dijo nada en varios minutos, estaba a punto de echarme una siesta cuando decidió hablar, por fin.

― Verónica. ―Lo miré confundida―. Me dio a luz, pero no era una madre.

Hay no, a esto se refería Eli cuando le pregunté qué le había ocurrido a este tipo: «Solo él sabe el qué y cómo», recordé su vana respuesta.

―Por eso no te enviaba lonchera ―tanteé.

―Margot, tú no dejarías de hambre a nuestros hijos por falta de tu medicamento especial.

Le pellizqué el hombro sano. ¿Qué estupidez decía ahora?

― Ella me concibió por error ―soltó pensativo―, padre no es del tipo casero a largo plazo, si algo lo aburre, debes prestar atención.

No es raro que su hermano tenga ese complejo de superioridad.

― Bas me cuidó desde que nací, Verónica no era nada cuidadosa y mató todo sentimiento de padre, para entonces se había separado de ella. Recuerdo que todo estaba siempre sucio, Bas lavaba la ropa y usaba el cobertor de canas para cubrir la viva herencia de nuestro padre; Verónica odiaba ver nuestros mechones blancos.

Madre conflictiva, pero esto no debería traumatizar tanto a alguien, yo no estoy loca.

Me lo quedé mirando por un rato sin saber qué decirle, él lo tomó como una especie de descanso.

― Cuando la comida comenzó a escasear, Bas planeó contactar a padre. ―Supuse que no eran tan tontos―. Descubrió que Verónica lo había denunciado por acoso y pedofilia.

Ajos y cebollas, esa tía estaba loca realmente.

―Pero nunca les hizo algo ―aclaré, él sonrió de lado.

―No, solo se negó a subir la pensión, tenía otras bocas que mantener ―Ajam, la hermanita y su segunda pareja supongo―. La adicción le había afectado más de lo que Bas había sospechado. ―Se encogió de hombros, yo estaba con la boca abierta―. Él escapó en verano y Verónica no lo notó hasta dos semanas después, justo para la entrevista con la asistenta social, era el único día que probaba alimento de su parte, si no acusó a mi padre de secuestro fue porque él había ido con un policía para entregar la mesada del mes ese mismo día. ―Esto parecía de locos.




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