A papá no se le había ocurrido mejor idea que arruinarme la existencia al día siguiente.
―Margaret, hagamos esto más simple ―decía el tío Benito, además, de psicólogo colegiado y no sé qué diablos más, pues solo trabajaba con el gobierno―. Yo te doy el beneficio de guardar todo lo que digas en mi memoria privilegiada ―empezó la sutil amenaza, yo lo veía así. Él podía recordar cualquier cosa que escuchara―, o vas a un psicólogo común y corriente que apuntará todo para que tu padre logre meter las narices con o sin ayuda de tu madre.
Lo miré enfurruñada.
―Tenemos todo el día ―dijo acomodándose en el sillón favorito de su consultorio privado.
Estaría en grandes problemas, unos muy gordos―. Tío, en verdad estoy bien, no necesito pasar por esto ―Traté de hacerle entender.
―Todos dicen lo mismo, Margaret ―cantó.
Dejé salir un largo suspiro. Iba a ser un gran y engorroso día.
―Vas a tener que pedir comida por delivery ―dije convencida.
Iría desde el principio de todo el meollo. Iba a torturarlo con el asunto de mis padres primero, porque ni siquiera él me ayudó cuando tuve mis problemas.
Mi tío sonrió animado―. El buffet no tardará en llegar, tendremos mucho tiempo.
Y eso era lo que me temía. Solo podía confiar en su maldito código médico-paciente y su memoria auditiva.
―Ahí vamos...
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Editado: 02.03.2021