Arrojado... como un recuerdo. ¿Qué ocurre cuando los recuerdos desaparecen?
Lo más lógico sería seguir con tu vida. A lo largo de ella, una persona conoce y olvida a más de 10,000 personas, desde que nace hasta que muere. Entonces, ¿qué pasa cuando no recuerdas nada de tu infancia, pero sientes, profundamente, que deberías recordar?
—Amnesia infantil—dice la voz de mi psicóloga, con tono mecánico, como si leyera una respuesta del manual- Es completamente normal no recordar nada hasta los cuatro años.
—No recuerdo nada, ni siquiera más allá de eso—respondo.
Mi tono, como siempre, arranca una sonrisa incómoda en ella. Tiene ese poder.
—Entonces podrías tener un problema de memoria. Te recetaré algunas pastillas y-
Miro hacia la puerta. Escucho a la gente pasar por el pasillo, como un zumbido lejano.
—Eso sería todo. Espero verte en un mes.
Sonríe. La imito. Al salir, busco con la mirada a mi familiar, pero no hay nadie.
—De todos modos, me avisó que no iba a esperarme.
Me coloco los audífonos. El ruido se desvanece. Abro un paquete de chocolates y me lo como casi todo de un tirón.
Mientras camino por la calle, un coche se detiene a mi lado de golpe.
—Ey! Qué linda eres. ¿Cuánto necesito pagar para que subas?
El hombre sonríe fingiendo timidez. Lleva un carnet de trabajador de una empresa de celulares colgando en el pecho. Mis labios se curvan, mis ojos se entrecierran, y escupo.
—¿Qué?
Veo su cara transformarse en pánico. Arranca a toda velocidad.
No sé qué cara puse, pero me asusté más por mi tono de voz que por sus palabras. Miro mi ropa. No logro convencerme de que fue mi vestimenta lo que causó su confusión.
Minutos después, noto que repito en mi cabeza algunos números.
—JHI-345. Ah, la placa del auto.
Miro a la calle, extrañada. Intento recordar el nombre en su carnet, pero no lo leí. Solo reconozco el lugar de trabajo.
Decido dejar de pensar en eso. Seguro lo olvidaré con el pasar del día.
En dos meses se acaban las clases. Y el siguiente año... todo volverá a ser como antes.
—¿Qué haces en la puerta?
La voz de mi madre me saca del trance. Está bajando las escaleras. No debería estar ahí. Cuando salí, ella no estaba.
—Ah, hola.
Se quita el delantal y lo deja sobre la mesa de la sala.
—¿Dónde está tu hermano?
—No lo sé.
Siento la incomodidad trepar por mi espalda. Miro al suelo, apoyándome en la puerta.
—¿No fue contigo al hospital?
—Sí, pero se fue antes.
Mi madre cruza los brazos, molesta. Toma su celular y llama a Damián. Yo aprovecho para escabullirme a mi habitación.
Me recuesto apenas llego. El silencio que sigue me inquieta. Reviso la cama de mi gato en el suelo. Vacía. Las ventanas están cerradas. Supongo que está abajo. No quiero salir a buscarlo solo para evitar cruzarme con mamá.
La puerta se abre de golpe.
—¡A ver, ladrona! ¿Voy al baño y desapareces? ¿Y qué es eso de decirle a mamá no sé cuántas cosas? ¿Escuchaste cómo me gritó por tu culpa?
Mi hermano, Damián, entra enfadado. Lo miro un rato y vuelvo a mirar mi celular.
—Dijiste que te irías.
—“Dijisti qui ti iriis”, no hablaba en serio.
Se tira en uno de mis puff rosas.
—¿Por qué ladrona?—pregunto.
—Porque te robas mi salario.
—¡Tú me lo das!
—¡Tú me lo quitas!
Me río apenas. La pequeña disputa termina cuando recuerdo algo.
—Cierto, ¿viste a Tigre abajo?
Niega con la cabeza.
—No está.
Mi tono suena más triste de lo que quería. Damián deja su celular y mira alrededor. Verifica que no esté en el cuarto y luego sale.
—Ajá, te lo traigo entonces.
Regresa después, sin el gato.
—¿Y Tigre?
—Está muy pesado para levantarlo. Deja de darle tanta comida a esa cosa.
Lo fulmino con la mirada.
—Es broma. No lo encontré. Tal vez mamá lo dejó salir... ya sabes cómo es.
—Le puede pasar algo. ¿Sabías que se mudaron ayer los de enfrente? Tienen perros.
—Sí, los vi. Parecen entrenados y están bien amarrados.
Camino a la ventana y empiezo a chasquear la lengua. Tigre debería venir si escucha eso, pues es su señal para comer.
—Los perros siempre atacan a los gatos.
—No todos. Va a volver. Recuerdo la vez que lo buscamos todo un día y el muy panzón estaba dormido detrás de un armario.
—Busquémoslo, por favor—suplico, aferrándome a su muñeca, ignorando su intentó de mejorar mi ánimo .
Damián suspira. Acepta.
Las horas pasan. La noche cae. No hay rastro de Tigre.
—Zafiro, quizá está en casa—dice Damián, poniéndome la mano en el hombro.
No me muevo.
—Solo busquemos un rato más. Por favor, solo un rato más.
No estoy desesperada, pero algo me dice que lo tengo que encontrar.
Él asiente y se mete en uno de los callejones. Yo intento mirar entre los muros de las casas vecinas.
Entonces, un ruido seco, cómo un golpe sordo. Viene de la dirección donde está Damián.
—Dami-
Veo desde lejos un destello. suena in estallido y mi mente lo reconoce. Un disparo.
Al llegar el cuerpo de mi hermano cae al suelo.
El aire desaparece. Mis oídos se llenan con un pitido constante.
Miro sus ojos. Aún respira. Pero está aterrado. Frente a él, un hombre encapuchado levanta su arma y dispara otra vez en mi dirección. La bala no me alcanza. Pasa a un lado de mi. Falló apropósito.
—Z-Zafiro...
Su mirada, ahora llena de lágrimas, me pide que corra. Lo hago. Doy vuelta y me pierdo en la oscuridad.
—¿Qué hago? Actué por impulso.
Y entonces la realidad me golpea. Damián acaba de ser asesinado.
¡No puede ser cierto!
Corro, sin saber hacia dónde. Mis ojos se llenan de lágrimas. El camino se vuelve borroso. Todo es confuso.
Mis pasos se hacen pesados, dándole permiso al cansancio para oscurecer mi vista. Pierdo contacto con la realidad.
#5272 en Novela romántica
#1391 en Fantasía
suspenso amor desepciones y mucho mas, lgbt amorlesbico chicaxchica, lgbt+ con drama familiar
Editado: 19.09.2025