Si pensabas que no existía un sitio más caótico que un mercado en hora pico, nunca has visto la cocina de un restaurante en ese mismo horario.
Claro que, a diferencia del primer ejemplo, se trataba de un caos controlado.
Parte de eso se debía a Shiro, uno de los chefs encargados en «Galdrehn»; un establecimiento que contaba con una admirable reputación y popularidad en Caelthi.
─¡Excelente trabajo con la salsa! ─felicitó Alexander, al detenerse brevemente junto a un colega.
Antes de reanudar el paso, escaneó los alrededores fugazmente para examinar la situación: personas movilizándose de un lado a otro, tanto para monitorear sus platillos en el fuego como para buscar ingredientes; quizás preparando a la vez un acompañamiento. La mezcla de aromas en el aire indicaba que había de todo un poco, desde carnes hasta algún postre de chocolate.
Avanzó y fue sorprendido, al ver por el rabillo del ojo, llamas que crecieron hasta casi tocar los utensilios colgados sobre la estufa.
─¡Ten más cuidado con eso! Si vas a usar esa técnica con la sartén, necesitas avisar o asegurarte de que nadie esté demasiado cerca ─regañó con firmeza, ajustando la pañoleta que le cubría el cabello.
─¡Perdón, chef Shiro! No noté que se dirigía hacia mí. ¿Lo asusté? ─bromeó el individuo, aún manejando el fuego.
─Sólo me tomaste desprevenido. Los accidentes se evitan por medio de la comunicación ─explicó, dirigiéndose a su verdadero objetivo; una chica que permanecía en el mismo lugar desde hace un rato, claramente confundida ─. Veo que todavía no te acostumbras a la cocina. La velocidad es esencial para que ninguno de nosotros se retrase en sus órdenes. ¿Qué sucede?
─¡P-Perdón, perdón! La verdad es que prefiero que me asignen el turno de entregas o incluso el de lavar platos. No sé qué ingredientes usar aquí.
El hombre dio un vistazo a lo que cocinaba y luego sopesó las opciones. ─Entiendo, ya tomaste una decisión, pero dudas porque quieres elegir la especia que no está en la receta. Hazlo, ¿qué esperas?
─¿Cómo supo…? ¿Es en serio?
─Descuida, quedará genial ─Shiro sonrió y le tendió el envase. La escuchó agradecerle antes de retomar su patrullaje.
Cuando transitó junto a la salida de la cocina, detectó más intranquilidad de lo habitual.
─¡¿Dónde está Leander?! ¡Ugh! ¡¿De qué sirve que hagamos la comida rápido si nadie la viene a buscar?! ¡Cuatro meseros no alcanzan para este sitio! ─protestaba un compañero.
─Tranquilo, apuesto a que ya están buscando un reemplazo ─afirmó su superior, palmeándole un hombro.
─¡Espero que sea alguien competente y no como la novata!
Por suerte para Shiro, el tal Leander atravesó la puerta y se convirtió en la nueva víctima del irritado sujeto, dándole oportunidad de huir. Suspiró, lamentando la tensión latente en el trabajo tras la renuncia de uno de los camareros. Su decepción se esfumó al arribar ante una cortina que conducía hacia fuera; atravesarla fue como ingresar a un portal que transportaba a otro mundo.
El ruidoso ambiente se transformó en un elegante espacio repleto de mesas de mármol, sillas acolchadas y música instrumental tocada en vivo. Pero más importante, directamente frente a Shiro se ubicaba lo que consideraba una especie de santuario: su barra de sushi. De su lado, podía distinguir tablas de cortar, cuchillos, salsas y una gran variedad de ingredientes.
Lavó sus manos y se miró en el pequeño espejo en la pared; su uniforme negro consistía en una túnica abierta tradicional de la región Hanabuu. El lado derecho cruzaba sobre el izquierdo, ciñéndose con un cinturón de tela del cual caía un delantal, con un par de bolsillos para sus instrumentos. Cualquiera era bienvenido a tomar asiento y observarlo trabajar, pues había un mesón suficientemente espacioso para los comensales y sus platos. El hombre cortaba el pescado y moldeaba el arroz con una destreza que sólo se conseguía repitiendo aquel proceso durante años. Mientras que sus manos realizaban una acción, su mente, e incluso sus ojos a veces, yacían en el siguiente paso.
Pronto los cuchicheos y halagos de su creciente audiencia se mezclaron con cada estocada que daba. Los niños y, especialmente las mujeres, contemplaban sus presentaciones con deleite, como polillas atraídas por la luz. Las razones de ello variaban según el caso, por supuesto, dado que el talento del joven chef solía verse opacado por su aspecto agradable. Quien lo hubiera dejado a cargo de esa sección entendía muy bien cómo promocionar el local.
─Siento envidia por el pescado, es obvio que tiene su atención absoluta ─se lamentó una muchacha, frustrada por su imposibilidad de establecer contacto visual con el maestro del sushi.
─Al diablo con eso, ¿ya te fijaste en cómo mueve los dedos? ¡Debe ser un dios en la cama! ─añadió otra.
Noir Bellanger, que recién llegaba al restaurante, tuvo que sortear parte del público para presenciar el desenlace del show. Había oído rumores acerca de cuán popular era Shiro en Galdrehn, pero jamás imaginó que superaría a los mismísimos músicos. Sin duda recordaría su primera visita a ese lugar.
Después de unirse a los aplausos dedicados a su amigo, continuó aproximándose hasta la barra, cuyos asientos se encontraban ocupados en su totalidad. La melancolía y el orgullo la invadieron al apreciar las críticas positivas de los clientes que saboreaban sus primeros bocados. No era de extrañar; desde su más remota infancia, el chef siempre mostró interés y amor por la cocina. A diferencia de ella, que dependía constantemente del recetario, Shiro permitía que su instinto lo guiase para garantizar sazones impredecibles y exquisitas.