Gushi exhaló, relajándose tras una extensa jornada de ejercicios en «Lux Glazure», la prestigiosa academia de patinaje sobre hielo que se había convertido en su refugio personal. Impartía lecciones de bajo nivel a los principiantes inscritos, pero eso le parecía más que ideal. No existían las presiones, apuros ni egos elevados. Podía divertirse con los parloteos de sus ocurrentes alumnos y, lo más importante, disponer de la pista a su antojo cuando las clases finalizaban. Cualquier cosa que retrasara su regreso a casa era bienvenida.
Alex le informó de la confrontación entre sus hermanos y desde entonces la tensión resultaba insostenible, ¡prácticamente se propagaba por el vecindario entero! Si bien pelearse por una cámara era extremista, no culpaba a Daichi por estallar. De haberlos acompañado en ese instante, estaba segura de que la indiferencia de Kukai la habría desgarrado. A fin de cuentas, conocía de primera mano cuán especial era la fotografía para él… o cuánto solía serlo.
La castaña apretó los puños y negó con vehemencia. Era inútil lamentarse por un problema que no tenía remedio. Él escogió avanzar con su vida y lo más sensato sería imitarlo hasta que el dolor desapareciera alguna vez.
Quizás por eso se dirigía optimistamente a cierto restaurante para visitar a su mejor chef. Al igual que su hermana mayor, Shiro siempre lograba animarla con sus sabios consejos; sin embargo, como le preocupaba desarrollar una dependencia inconsciente, decantó por alejarse un par de días. No lo atosigaría con sus lloriqueos y menos ahora que al fin se arreglaba con Noir. Si algo aprendió del desafortunado desenlace que la apartó de Kukai, fue que el mundo jamás se detenía por las desgracias ajenas.
Agradeciendo al portero que la recibió y percatándose de que la barra de sushi alcanzó su máxima capacidad, ingresó para buscar una mesa. No imaginó que su escaneo visual la llevaría a cruzarse con un camarero nuevo atendiendo a una pareja. Dicho camarero se trataba del protagonista de sus pensamientos antes de dormir.
Dormir.
¿Acaso era un sueño?
Eso sonaba lógico. O simplemente malentendió los hechos y sólo coincidieron como comensales. ¿Quién no se levantaba a conversar con otros sobre la comida que pidieron? Esa camisa blanca de mangas largas, el chaleco sofisticado y los pantalones negros de gabardina eran atuendos comunes en los hombres, ¿cierto?
Sí, tanto que todos los mesoneros los utilizaban.
Contrariada y deseosa de huir por donde vino, caminó hacia la mesa de un rincón que daba hacia la ventana. ¿Por qué Shiro no la alertó de un asunto tan inquietante? ¿Lo olvidó o su buen juicio se evaporó en la cocina? Respetaba que mantuviese el contacto con Kukai, pero contratarlo en Galdrehn implicaría que ella lo frecuentara más de lo que lo hacía en sus respectivos hogares. Además de ser el restaurante al que acudía con mayor regularidad, su línea de servicio a domicilio (entre otros locales que costeaban almuerzos) estaba asociada con Lux Glazure.
Un torrente de preguntas se precipitó en su mente con tal frenesí que se obligó a tomar respiraciones lentas. Había perdido el apetito; necesitaba una explicación. Por desgracia, no llegaría hasta que su codiciado amigo se desocupara.
─Buen provecho, espero que disfruten de su almuerzo ─el novato sonrió a una familia después de depositar sus platillos, y se alejó a un espacio donde no estorbara el paso de otros compañeros.
Suspiró con alivio. Aún sentía nervios cargando una bandeja repleta de comida, especialmente si tenía que utilizar un solo brazo. De no aplicar total concentración, se arriesgaría a que el restaurante conservara su primer pago para compensar su torpeza. Esos últimos tres días le demostraron que aquel empleo podía estar lleno de agobio y estrés.
Sin embargo, se las apañaba y eso lo enorgullecía. Inhaló una larga bocanada de aire para atraer las buenas energías, buscó un menú y exploró el lugar con la mirada; juraría que escuchó la campanilla de la entrada mientras entregaba la última orden, así que tal vez estaba a tiempo de encontrar una nueva oportunidad para lucirse.
«¡Ah, perfecto! Esa chica está sol… A-Aguarda, ¿es…?»
Su imaginación le jugaba una broma, ¿verdad? Seguro era otra castaña con peinado similar.
La mujer meneó ligeramente la cabeza y eso bastó para que el mesonero le diera la espalda de inmediato. No había dudas; era Gushi y se salvó por poco de ser descubierto. ¿Shiro le habría notificado de su empleo? ¿O aún no era consciente de que se hallaban bajo el mismo techo?
¡Maldición! ¿Cómo iba a zafarse? Sabía que sus colegas ya atendían una o más mesas y tardarían en notar a la recién llegada. Sin mencionar que quedaría en ridículo si lo veían en su situación actual: de espaldas al público en medio del restaurante, como si se ocultara de una criatura capaz de detectar movimiento. Le urgía decidir pronto el plan de acción.
Tamborileó sobre el menú, apretando los dientes. Su trabajo era atender a los clientes sin importar su aspecto o condición. No correría el riesgo de ignorar a Bellanger, eso parecería un descuido suyo y precisaba de dar una buena impresión en su primera semana.
Las cosas que uno hacía por dinero.
Se encaminó en dirección a la joven, con la vista en otro punto, porque de encararla antes de arribar a su mesa, posiblemente sus pies se desviarían de rumbo por instinto. La última vez que se comunicaron fue hace semanas, no creyó que aquello cambiaría en semejantes circunstancias.