Luego de darle vueltas al asunto por varios días, el cocinero finalmente decidió poner en práctica el consejo de su amigo. En ese instante, recorría las conocidas calles que conducían al vecindario ocupado por las familias Bellanger y Diamond. Al dejar atrás la plaza «Zaithi» supo que se encontraba cerca y sus pasos se tornaron más lentos. A diferencia de ocasiones anteriores, visitaría con la intención exclusiva de buscar a Noir. Era extraño pensar que se trataba de la primera vez desde que las chicas se mudaron. Después de todo, Gushi se volvió su prioridad.
Respiró profundo al posicionarse frente a la puerta, odiándose a sí mismo por revivir el último sábado en su mente. No culpaba a Noir por evadirlo como a una plaga; él no sabría qué hacer de atraparla así con un chico… Tan solo imaginarlo tentó a sus piernas a girarse, pero debía aprovechar que no trabajaba los jueves para arreglar las cosas. Tocó la puerta antes de que sus cavilaciones siguieran haciendo la situación más rara de lo que era realmente.
Como dijo el nadador, suponer y sobreanalizar no ayudaría a ninguno de los dos. Consideró anunciarse con anticipación, mas si sus cálculos no fallaban, la morena seguro llegó hace poco, así que esperaba que aún no almorzara; y si se equivocaba, tendría que cambiar los planes. «Lo importante es que hablemos, no el lugar», se recordó.
─ ¿Gushi? Es temprano, creí que… ─la docente enmudeció de golpe, mirando a Shiro como si fuese un espectro acosando su hogar. ¡No contaba con que se reunirían tan pronto tras el fiasco en su apartamento! ─. D-disculpa, esto es inusual. ¿Sucedió algo?
─L-lo sé, perdón por no enviar un mensaje ─una risa nerviosa acompañó las palabras de Alexander ─. Todo en orden, sólo supuse que te gustaría tener la salida que no se dio el fin de semana. Uhm, si no estás muy cansada por el trabajo, ¿quieres ir a comer conmigo? ─explicó, jugando con el reloj en su muñeca y conteniendo un gruñido por su nula precaución.
«Excelente manera de empezar la conversación, Shiro, mencionando el tema incómodo».
Noir se aferró de la puerta como si su vida dependiera de ello, sopesando la oferta y reprochándose por reproducir de nuevo la embarazosa escena en su mente. ¿Acaso nunca la olvidaría? Carraspeó y le obsequió una sonrisa titubeante.
─Suena bien, en realidad t-tengo un poco de hambre ─contestó, manteniendo difícilmente el contacto visual ─. Puedes tomar asiento en la sala mientras me alisto, no tardaré.
En el fondo le preocupaba cometer un error al asistir, pues un simple saludo bastó para inquietarlos como si enfrentaran a un desconocido. Sin embargo, ¿no era eso lo que deseaba remediar? Reconectar con la versión adulta de su amigo de la infancia derrumbaría ese detestable muro. Una solución fácil en teoría, aunque existía el riesgo de descubrir otra faceta que la perturbase.
El hombre acató su sugerencia, mas la intranquilidad le impidió sentarse. No le faltaban ganas de huir y lamentó su incapacidad de hacerlo. ¡La maestra accedió como si salir con él equivaliese a obtener una pena de muerte! Nada de eso denotaba un buen augurio, quizás hubiera sido preferible enviarle un mensaje para encontrarse en la locación.
Al cabo de unos minutos (y un silencioso y rápido viaje en taxi), el dúo se hallaba instalado en la mesa de un restaurante más casual que Galdrehn; ideal para pasar el rato. El ambiente lucía cálido, con poco bullicio y una animada música de fondo salía de algún reproductor lejano.
─Ah, se me olvidó decir que esto va por mi cuenta, obviamente ─añadió el chef, luego de que les confiaran el menú ─. ¡Pide lo que quieras! Yo tengo antojo de una pasta. Lástima que no vendan sushi, no puedo estudiar a la competencia ─intentó bromear, con una forzada mueca optimista.
Ese era su modus operandi al querer dar una buena impresión; hablaba en exceso y, por alguna razón que ignoraba, sonreía como si todas sus frases aleatorias fuesen graciosas. No lo eran. La comedia nunca fue lo suyo. La única excepción ocurría al juntarse con Edward y Marcelo, porque las neuronas de los tres disminuían y se divertían con estupideces dignas de mocosos de trece años.
Aquello no funcionaba con una persona tan madura como Noir. Con suerte, sus propios nervios la obligarían a reír para no empeorar el momento.
«No es así como imaginaba esto», meditó la mayor, quien atesoraba cada silencio que se producía al masticar. ¿Qué clase de cita amena implicaba luchar arduamente por compensar al otro?
El deterioro a su relación se incrementó en ese almuerzo, no cabía duda. Seguramente Shiro estaría más a gusto detrás de su barra de sushi que oyéndola parlotear sinsentidos. Las amistades iban y venían como las estaciones, por lo que no era alocado asumir que su etapa concluyó hace tiempo.
Cuando Noir se preparaba para idear una excusa que le permitiera regresar a casa, el chef la sorprendió arrastrándola al centro comercial más prestigioso de la ciudad: Xanallium.
Al principio, no parecía que el cambio de ambiente causara diferencia notable; sin embargo, el rostro de Shiro se iluminó tras reconocer un par de tiendas. Sujetó de la muñeca a su acompañante y se aproximó a una de ellas ─ ¡Mira! ¿Recuerdas esta librería? Es pequeña, pero siempre tenía los libros que faltaban en otras ─expresó, con la primera sonrisa natural de la tarde.
Las visitas a Xanallium abundaron en el auge de su amistad. Solían leer, merendar, ir al cine o simplemente sentarse a charlar. El interior era como una mini metrópolis, por lo que resultaba sencillo explorar sus amplios pasillos por horas, ignorando si seguía siendo de día o de noche.