Recuerdos sobre hielo

Capítulo 8 — Estallido

A lo largo de los siguientes días, el ex jugador de hockey se sumergió en su propio mundo. No visitaba a la atractiva rubia, no platicaba con sus compañeros de trabajo y, sorprendentemente, frecuentaba su hogar. Claro, encerrado en su habitación o aislado en la piscina del patio; pero incluso ignoraba los comentarios de sus hermanos si estos lo abordaban.

Entendió que sus acciones contradecían sus emociones; ahora precisaba decidir qué haría con esa información. O si podía hacer algo.

Si Gushi ya lo odiaba por “arrebatarle” a su novio, ese resentimiento debió multiplicarse por su actitud arisca.

Asimismo, la crisis de identidad del moreno empeoró después de esa revelación. Mientras se veía al espejo, dialogaba consigo mismo para organizar los pensamientos que se arremolinaban uno tras otro. ¿Cuál era su aspiración? ¿Sentirse miserable a diario y alejar a otros con su hostilidad? Claro que no. Entonces, ¿qué provocaba su falta de empatía?

Cuando optó por superar su pasado, sus padres le sugirieron acudir al psicólogo al menos un par de semanas... Fue un idiota por rehusarse y afirmar que forjaría un nuevo camino por su cuenta. Ahora pecaba de orgulloso para buscar ayuda.

Y, además, aunque lo llamaran testarudo, se convenció de que nadie más que él descifraría los sentimientos que albergaba. Enfrentarse a sus demonios no era sencillo cuando se había acostumbrado a eludirlos, pero luchaba por no desistir.

Comenzó a saludar a sus hermanos en la mañana y despedirse de ellos al salir de casa; algo tan insignificante bastó para iluminar ligeramente la atmósfera entre los Diamond. Necesitaba arreglar las cosas, ¿cómo recobraría el afecto de sus seres amados si era un imbécil?

No lo admitiría en voz alta: lo único que deseaba era ser visto y apreciado otra vez.

Lo que sí asumió, fue su injusto comportamiento hacia su familia y Gushi, quien no hizo nada malo. Durante su primera conversación luego de meses, sólo se enfocó en sí mismo en lugar de comprender que el sufrimiento de la patinadora era tan complejo como el suyo.

Sin embargo, ¿cómo acercarse a ella? Cuando se proponía esperar fuera de su hogar a que regresara de la academia, el valor lo abandonaba. Y no consideraba que el restaurante fuese una mejor opción.

La oportunidad cayó en sus manos un fin de semana, tras distinguirla comiendo helado sentada en uno de los muchos bancos repartidos por la plaza Zaithi. Apretó los puños, respiró profundo y tragó saliva, acumulando el coraje requerido para evitar escapar.

Sería poético reparar su amistad en el sitio donde su relación terminó oficialmente, ¿cierto? Quizás era una señal.

—Hola, Gushi —saludó, con torpeza, tomando asiento en uno de los extremos —. Ese helado se ve muy bien, ¿es de vainilla?

«Buen tema casual, idiota, la próxima vez pregunta de qué color es el césped».

La nombrada condujo otra porción del dulce a su boca, sin molestarse en encararlo. Su expresión impertérrita resultaba más intimidante que un ceño fruncido, mas respondió con un tono suave:

─Sí.

A pesar de tratarse de un cálido y agradable día, Kukai creyó encontrarse en medio de una nevada. Se llevó una mano a la nuca y desvió la mirada, incómodo. Ahora que lo pensaba, la castaña también parecía una persona completamente distinta, comparándola con la tierna muchacha que lo acompañó en su recuperación.

─Genial, tu favorito ─comentó el nadador, tras varios segundos, observándola de nuevo ─, ¿dónde lo compraste? Se me antojó uno.

Gushi arqueó una ceja, perturbada por la atípica gentileza de su exnovio. ¿Habría olvidado su pedantería en el vecindario o el remordimiento lo obligaba a degradarse? Sus motivos no le interesaban, sólo quería disfrutar de su manjar al aire libre. Ansiosa por recuperar su paz mental, extendió un brazo y señaló un colorido quiosco que se vislumbraba a lo lejos. Éste contaba con mesas para que sus clientes merendasen a gusto.

─Por allá.

─Oh… ¿Qué tal si vamos juntos? Odiaría perderme ─bromeó él, forzando una risa. Era una línea recta, hasta un perro localizaría ese local sin su dueño. Se aproximó unos pocos centímetros a su compañera ─. Si te da fastidio, tendrás que compartir.

Su plan de actuar como si todo marchara en orden no lucía favorecedor; las respuestas monosílabas tampoco lo animaban. No obstante, preferiría que el entorno entre ellos fuera más agradable antes de tocar la verdadera razón de esa reunión improvisada.

Por instinto, la castaña apretó el contenedor de su helado como si su vida dependiese de ello. No era producto del egoísmo, sino de considerarse la víctima de una jugarreta pesada. Ambas opciones le disgustaban por igual, pero intuyó que convidarle de su golosina la expondría a escenarios peores. ¡Nunca imaginó que la presencia de Kukai le generaría semejante nivel de aversión e inseguridad!

Con un semblante que distaba de transmitir euforia, accedió a escoltarlo al quiosco, aplicando más contestaciones secas e imposibilitando una charla amena y prolongada.

Después de arribar a su destino, sopesó la idea de retirarse como una bala. Nada la ataba a quedarse; sin embargo, no contó con que la insistencia de su antigua pareja la atormentaría.



#16866 en Novela romántica
#3185 en Joven Adulto

En el texto hay: amnesia, drama, amor y odio

Editado: 18.12.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.