Con el transcurso de los días, el ex jugador de hockey y la patinadora artística se adaptaban paulatinamente a su compañía. Lo que inició con charlas breves y tensas en Galdrehn o en su hogar -siempre junto a Alex u otro hermano-, evolucionó en visitas a Xanallium, paseos improvisados e inclusive reuniones en el parque para comer helado. El buen humor del moreno al fin salía a flote, pues no desperdiciaba la oportunidad de soltar comentarios como: “No me convertirás en un unicornio, ¿verdad? La última vez que te vi comer un cono creí que lo estamparías en mi cabeza”.
Le hubiese encantado añadir chistes sobre el accidente, ya que en cierta forma así lidiaba con el tema, pero aún no se sentía adecuado. Quizás nunca lo sería, no con Gushi. También se citaba con Naomi en ocasiones, procurando no mencionarlo. Esperaba que, cuando su amistad con la castaña se afianzara, pudiese platicarle de cualquier cosa sin censurarse.
Tal vez a ella le pasaba lo mismo con los recuerdos de su relación, dado que Kukai prefería que los guardara para sí misma; al menos por el momento.
Shiro presenció en primera fila el desarrollo de la expareja; Gushi esto, Gushi aquello… El nadador la nombraba con frecuencia al relatar sus encuentros y además los veía convivir en el restaurante. Otro cambio fue la actitud de éste con respecto a trabajar en las entregas:
Revisaba la moto con cautela, se aseguraba de no cargar más peso del recomendado y ajustaba bien su casco.
Si Gushi y Kukai eran capaces de reparar su vínculo, ¿por qué el chef se limitaba a comunicarse a través de llamadas con su amiga de la infancia? ¡Era ridículo! Dispuesto a dar el primer paso, invitó a la maestra a un bar relativamente elegante, el cual poseía una atmósfera jovial, presentaciones en vivo y mesas de pool. Supuso que un lugar diferente los ayudaría a mantener sus mentes ocupadas.
No obstante, continuaron eludiendo el tema del beso. Beber alcohol, jugar billar y postergar esa conversación resultaba más sencillo, al parecer.
─No fue un mal tiro, Noir ─elogió Shiro, ofreciéndole una sonrisa y una caricia en el brazo ─. Aunque tu postura es mejorable, ¿me permites? ─se colocó detrás de ella, sujetándole las manos para ubicarlas en el taco y pegando el pecho contra su espalda; esto la obligó a inclinarse un poco hacia el frente. ─De este modo tendrás más control al golpear.
La docente tragó, nerviosa, fallando el próximo disparo por el insistente temblor en sus dedos. Shiro intentaba asesorarla para perfeccionar su técnica -a pesar de que tampoco fuese un prodigio-, pero su simple contacto la saboteaba sin premeditación. ¿Cómo enfocarse en su puntería con ese firme torso envolviéndola? ¡Ni hablar de esas palmas cálidas y grandes que le brindaban tanta seguridad al rozarla!
Culpaba a la cerveza por alterarse como una preadolescente ante las atenciones del hombre. Y por desear más de ellas.
─Lo siento, e-es tu turno ─jadeó, escabulléndose del abrazo y relamiendo sus labios con vergüenza.
¿Qué demonios le sucedía? ¿Por qué una prenda dañada descompuso su perspectiva mutua a tales extremos? Si el moreno no hubiese entrado al vestidor, ninguno padecería los efectos posteriores de sus hormonas.
─Sólo fue mala suerte ─comentó él, fingiendo no notar la inquietud de Noir. ¡Pero vaya que la sintió estremecerse! Y ser capaz de arrancarle una reacción así lo intrigaba.
Ambos fracasarían en una carrera actoral. Quienquiera que los detallara unos segundos se percataría de las chispas que saltaban entre ellos con cada cruce de miradas. Era como si fuese físicamente imposible apartar los ojos del otro.
Luego de un penoso tiro que omitió su blanco por completo, el chef rió sin motivo.
─Creí que era mejor en esto… ¿Te diviertes, Noir? Me preocupa no haber elegido un lugar adecuado ─preguntó, analizando los alrededores.
Cada día se convencía más de que su cerebro perdía neuronas a un ritmo alarmante. ¿A quién se le ocurría reunirse en un ambiente tan similar a una fiesta? Necesitaría más licor para sobrevivir la velada.
Una vana ilusión, pues lo único que lograría apaciguar la sed que lo atormentaba, venía en una silueta de reloj de arena y contaba con nombre y apellido.
La mujer se aferró a la mesa que ahora la separaba de su compañero, asemejándose a una presa desesperada por camuflarse de su cazador.
─Claro, es innovador y las bebidas están excelentes ─contestó, evaluando de reojo su colección de botellas vacías.
Sí, batieron su récord con el alcohol. No consentiría que Shiro condujera si hubiese traído su auto.
─ ¿Qué tal si nos sentamos en la barra y pedimos otra ronda? Si nos quedamos aquí, este juego durará toda la noche ─sugirió Alexander, con una sonrisa vacilante.
¿Se refería al billar o a la manera en que se perseguían alrededor de la mesa? Lo ignoraba.
Noir humedeció su boca por enésima vez, asintiendo. No se excedían con los tragos por su rico sabor, sino porque era el método más efectivo de despejar sus pensamientos.
La sesión de bebidas fluyó en un silencio sepulcral.
Después de superar su límite, entendieron que la extraña cita no resultaba productiva en absoluto; no para su amistad, pero sí para elevar sus niveles de ansiedad.