Recuerdos sobre hielo

Capítulo 15 ─ Alivio

Un estremecimiento sacudió a Kukai tras atravesar las puertas de Lux Glazure, como si enfrentara un gélido coliseo donde sin duda acabaría arrojado a los leones. Bajó las gradas con lentitud y se instaló en la fila más cercana a la pista.

Colocó su mochila en el asiento contiguo, frotándose los brazos; las mangas largas de su camiseta no bastaban para abrigarlo.

En la arena de hielo frente a él, transcurría la clase impartida por una castaña de semblante afable; su voz emitía calidez y sus estudiantes le prestaban total atención. El moreno sonrió al descubrir que sus movimientos básicos no se equiparaban con las acrobacias de la artista que inauguró el evento, ni con la rutina de Gushi y su madre.

Tampoco con las múltiples competencias de patinaje artístico de «Blyshia» que maratoneó durante los últimos tres días. Ningún patinador era digno de ser llamado un verdadero profesional si no concursaba en esa región ubicada al norte de Allumia.

Pese a que no fue sencillo ver tales espectáculos, comenzaba a notar los beneficios de exponerse a las exhibiciones complejas: ahora el patinaje amateur lucía inofensivo.

Aceptaría cualquier fuente de alivio que el universo le brindara.

Gushi repartió una hilera de conos sobre la pista, manteniendo un espacio prudente entre ellos. Acto seguido, les demostró de manera impecable cómo curvearlos sin derribar ni uno solo, ejecutando un giro sencillo al concluir.

—Inténtenlo, son libres de improvisar maniobras mientras esquivan los obstáculos o cuando lleguen al final.

Entusiasmados, los jóvenes procedieron a imitarla uno tras otro, variando en su desempeño y riéndose de los fallos frecuentes. Parecía una reunión de amigos en lugar de una clase, pero no por ello descuidaban su entrenamiento.

— ¡Ow! ¡El viento arrojó ese cono! —protestó un muchacho pecoso, luego de aterrizar en su trasero y convertirse en el centro de burlas.

—Si el viento se llama como tú, coincido —jugueteó una adolescente regordeta, yendo a recuperar el objeto que éste mandó a volar con su trastabillón.

La maestra lo ayudó a levantarse, dedicándole una expresión consoladora y deseándole mejor suerte para su siguiente turno. Fue entonces cuando se percató de la presencia de Diamond en una de las butacas para el público. Tuvo que disfrazar su asombro enseguida, pues más alumnos la abordaron en busca de consejos.

En un inicio, las caídas elevaron los niveles de pánico del inusual espectador, quien se encogía en su puesto sin excepciones; no obstante, a medida que la lección proseguía, detectó que los aprendices se levantaban como si nada. ¿De verdad dolía tan poco? ¿Ninguno temía herirse de gravedad? Se divertían como si se hallaran bajo un día soleado en el parque.

El rostro de Kukai brillaba siempre que la instructora adquiría protagonismo; había algo hermoso en el modo en que aparentaba flotar por el escenario, sin un ápice de incertidumbre en su actuar, a diferencia de los novatos que se tambaleaban o miraban sus pies para concentrarse. No, Gushi se deslizaba como si hubiera nacido en el hielo.

Al analizar hasta el cansancio la grabación de la gala, solía detener la imagen para apreciar una pose en específico o las facciones de la castaña. En ese instante, ansió hacer lo mismo. La alegría de la atleta merecía ser admirada por mucho tiempo. ¡Adoraba verla pasándola bien!

Bellanger no tardó en olvidarse del intruso, asumiendo que se marcharía rápido, y distrayéndose evaluando a sus discípulos. Así, la sesión de la mañana continuó sin mayores percances. Después de que el grupo se retirara, recogió las herramientas utilizadas para su práctica de curvas. El dulce tarareo que dejaba escapar conforme guardaba los conos, delataba su buen humor.

Kukai absorbió una inmensa bocanada de aire, desviando su vista de la mujer. No fue allí para limitarse a observar. Se quitó los zapatos y extrajo de su mochila dos patines negros con cuchillas en las suelas. Había preguntado a sus padres por ellos, dado que los resguardaron tras el accidente, junto al par diseñado para hockey.

Se equipó aquellas trampas mortales, caminando con dificultad hasta eliminar la distancia que lo separaba de la imponente arena. Tragó saliva, vacilante.

«Vamos, idiota. No es sólo por Gushi, también por ti», se motivó.

No mentía; ella le dio el empujón que le faltaba, pero el nadador captó que superaría lo sucedido en cuanto su miedo ya no lo atormentase. Anhelaba seguir adelante sin ese peso extra en su espalda.

Gritó de la impresión al apoyar sus pies en la superficie resbaladiza, aferrándose del borde con todas sus fuerzas. Le angustiaba que sus tobillos lo traicionaran. Cerró los ojos, su ritmo cardíaco se disparó y maldijo por lo bajo, arrepintiéndose de esa idea absurda.

Fue un ingenuo al pensar que resultaría sencillo aproximarse a su exnovia; ¡no sabía equilibrarse igual que ella! ¿Cómo lo lograban los novatos? El calzado especial era incómodo y extraño.

Conservaba el conocimiento de haber patinado de niño, mas la lejanía de esos recuerdos, sumada a su fobia, lo convencían de que ese talento se esfumó. En su mente, la última vez que estuvo en esa posición fue hace una eternidad, no apenas unos meses.  

Alertada por el ruido, Gushi volteó a su dirección y sintió cómo el mundo se le iba encima. ¿Qué pretendía ese tonto con su imprudencia? Desplazándose a una velocidad que ignoraba poseer, se ubicó a su lado en cuestión de segundos.



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En el texto hay: amnesia, drama, amor y odio

Editado: 18.12.2021

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