Ansiando distraerse de sus responsabilidades por una noche, Kukai invitó a Naomi a un bar con restaurante ubicado no muy lejos de su apartamento. No obstante, la velada de la rubia se desmoronó al descubrir la causa del dolor muscular de éste.
—Te he dicho cuánto detesto que patines, ¿y tu respuesta es entrar en una competencia real? ¿Me consideras imbécil, Kukai?
— ¡N-no dramatices el asunto! Sí, es un torneo oficial, pero nuestra coreografía no está al nivel de los otros participantes. Es más por diversión que otra cosa, lo hago principalmente por mí. Me costó bastante convencer a Gushi de que se uniera a esta locura.
—Pues no debió hacerlo. —Naomi separó sus manos y negó, bebiendo un sorbo de vino —. Es ridículo que te apasione tanto ese deporte, ¿qué pasará con tu trabajo? Entrenar desgasta tu energía y seguro te entorpece en Galdrehn.
El chico se rascó el cuello, incómodo. En eso no se equivocaba; la cantidad de moretones en su piel se incrementó por las caídas frecuentes en el hielo. Además, sus pies, piernas y brazos ardían unos días tras culminar las prácticas. A veces era insoportable durante las horas extras en el negocio.
A pesar de tales inconvenientes, soportaría el malestar sin quejas.
—Oh, qué coincidencia tan agria, Kukai —acotó una tercera persona, deteniéndose junto a los tórtolos en la barra —. ¿Por qué no me sorprende que tu novia parezca infeliz? ¿Es correcto asumir que lo mismo sucede en la cama?
El moreno rodó los ojos, fastidiado, girando apenas lo suficiente para verlo.
—Este idiota es un excolega de trabajo, Naomi, ignóralo. ¡Qué osado eres, Leander Bartom! El que está acompañado por una mujer soy yo, tú viniste solo a un local repleto de parejas. ¿Te confundiste de sitio? El bar para ermitaños depravados se encuentra a varias calles de aquí.
La fémina meneó su copa, encogiéndose de hombros. Ahora tendría que escuchar a dos buenos para nada luchando por quebrar el frágil orgullo masculino del otro, ¡excelente manera de malgastar su tiempo!
—Mi cita no tardará, agradezco tu inquietud —replicó Leander, peinando sus hebras platinadas —. ¿Esperan a Gushi? Quizás a eso se deba la frustración de esta bella señorita. Eres más eficiente como niñera de la llorona que como mesonero.
—Hmph, en eso te creo —masculló Naomi, resoplando y detallando al rubio con una pizca de intriga.
— ¿Llamas así a todas las que te rechazan un beso? —Kukai frunció el ceño, ignorando el nulo apoyo de su amante —. Gushi es alguien fuerte y decidida, no imaginas el sufrimiento que ha atravesado.
— ¡Ja! Los gritos y lloriqueos no empoderan a una mujer. En vez de patinar, le convendría incursionar como maratonista. Nadie corre tan rápido bajo la lluvia, en especial de noche.
Diamond sufrió una ola de escalofríos y su rostro permaneció indescifrable por unos segundos. Su próximo movimiento fue levantarse con brusquedad, tumbando la silla ocupada, y luego agarró a Leander de la camisa.
— ¿Cómo lo sabes? ¡¿Cómo mierda sabes de ese incidente?! ¡¿Acaso tú…?! —Lo zarandeó, impregnando cada palabra de rabia.
— ¡Kukai! ¿Qué diablos…?
— ¡Cállate, Naomi! ¡Esto no es de tu incumbencia! —El moreno la interrumpió, centrándose de vuelta en Leander —. ¡Contesta, pedazo de basura!
—Y si no, ¿qué? ¿Harás que me despidan? —se mofó el intruso, sin inmutarse.
— ¡Si atacaste a Gushi, haré que te pudras en la cárcel! —Kukai le asestó un certero golpe en la quijada y enseguida lo tacleó contra una pared —. ¡¿Qué tramabas con ella?! ¡Eres un bastardo! ¡¿También planeas secuestrar a tu cita de hoy?! ¡No te reconocerá después de que te rompa la nariz!
Respaldó su amenaza con otro golpe y un rodillazo. Su detestable expresión engreída sumaba veracidad a la teoría del delincuente en Zaithi. Siendo ese el caso, nadie podría culparlo por propinarle una paliza.
Excepto los clientes atónitos y los empleados del recinto, quienes, a falta de contexto, atestiguaban un pleito producido por el alcohol, una mujer, o ambos.
Indignada, Naomi pagó sus tragos y se marchó de ahí antes de que la involucraran en esa disputa. ¡No entendía qué bicho le picó a su compañero! El Kukai que conocía era relajado y carismático, ¿por qué recurriría a la violencia para defender el honor de Gushi? No iba a tolerar tal ofensa.
Para consternación del exjugador de hockey, Leander poseía una fuerza mayor de la que aparentaba y su contraataque propició una mejilla hinchada, un futuro ojo morado y sangre fluyendo de sus fosas nasales.
—Las cachetadas de Gushi dolerían más —ironizó Bartom, pateando los costados de Kukai, luego de derribarlo.
Diamond atrapó la pierna del bravucón, en un intento de frenar las agresiones y arrastrarlo al suelo con él; sin embargo, Leander se equilibró pisándole la mano.
Pronto la seguridad del establecimiento apareció a separarlos y echarlos de ahí. También llamaron a las autoridades como precaución.
El patinador juró que enloquecería cuando lo arrestaron a él. Gritar a los cuatro vientos que el verdadero criminal era el otro no sirvió de nada, dado que él inició el pleito “sin provocación alguna”. Eso, sumado a su histeria y resistencia a ser esposado –mientras liberaban al posible depredador-, le consiguió un viaje a la comisaría más cercana.