— ¿Qué significa esto?
La atractiva rubia miraba a su amante como si le estuviera ofreciendo comida podrida en vez del brazalete obsequiado por ella semanas atrás. Cuando Kukai pidió reunirse en la plaza Zaithi por la mañana, supuso que le daría buenas noticias.
—Intimidaste a Gushi sin razón, Naomi. No toleraré que estorbes entre nosotros ni que la hieras con tu veneno. Gracias por los buenos momentos, pero lo mejor es que esto acabe. Ya no seré tu juguete —sentenció con severidad él, obligándola a conservar el accesorio.
La chica aborreció esa conclusión.
— ¿Qué te dijo esa idiota? ¡Yo sólo me preocupaba por ti! Por eso fue que...
— ¿Te preocupabas? ¡Sí, cómo no! ¡Saliste del restaurante sin mí, Nao! ¡La policía me arrestó! De acompañarme, me habrías defendido y ahorrado ese viaje incómodo —cortó Kukai, frunciendo el ceño —. Debí imaginar que tu supuesta amabilidad era un medio para manipularme. Olvídate de mí, no dudo que ya cuentes con más de un reemplazo.
— ¡Me fui porque me hiciste enojar! Ugh, tienes razón en algo, no extrañaré a un imbécil como tú.
—Genial, entonces parece que tampoco quedaremos como amigos. No quiero que estés cerca de Gushi. —El exjugador de hockey le dio la espalda. Necesitaba visitar otro sitio antes de ir a trabajar horas extra.
—Tienes un pésimo gusto —se quejó la fémina, rodando los ojos —. Es increíble que fueras tan estúpido como para enamorarte de esa puritana.
—No la insultes —gruñó él, negando con la cabeza.
Retomó el paso un par de segundos después. No malgastaría el tiempo con sus provocaciones.
Ni aguantando sus disparates... No estaba enamorado, ¿verdad?
Su próxima parada fue a la comisaría, donde acusó a Leander y solicitó que se abriera una investigación contra él. Insistió durante al menos una hora; sin embargo, ya que su única prueba era su instinto y un comentario ambiguo, no había nada que justificara un registro de morada. Los agentes afirmaron que simplemente buscaba un potencial culpable del asalto a su amiga, pues era una reacción natural luego de sufrir o presenciar un evento traumático.
Kukai se retiró sin conseguir los resultados que ansiaba. Le consultaría a Shiro para conocer la opinión de su hermano, mas sospechaba que su autoridad no era la requerida para abrir un caso con tan escasa evidencia.
Aunque se deshizo de la despampanante rosa con espinas que lo pinchaba al embobarlo, no fue capaz de intervenir a favor de Gushi. Su tarde sería larga tras esa mañana agridulce.
Por otro lado, la jornada amena de la patinadora sufrió un vuelco cuando Alex la invitó a una cena familiar. Su plan de inventar una excusa para zafarse fracasó al descubrir que Noir y Shiro asistirían. ¡¿Por qué coincidir tan pronto?! Lee todavía no le comunicaba qué tal le fue charlando con Kukai.
¿Y si el evento era para celebrar que salvó su noviazgo? No, Naomi no consentiría que la incluyeran.
Al llegar la noche, se aferró al brazo de la docente, armándose de valor para enfrentar cualquier escenario negativo.
Ya instalados en la mesa, el exjugador de hockey llamó la atención de los presentes, emocionado
—Les daré una noticia que los alegrará, porque no se equivocaron al juzgarme sobre el tema… Naomi y yo rompimos.
— ¡Creí que estarías en sus garras por siempre! ¿Y ese milagro? —festejó Daichi, aprovechando su cercanía para palmearle un hombro.
Incluso los padres del moreno sonrieron ante el anuncio. No conocían personalmente a esa muchacha, pero era preferible que su hijo se enfocara en hallar un romance serio.
— ¡Al fin! Te hacía actuar como un tonto cuando no eras amigo de Gushi —acotó Alex.
—Valió la pena quedarme un día más para escucharlo de ti —reconoció Lee, atónito. Volteó hacia la patinadora, intrigado. Ya no hacía falta hablar con Kukai, ¿cierto? Iba a hacerlo esa noche.
—No sé si su felicidad me ofende —bromeó el nadador, apartando al rubio —. Sí, sí, ahora entiendo que yo no le interesaba más allá de lo físico. Tardé en darme cuenta porque soy un idiota.
La atleta bajó la mirada, demasiado confundida para contagiarse del entusiasmo general. Lee lucía tan desinformado como ella, lo cual le indicó que ni siquiera mencionó el ultimátum de Naomi con el camarero.
¿Qué los habría llevado a ese abrupto desastre? Presentía que ella misma se encontraba involucrada.
Sus elevados niveles de incertidumbre le impidieron disfrutar el festín y los disparates de los chiflados; apenas posaba para las fotos de Alex. No se calmaría hasta aclarar la situación con Kukai, cuyas carcajadas fueron las que más resonaron en el comedor.
Como si leyera los pensamientos de la castaña, Noir se volvió al cocinero.
—Oye, Shiro, ¿qué tal si tocas algo para el público? Nuestro camarógrafo estrella te grabará —sugirió, en alusión a la guitarra que reposaba en la estancia.
—Sí, ¿por qué no? Yo no canto, pero si los demás se apuntan, podríamos improvisar un karaoke con música en vivo —bromeó Alexander, ganando la aprobación instantánea de los presentes.