— ¡Eso te ganas por fanfarronear, Daichi! —Kukai alzó su palo de hockey en son de victoria, después de derribar a su hermano en el hielo.
El rubio se tapó la cabeza con ambos brazos, mientras emitía gruñidos entre dientes. Pronto el resto de su familia lo rodeó, preguntándose por qué tardaba tanto en levantarse tras una caída habitual. Ni siquiera fue la primera falta cometida en esa hora de juego.
—Deja de ser la reina del drama y sigamos jugando. —El moreno rodó los ojos y le ofreció una mano.
En lugar de aceptar su ayuda, Daichi arrugó el ceño y retrocedió.
— ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¡No se me acerquen!
El corazón de Kukai se desplomó a su estómago en un parpadeo. Al cubrirse la boca, su stick rebotó contra el suelo, casi en cámara lenta. Justo cuando la culpa y desesperación comenzaban a agobiarlo, una carcajada de la supuesta víctima le arrancó un suspiro.
— ¡Carajo, Daichi! ¡Tengo veintiséis años! Pensé que las bromas sobre amnesia pasaron de moda. —Le dio una débil patada, bufando.
— ¡Creí que te morirías de la impresión! ¡Tu rostro fue pánico puro! Mejor que en las películas —afirmó el rubiales, incapaz de cesar la risa.
—Es verdad —intervino Alex, mostrándole su teléfono al patinador —. Digamos que Dai me comentó algo al respecto.
— ¡Ah! ¿Así que todos sabían de la bromita? Antes habrías intentado detenerla, Al, me decepcionas. —Kukai se cruzó de brazos, con una leve sonrisa —. Está bien, mi cara sí fue un poco graciosa.
—Quién necesita enemigos teniendo hermanos. Yo también puedo ser un chiflado como ustedes, ¿eh? —El castaño se encogió de hombros, divertido.
—Te quería más cuando no lo eras. —Kukai lo rodeó del cuello y lo despeinó con su mano libre.
¡Qué bien se sentía estar de vacaciones en Blyshia! Adoraba esa ciudad; con sus cálidas cabañas, lagos congelados y nieve en cada área visible. No era la primera vez que acudía luego de volverse profesional, mas aquella ocasión poseía un significado distinto.
A fin de cuentas, celebraban su retiro del patinaje artístico. El último concurso disputado culminó hace algunas semanas, en esa misma región.
Se dispusieron a retomar el partido amistoso cuando el celular de Kukai los interrumpió. Su alegría inmediata le indicó al resto que se trataba de Gushi.
— ¿Es un mal momento? — inquirió la voz femenina, acompañada de las risas de un infante.
—Nunca es un mal momento para escucharte, cielo. Ando en la pista con los chicos —respondió él, haciendo caso omiso de las burlas de Daichi y Tade al fondo—. ¿Y tú? ¿Estás en un lugar con niños?
— ¡Por eso te llamé! Noir y Shiro me encargaron a Arsat en lo que ellos se ocupan de las compras para el banquete. ¿Te gustaría cuidarlo conmigo?
El atleta oyó cómo el pequeño gritaba “¡sí, tío Kukai!”, al otro lado de la línea.
— ¡Claro! Iré para allá enseguida, Arsat. ¡Guarda algo de energía para que juguemos juntos! —Colgó, tras sostener una breve conversación con el infante, y se volteó hacia sus hermanos —. Lo siento, el deber llama, ¿estarán bien sin mí?
—Sí, adelante. Nosotros haremos turismo antes de la cena —aseguró Lee, sin vacilar en salirse de la arena helada.
Eso fue todo lo que necesitó el moreno para recoger sus pertenencias y marcharse. Ya que él y Gushi viajaban con frecuencia a Blyshia, compraron una casa allí para una estadía más amena. Cuando arribó al sitio en cuestión, encontró a la mujer y al niño armando un muñeco de nieve en el patio delantero.
— ¡Se lucieron con esa obra de arte, los felicito! —Sorprendió a Arsat al cargarlo sobre sus hombros. Luego besó a su amada, entusiasmado.
— ¡Hola! Fue idea de tía Gushi. —El menor le abrazó la cabeza, compartiendo su emoción.
Kukai tiritó exageradamente.
— ¡Tus palmas están congeladas! Sugiero que nos abriguemos unos minutos, después regresaremos al hielo. Muero por una taza de chocolate caliente, ¿qué opina el público?
— ¡Yo te apoyo! —afirmó el niño.
Mientras Diamond servía el humeante manjar en tres tazas, la castaña acomodó a su sobrino en un sofá de la sala, procurando envolverlo hasta el cuello con un cobertor. Arsat había heredado el cabello ébano de sus padres -el cual ahora yacía alborotado por el ejercicio-, y sus ojos verdes brillaban de la dicha. Dado que no asistió al último campeonato de sus tíos, fue invitado a esas vacaciones en compensación.
Kukai se retiró un instante a su dormitorio, volviendo con un libro grueso. Uno que no escatimaba en presumir.
—Este es un álbum de fotos muy especial para nosotros —explicó, sentado en medio de los presentes —. Es como dar un viaje por nuestra relación, desde el inicio hasta la actualidad.
— ¡Wow! Sí hay muchas imágenes de los dos —notó Arsat, quien permitió que Kukai pasara las hojas conforme él bebía su chocolate. No perdió la oportunidad de señalar a sus progenitores en cuanto aparecían en el libro.
Algunas fotografías contaban con observaciones a un lado; fechas importantes, recortes de artículos sobre su carrera en ascenso e incluso un par de dibujos obsequiados por Alex. Kukai plasmó cada logro alcanzado en su noviazgo y la actualización del álbum se mantenía vigente.