—Maestro.
Zed quitó su atención puesta en la ventana para voltearse y mirar a la puerta. Dos de sus discípulos entraron, sujetando una bandeja entre sus manos.
Sin quitarse aún el yelmo, les asintió en señal de agradecimiento. Dejaron las bandejas en la mesa situada en el medio de la habitación y luego de un respetuoso ademán, salieron del lugar.
Ahora sí, quitó el molesto yelmo y lo dejó en su escritorio, acarició un poco el entumecido rostro y prosiguió a ir hasta la mesa, tomando asiento en una de las sillas. Kayn no tardaría en llegar, y le gustaba tener todo ordenado para cuando lo hiciera; de ese modo, aprovecharía al máximo el tiempo que estuvieran juntos.
Volcó de la tetera en ambas tazas que habían traído los muchachos. Té de frutos rojos.
"—Rojo como la sangre" Recordó las palabras de Kayn cuando era un niño y probó por primera vez este sabor de té. Desde entonces, cada que ambos podían, se juntaban una tarde a tomar de una —o varías—, tazas antes de dormir y regresar a tus actividades al día siguiente.
Suspiró, era impaciente esperando y más a su mejor alumno. Acomodó ambas tazas una frente a la otra, donde Kayn se sentaría y la tetera en el centro para que pudieran volver a servirse cuando quisieran.
—Maestro —agradecía mantener la calma en todo momento. Kayn entró dando un fuerte golpe a la puerta y su voz sonaba más alta que lo normal—. Llegué.
—Me doy cuenta, Shieda.
Riendo entre dientes, cerró la puerta atrás de sí y caminó hasta su lugar, frente al mayor. Había dejado a Rhaast en su habitación, luego de una larga caminata ya no quería oírlo más. Y menos en aquel momento que aprovechaba a pasar con su maestro.
—¿Por dónde anduviste? —dando un sorbo a su bebida que, gracias a la temperatura de esta, calentó todo su interior en unos segundos.
El pelilargo dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel, el adverso mostró curiosidad.
—Fui a los barrios bajos, y pasé por un par de tiendas. Una señora me regaló estos chocolates por escuchar una de sus historias —sacó una barra de chocolate y la partió al medio. No eran muy amantes de esta clase de dulces, en ocasiones anterior Kayn siempre traía caramelos ácidos, pero esta ocasión ameritaba una excepción.
—¿Qué historia? —tomó su porción de chocolate y mordió un poco.
—Dicen que existe un jardín, en el sur de Jonia, donde las flores comen recuerdos —la extensa sonrisa de Kayn demostraba que creía en esa historia y que estaba emocionado por descubrir si era cierta.
—Nunca oí de ello —en todos sus años, jamás había escuchado de ese "mágico" jardín. Ni mucho menos se había cruzado con este en sus incontables expediciones.
—Según la anciana, las flores le ayudaron a superar la pérdida de su marido y de su hijo que falleció a una temprana edad.
Comentaba entusiasta, intercalando los sorbos de su té y una mordida al chocolate. Disfrutando del contraste de sabores en su boca.
—¿Y cómo es que esas flores borran tus recuerdos? —no era ser aséptico, pero sí algo realista.
—Eso pensábamos con Rhaast mientras volvíamos. Nunca me explicó cómo fue —un mohín apareció en sus labios—. A lo mejor se las sirvió en un té o se las comió... O puede que se partiera la cabeza y metiera las flores allí —escuchó una baja risa del adverso ante la ocurrencia—. Pero no le noté ninguna cicatriz extraña.
De un sorbo terminó su bebida, volviendo a llenar su vaso al instante. Nunca supo si el té era de verdad exquisito o tomarlo junto a su maestro era lo que lo hacía tan único.
—¿Y qué recuerdos quisieras olvidar, Kayn? ¿Tú pasado?
—Mmm... —el peliazul tomó su tiempo para pensar y responder—. Me gustaría decir eso, sí... Pero creo que no quiero borrar mi pasado.
—¿Por qué no? —su entera curiosidad estaba en él.
—A veces quisiera ser normal, Zed. Tener una vida normal, como la gente de esos pueblos a los que voy, sin pensar en entrenamientos, en guerras, en un Darkin parlanchín que sólo molesta —las mejillas de Kayn lo traicionaron, empezando a colorearse un poco. Soltó la taza de entre sus dedos y jugueteó con ellos—. Pero si tener una vida normal, sería no conocerte y estar a tu lado, no quisiera tenerla.
Una presión se instaló en el pecho de Zed. Una presión que luchaba con su incontrolable corazón. Mantuvo su rostro inexpresivo, no mostraría debilidad por unas simples palabras. Acomodó un rebelde mechón que caía por sus ojos y continuó tomando su té.
—¿A ti no te gustaría ser normal, maestro?
—Soy fiel a mi orden y principios, jamás podía abandonarlos.
—Qué aburrido eres —el entrecejo del mayor se arrugó, y Kayn lo miró de forma desaprobadora—. Cuando las guerras terminen, cuando ya no quede porque luchar y seas libre... ¿No quisieras mantener una vida normal? Sin preocupaciones, sin-
—No lo veo probable —irrumpió, aclarando su garganta—. Pero quién sabe —culminó para no sonar demasiado frío con las ilusiones de Kayn.
—¿Existen recuerdos que quisieras borrar? —preguntó con algo de miedo. Sabía lo duro que la vida había tratado a su maestro, pero aun así quería saber si existía algún recuerdo que quisiera suprimir.
—Creo que es más fácil decidir cuales no quiero borrar, ¿no crees? —ambos sonrieron y mantuvieron el silencio por un largo momento. Disfrutando solo de la compañía adversa.
Kayn mantenía su cabeza ladeada, apoyada en su palma derecha para observar con más comodidad por la ventana. Un día como hoy no era algo que sucediera de forma constante o planeada, su mente siempre vagaba en los entrenamientos, en volverse más fuerte para orgullecer al peliblanco. Poco se animaba a pedir permiso y salir del templo, ir a lugares en donde no era reconocido, donde no era temido.
Así, descubrió cuando disfrutaba de escuchar las historias ajenas, creer en la ignorancia que las personas tenían del mundo exterior. También descubrió su placer por algunos chocolates y los edificios de los pueblos bajos, existía algo que haría todo perfecto: que Zed lo acompañara algún día.