Se detuvo en un extremo del vasto salón. "Disfruta la fiesta", le dijo Leo, sabiendo que no podría hacerlo. Observó los grupos risueños y parlanchines de la más alta sociedad de Massachusetts, notando el escrutinio de los hombres y el desprecio de las mujeres. Las miradas eran abiertas y los comentarios marcados. Todos le habían sido presentados, pero sólo la toleraban debido a Leonardo. Sin él, no vacilarían en esquivarla.
Clara levantó el mentón. Esa gente no le agradaba, pero podían lastimarla por su falta de benevolencia. ¡Nunca les permitiría saber que la herían! Tomó una copa de un camarero que pasaba y la levantó hacia el grupo más cercano, que la miraba con franca grosería. Ella sonrió cuando ellos apartaron la vista. Primer tanto a su favor.
Al volverse, se encontró con una mirada azul oscuro. Asombrada, observó al hombre de más de un metro y ochenta centímetros de estatura y poderosa masculinidad. Tenía cabello oscuro y un rostro atractivo que reflejaba fortaleza y autoridad. Aunque su boca estaba muy bien delineada, los labios mostraban un aspecto más delicado y apasionado. Parecía increíble, pero vestía de manera casual con un traje gris, la camisa blanca de seda abierta al cuello y sin corbata. Estaba solo y apartado de la gente. No se sometía a una sociedad en la que la conformidad era el punto medular.
Vio todo eso en segundos y advirtió también que él inclinaba la cabeza y le sonreía al levantar su copa hacia ella en silencioso saludo.
Encontrar un aliado en campo enemigo le iluminó el corazón y sonrió también. Devolvió el saludo, sorbiendo de su copa. Entonces la gente se movió, impidiéndole verlo y ella suspiró melancólica. Poco a poco siguió el sonido de la música hasta la pista de baile. Desde una orilla, contempló a las parejas bailando. En condiciones normales le encantaba bailar, pero Leonardo sólo la llevaba a la pista para exhibir su posesión y ahora el encanto se había ensombrecido.
Sintió, más que verlo, que alguien se paraba a su lado y se tensó. Sola era un blanco abierto para los varones, y recibir una proposición, no habría sido extraño. Sin excepción, todos deseaban probar la propiedad privada de Leonardo. Aguardó el primer avance.
—Vaya espectáculo. ¡La clase privilegiada disfrutando de sus privilegios! —una voz burlona llegó a los oídos de la chica y se volvió sorprendida… justo para encontrar los ojos más azules que hubiera visto. Pertenecían, por supuesto, a su aliado.
Acostumbrada a que la ignoraran o insultaran, esa era una situación nueva para Clara. No pudo evitar sonreír.
—¡Eso es sacrilegio!
—¿No me digas que perteneces a ella? —él levantó una ceja.
Ella bajo la vista hacia su atuendo y frunció la boca.
—¡Difícilmente!
—No —confirmó el hombre con suavidad—. Ya decía yo que no.
Ese tono de voz hizo que ella lo mirara interrogante. El sonrió y de alguna manera logró mostrarse tanto sensual como juvenil. Clara se sintió nerviosa de repente.
—Es muy obvio por qué no soy bienvenido entre mis llamados semejantes. ¿Qué te hace a ti persona no grata?
Los ojos de Clara se abrieron, con gran sorpresa.
—Debes ser un extraño aquí —afirmó ella con frialdad.
—¡Ah!
La joven lo miró, esperando encontrar el conocido interés lascivo, pero sólo notó diversión.
—Lo cual significa, supongo, que si no lo fuera, yo sabría el porqué. ¿Qué hiciste, seducir al párroco? —preguntó con sorna.
Riendo, Clara negó con la cabeza.
—¿Peor que eso?
Por vez primera, a Clara la pareció divertida su situación.
—¡No preguntes!
—Interesante —declaró él pensativo, observando los labios y los ojos de Clara, quien sonreía. Luego levantó la vista y frunció el ceño—. Parece que estamos llamando mucho la atención.
Clara también miró a su alrededor, habiendo olvidado que no estaban solos. El tenía razón. Muchas miradas se dirigían a ellos y la mayor parte eran maliciosas. Aunque resultara extraño, con ese hombre tan cerca, parecía que nada podría tocarla esa noche. De alguna manera indefinible él poseía un magnetismo que la protegía de los demás. Su corazón se aceleró al sonreír...