Red de Mentiras

Capitulo 4

—Hablar conmigo durante mucho tiempo arruinará tu reputación —le indicó con ligereza.

El parecía divertido e intrigado.

—¿Tanto así?, debes ser una especie de espanto atroz. ¿Puedo asumir que desayunas hombres como yo?

Clara rió porque él lo hacía parecer absurdo. Sin embargo se creyó obligada a decirle:

—No. Por tu propio bien, debes irte —hablaba en serio. Le agradaba ese extraño y, por lo alterado de sus nervios, supo que podría gustarle demasiado. Lo cual era imposible. Ese no era un cuento de hadas y ella no era Cenicienta. Aunque no deseaba que él se marchara, su conciencia le dictó ser sincera con él.

Lo que él hizo fue mover la cabeza y quitarle la copa de la mano, dejándola a un lado.

—Tentaré a mi suerte. Además, es justo que sepas que mi reputación está arruinada desde hace mucho tiempo —le sonrió travieso y de repente Clara tuvo dificultad para respirar.

—Te lo creo. ¿Qué hiciste?

El se inclinó y le respondió al oído. Ella estalló en risas que atrajeron todas las miradas.

—Así que ahora lo sabes —declaró él, parpadeando ante el goce de Clara.

Sí, lo sabía, pero no lo creyó ni por un segundo. Probablemente pensaba que ella también bromeaba. Tenía que sacarlo del error. Se esforzó para aclarar su voz.

—Es justo que también te diga mi secreto.

—Justo, quizá, pero innecesario.

Clara se quedó boquiabierta.

—¿No… no quieres saberlo?

—No estoy interesado en las confesiones. Dudo mucho que me escandalice algo que esta multitud encuentre condenable. Por lo regular las primeras impresiones son las más confiables y siempre he sido creyente de usar mi propio juicio —le dijo él con toda seriedad, aunque sonreía.

Clara se sintió temblorosa y confundida al mirarlo.

—¿Y qué dice tu juicio acerca de mí? —Clara no pudo contener la pregunta.

—Que me gustaría conocerte mejor. ¿Bailamos? Parece que están tocando nuestra canción.

—¿Nuestra canción?

El le sonrió.

—Extraños en la Noche. Cursi, tal vez, pero ¿quién sabe? Entonces, ¿qué dices, probamos suerte?

Era una tontería. Estaba segura de que lo lamentaría más tarde, pero había algo en él contra lo que no podía luchar.

—Me encantaría bailar —y sin importarle nada, ni nadie, se dejó llevar a la pista de baile.

—Se acoplaban muy bien, moviéndose juntos con toda suavidad. Clara sentía los fuertes brazos que la estrechaban, oía el latido del corazón de su pareja y se abandonó al peligroso deleite. Sabía que se arriesgaba mucho, pero no podía renunciar a ese momento. Algo mágico le sucedía esa noche. Junto a él todos sus problemas desaparecían y deseaba que esa seguridad perdurara.

—¿Qué te trajo aquí, si así es como te tratan? —la ronca voz masculina estremeció a Clara.

Ella cerró los ojos. ¡Debió disponer de más tiempo! Sin embargo, ¿no era justo que fuese él quien la volviera a la realidad?

—Yo… vine con alguien —sintió que los brazos que la rodeaban se tensaron.

—Ya veo —las palabras reflejaron simple aceptación del mensaje.

Clara engulló un nudo que se empezaba a formar en su garganta. —Debí habértelo dicho. El no la contradijo. —¿Vas a marcharte con él? Ella humedeció sus labios.

—Sí —¿estaba él enojado? Era su derecho. ¡Oh, Dios, era una tonta!

—¿Están casados, o comprometidos de otra forma? —la pregunta fue planteada con suavidad. No parecía disgustado.

—Comprometidos de otra forma —admitió ella, luego se le fue la respiración pues por un instante percibió que acercaba la mejilla a su cabellera.

Pero eso no pudo suceder, pues al segundo siguiente él la soltó, dejando en ella una sensación de abandono y escalofrío. El sonrió apesadumbrado y sus ojos parecían sombríos. —¡Qué suerte la mía! Cuando te encuentro, ya estás ocupada —él bromeaba, pero había ahora un distanciamiento que no existía antes—. ¿Qué sucedió? ¿Pelearon? ¡Qué tontería sentirse tan confundida! —No exactamente; él está hablando de negocios. —Sería mejor que abandonara los negocios por una noche y en cambio te protegiera de estos buitres —había un dejo de dureza en el comentario bromista.

—Se lo diré —prometió ella, con una sonrisa forzada y tratando de apegarse al mensaje.

—Hazlo —aconsejó él, cuando la música terminó. Por un instante quedaron frente a frente, aislados de los asistentes. Luego él la tomó del brazo para que se apartaran de allí. Clara respiró profundo y sonrió de manera conciliadora.

—Lamento haberte dado una impresión equivocada, yo…

—Bailar una pieza no es un pecado, y lo disfruté mucho. Como te mencioné, tan sólo fue mala suerte —declaró él y levantó los hombros.

—Sí, —¿qué otra cosa podía hacer, sino estar de acuerdo?

El extraño, pues ella todavía no sabía su nombre y ahora no tenía objeto preguntarlo, suspiró y metió las manos a los bolsillos de su pantalón.

—¿Quieres que te ayude a encontrarlo?

Las campanas de alarma repiquetearon.

—Eso no sería prudente —ella lo evadió con suavidad.

—¿Es del tipo celoso?

Al menos en eso ella podía ser sincera.

—Mucho.

El la miró apesadumbrado.

—Qué lástima. Es un hombre afortunado.

Clara estuvo a punto de reír a carcajadas y estropearlo todo.

—El piensa lo mismo —dijo la joven en tono neutral, sintiendo el peso de la desolación sobre sus hombros—. No era nuestra canción después de todo, pero quizá en otra ocasión podríamos bailarla, ¿sólo por los viejos tiempos? —ofreció Clara, pero él negó con la cabeza.

—Tengo por norma nunca cazar en la finca de otro hombre.

Ella lo sabía por instinto, y sin embargo…

—Esta noche…

—Fue un error —él la interrumpió, y luego sonrió—. Muy agradable, pero error al fin y al cabo.

Ella también sabía quién lo había cometido.

—Eres muy generoso, puesto que todo fue culpa mía.

El rió con ligereza.

—No tiene importancia. Estabas enojada, yo estaba disponible. Flirteamos. Parece un ejercicio francés. La verdad es que nada sucedió, nadie resultó herido. Para la próxima vez, ya ambos tendremos la experiencia.



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En el texto hay: familia, romance, engaños.

Editado: 24.12.2025

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